jueves, 24 de diciembre de 2009

La espectacular ruta de la nieve.


20 de diciembre de 2,009... por fin llegó el día de la última ruta del año con el Grupo Senderista de Murcia, se trataba de hacerle una visita a la Sierra de las Cabras antes de navidad... justo en el momento oportuno ya que el tiempo tan bueno que habíamos disfrutado empezó a cambiar. Esa semana comenzaron a caer nevadas en la región, el día antes incluso habíamos sido testigos de una copiosa nevada en nuestro monte cercano a la capital, un compañero nos pasó unas fotografías por Internet de la zona del puerto del Garruchal a las nueve de la mañana que parecían hechas en un lugar distinto, hacía mucho tiempo que no veíamos tanta nieve en nuestro monte cercano... días antes la nevada había sido anunciada con otra de proporciones más modestas en la cumbre de Carrascoy.


¿Como estaría la zona a la que íbamos el domingo?, allí suelen caer intensas nevadas en invierno y más de una vez he visto esas llanuras cubiertas de un espeso manto blanco... nos íbamos a dirigir el domingo directos al “ojo del huracán” por así decirlo. Desde luego que iba preparado, ya José Antonio nos había advertido unos días antes por correo, había nieve en la zona y mejor ir preparados con buenas botas, ropa suficiente de abrigo y ropa limpia para cambiarnos a la vuelta pues era previsible terminar empapados tras retozar a conciencia por los terrenos nevados.


De modo que salí de casa acorazado como un tanque y con la mochila a reventar... cuatro capas de ropa, pantalones y calcetines de repuesto en una bolsa aparte, mallas debajo de mis pantalones, un chubasquero de cuerpo entero en la mochila, unas polainas a estrenar, un gorro de Papá Noel, otro bastante grueso y un pasamontañas por si arrancaba a soplar la ventisca... al acostumbrado equipo añadí también por motivos de espacio una generosa petaca de licor ya que no había espacio para un termo. En fin aquel día parecía que me iba a la guerra.


En la siempre buena compañía de Loles caminé desde casa hasta el lugar donde partían los autobuses, dos en este caso... y con más de un espacio libre, allí nos dimos cita con el resto de compañeros que íbamos a realizar aquella marcha, no era una ruta cualquiera, era la última del año, la despedida de un año maravilloso en lo que a senderismo se refiere y con frío y nieve asegurados... ¿de verdad se puede pedir más?.


Aunque había muchas ausencias allí nos dimos cita los compañeros más “duros y aguerridos”, habituales de las rutas duras, con más o menos experiencia, desde luego que aquel día estábamos los incondicionales del grupo senderista dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos en aquella emblemática marcha... 18 kilómetros con 850 metros de desnivel por senderos poco marcados en general y mucho campo a través... cubierto de nieve en esta ocasión, una ruta montañera en toda regla. Antes de subir al autobús me puse las polainas, me parecieron una parte del equipo incómoda e inútil y seguramente no me las debí de poner demasiado bien porque aunque se fijaron bien a mis piernas me apretaron un poco.





Media hora antes de lo acostumbrado comenzamos nuestro viaje, quedaba todavía una hora de carretera por delante, tuve la fortuna de sentarme junto a uno de los sitios libres, eso me permitió disfrutar de mayor comodidad y más adelante a la vuelta me proporcionaría más espacio para cambiarme, dejé en el autobús mi bolsa con la ropa limpia. A la altura de Barranda sonó mi teléfono móvil, era Eugenio que estaba en el cruce de Cañada de la Cruz y nos llamaba para ver por donde estábamos, apenas pude entender algo de lo que me decía, tal era el griterío y parloteo que tenía a mi alrededor... mis compañeros estaban emocionados y llenos de energía, ya veríamos a la vuelta ;-). Algo si que llegué a entender... por lo visto en la zona de Cañada de la Cruz hacía un frío que pelaba y el paisaje, con La Sagra como punto de referencia, estaba todo nevado... en aquel momento me pareció que por la zona había menos nieve que otras ocasiones... la impresión cambió radicalmente en cuanto nos alejamos unos kilómetros de Barranda y pude contemplar de nuevo todas aquellas llanuras a tope de nieve... La Sagra se asomó por el cristal delantero del autobús, resplandecía de blanco... parecía un mantecado navideño, un “nevadito” :-).




Los autobuses cruzaron Cañada de la Cruz, el pueblo estaba precioso con todos los tejados nevados... había carámbanos de hielo colgando de cada alero de las casas, algunos de más de un palmo de longitud, nunca había visto tantos y tan bien dispuestos, todos iguales, parecían haber sido puestos como adorno. Tras retirar un coche que obstruía el paso al final llegamos al punto de partida, una ámplia pista forestal que debía de llevar al Nerpio, nosotros la seguiríamos en su primer tramo unos kilómetros para continuar la ruta por sendas forestales y campo a través.



Nada más bajar del autobús el frío nos dio de lleno, aquella no era la temperatura que teníamos en Murcia, debíamos estar a cero grados, quizás a algún grado menos. Me subí la cremallera del grueso forro polar que llevaba puesto y aparte de mis bastones saqué de la mochila el chubasquero para usarlo como cortavientos, luego me estorbaría pero de momento había que frenar el frío. Teníamos mucha suerte con el día, lucía un sol espléndido aunque hacía bastante frío... nada de viento, vamos la situación ideal para una buena caminata, me apresuré a devorar la mayor parte de unas nueces peladas que llevaba en mi mochila, había bajado con hambre del autobús y no quería comenzar a caminar con esa sensación de vacío en el estómago.



La columna senderista se estiró mucho con gran rapidez, José Antonio marcó un ritmo vivo desde el principio y eso hizo que muchos nos quedásemos rezagados, yo estaba como un tonto con zapatos nuevos con tanta ropa, no sabía ya que ponerme... sin pensármelo dos veces me encasqueté el gorro de Papá Noel encima de mi gruesa gorra de fieltro, había que dar la nota simpática, era la última ruta del año y tan cerca de las navidades... había que dar un toque diferente, demostrar de alguna forma que estaba muy feliz de estar allí. Tras unos kilómetros iniciales y pasar por las ruinas de los cortijos “El Mosquito” nos congregamos para tomar un almuerzo en una pequeña explanada junto al camino, había un abrevadero que estaba hecho un bloque de hielo... no se como pero seguía manando agua del grifo que lo abastecía y había una parte pequeña del mismo todavía con agua líquida... el resto se había solidificado... no era que tuviese una capa de hielo superficial, es que todo el canal era un bloque de hielo. Allí devoré una manzana y el resto de nueces que llevaba en la mochila... aproveché para dar los primeros tragos a mi petaca de licor, ron miel, y posar en las primeras fotos. Mi cámara tampoco estuvo ociosa, ya desde el autobús había empezado a “trabajar”, creo que fueron más de ciento cincuenta las fotografías que cayeron ese día, he estado en pocas rutas más fotogénicas en estos casi cuatro años de senderismo.








Pronto abandonamos la cómoda pista forestal para comenzar la ruta por senderos en peores condiciones, tomamos algo de altura para posteriormente descender y meternos en el “barranco mocaroles”, una vaguada con abundancia de nieve que de forma suave pero constante no dejaba de ganar altura, caminábamos ya por la umbría de la sierra, un alivio porque a pesar del frío notaba como mi ropa interior iba empapada ya de sudor. Eso sí, mis narices empezaron con su festival de mocos, que no abandonaría en todo el día, durante toda la ruta no cesé de sonarme... la continua agresión que estaban sufriendo mis pituitarias por el chorro inmisericorde de aire frío que entraba a raudales en mis pulmones me hacía moquear a todo tren... creo que gasté dos paquetes completos, aparte de que tuve que reutilizar algunos más de una vez. Me estaba pegando un buen chute de oxígeno... todavía arrastraba secuelas de un resfriado mal curado de forma que aquel día tenía toda una prueba de fuego... o me curaba ya del todo o... mejor no pensar en ello.




Afortunadamente el paso por aquella umbría repleta de nieve fue corto y pronto llegamos a las cuestas “de verdad” y a sentir de nuevo el sol en la piel, aprovechaba cada punto de descanso en el sendero para tomar instantáneas del paisaje, estaba deseando salir de aquel arbolado y poder disfrutar de mejores vistas. Por fin llegamos a un collado... la capa de nieve se espesó y el horizonte se amplió, las vistas eran magníficas aunque nada comparado con lo que nos esperaba más adelante. Nos reagrupamos allí ya con la cuerda principal de la sierra a la vista, esa sierra que tantas veces hemos tenido a nuestra derecha durante las incursiones a La Sagra hoy constituía nuestro principal objetivo.





Como siempre aproveché el momento de descanso para echar abundantes fotografías al paisaje, y beber líquido... en vez de agua portaba litro y medio de bebida isotónica, todo un acierto, parecía recién sacada de la nevera y estaba deliciosa. En otras excursiones me ha costado apurar ese litro y medio en esta ocasión me duró lo justo porque no paré de sudar como un condenado durante toda la marcha, por la noche al llegar a casa pude comprobar lo empapada que llevaba la ropa, parecía imposible haber sudado tanto.






Pronto nos pusimos en marcha subiendo por aquella ladera, la dirección de la marcha quedaba ya muy clara y estaba ansioso por contemplar el paisaje que se vería desde aquellas alturas en dirección a la cara sur de la sierra con todos aquellos campos nevados y La Sagra dominando el paisaje. No fui defraudado... la vista era maravillosa, todo aquel blanco moteado de verde, el cielo que parecía estar pintado al oleo, La Sagra majestuosa al fondo, toda revestida de un blanco resplandeciente... nunca había visto en nuestras marchas por Murcia y alrededores una vista como aquella. La misma loma de la Sierra de las Cabras estaba cubierta de un espeso manto blanco y lucía espectacular, la columna formada por mis compañeros añadían un toque “humano” y aportaban un toque de grandiosidad al paisaje... miraras donde miraras uno solo podía asombrarse y quedarse boquiabierto ante tanta belleza.





La imagen de mis compañeros marchando por la nieve en aquellas alturas nevadas es algo que difícilmente se borrará ya de mi memoria... no es extraño que hiciera fotos como un poseso y me sintiese feliz como un crío a la hora del recreo, en un punto del camino me tiré a la nieve panza arriba para “hacer un angelito”... si mi madre me viera retozando en la nieve recién salido de un fuerte resfriado... menos mal que ella no lee este blog ;-). Tras marchar un buen rato por la cuerda de la sierra nos encontramos con nuestro primer obstáculo, un pequeño collado que nos obligaba a descender por una zona de roca abrupta cuajada de hielo, había que usar las manos y dejar de lado los bastones. Se causó un pequeño cuello de botella en ese lugar debido a que el paso era un poco complicado y había que hacerlo con cuidado, mal para los que tuviesen vértigo y estuviesen poco habituados a lidiar con ese tipo de terreno.








Una vez abajo pude echar unas instantáneas espectaculares del grupo descendiendo y “destrepando” por aquella escarpada ladera, me recordó mucho al mes de diciembre del año anterior cuando nos tuvimos que encontrar en Columbares con un paso parecido, los compañeros que ya habían superado aquel obstáculo se perdían ladera arriba hacia el punto más alto de la excursión. Una alambrada cruzaba la cumbre de la sierra y nos obligaba a saltar por encima, nos preguntamos para que serviría, que límite separaría aquella construcción... lo cierto es que un buen tramo de la misma venía muy bien como “quitamiedos” ya que evitaba que si alguien rodaba por la ladera terminase barranco abajo. El camino volvió a subir, había que tomar las alturas de nuevo, la nieve se acumulaba en algunos puntos tanto que nos obligaba a tantear el terreno. Delante nuestro las huellas de nuestros compañeros en ocasiones se hundía a medio metro de profundidad y formaban trampas en las que quedar pillado en la nieve con riesgo de lesión.







Tras aquel interminable ascenso en el que tuvimos que usar en alguna ocasión más las manos, y hacer, al menos en mi caso, alguna que otra desagradable arrastrada de culo llegamos al vértice geodésico. Pensaba que aquello era todo pero pude ver que la mayoría de los compañeros seguían caminando por la cuerda de la sierra en dirección a otro punto elevado que debía distar como medio kilómetro. Sinceramente estaba agotado, literalmente machacado no solo por los ochocientos y pico metros de desnivel acumulado sino por tener que lidiar con un terreno en esas condiciones. Ganas me dieron de quedarme en el vértice geodésico y pasar de continuar sobre todo sabiendo que el camino de ida y vuelta era el mismo... pero no quise quedarme ahí, no había caminado tanto para hacer aquello más corto o caminar menos que el resto de mis compañeros, algunos de los cuales venían ya de vuelta.







De modo que en compañía de algún que otro colega rezagado emprendí el ataque al último punto elevado. Me lo tomé con calma e hice cuantas fotografías pude, justo estaba comentando a una compañera la suerte que habíamos tenido con la metereología aquel día cuando la cosa empezó a cambiar de modo drástico... desde luego que como hombre del tiempo no tengo demasiado futuro ;-). Alcanzamos aquel extremo de la ruta y apenas echamos unas pocas fotografías y emprendimos la vuelta el sol empezó a ocultarse tras las nubes... la temperatura empezó a bajar.





Allí mis compañeros estaban descansando y comiendo esparcidos alrededor del vértice geodésico, yo apenas aguanté diez minutos... empezó a soplar un viento helado que nos hizo levantar el campo, par la vuelta alargué mis bastones y me quité los guantes... me los tuve que poner a toda prisa, no se trataba ya de frío... era ya dolor. Debíamos estar a siete u ocho grados bajo cero en aquel momento... veamos estábamos a dos mil ochenta y cinco metros de altitud, a finales de diciembre en medio de un paisaje completamente nevado... lo raro hubiera sido estar calentitos :-).






Apenas pude dar dos mordiscos al bocadillo, reponer líquido y darle un buen trago a la petaca, recogí todo a prisa y de nuevo para abajo. No había descansado ni comido, aquello ya era demasiado para mí pero no tenía más remedio que moverme aprisa. Ni que decir tiene que el camino de vuelta por la cuerda de la sierra hasta el collado no fue precisamente un paseo. Aquellas zonas complicadas para subir donde habíamos tenido que usar las manos y tener mucho cuidado con las rocas cubiertas de nieve y hielo se convirtieron en una zona de descenso bastante desagradable. Durante el trayecto de vuelta hasta el collado el grupo formó una columna mucho más larga que a la ida, eso hizo que al llegar al mismo los que estaban allí de los primeros comenzaron su vuelta, no quise seguirles el paso, necesitaba descansar, tomar un analgésico para calmar el dolor de mi rodilla “mala” que me estaba matando, el paso por la nieve, las posturas forzadas para atravesar obstáculos, el frío y el llevar ya varias horas caminando sin parar me tenían frito, me faltaba justo ese descanso del que el frío viento nos había privado.








Casi con los últimos emprendí la vuelta, aunque parecía fácil seguir el rastro de nuestros compañeros en la nieve, una verdadera “riada” de huellas, hubo un punto en que nos despistamos y aunque sabíamos que íbamos en la dirección correcta delante de nosotros no había huella alguna... estaba claro que no habíamos pasado por allí en la ida y que a la vuelta nadie de nuestros compañeros había seguido aquella ruta, no se en que punto nos salimos del camino pero el caso es que no tuvimos dificultad en volver al mismo, descubrimos las huellas más adelante... durante el descenso por el barranco Mocaroles di un paso en falso y una de mis piernas quedó atrapada en la nieve... la otra hizo un movimiento forzado y el abductor de mi pierna derecha me atizó un buen latigazo, un compañero me ayudó a salir de aquella trampa y me flexionó la pierna para combatir el calambre. Dos días después todavía me dolía. Afortunadamente cuando volví a entrar en calor caminando aquello desapareció, era simple fatiga muscular lo que tenía ya.






Menos afortunada fue nuestra compañera Eloisa, cuando ya salíamos del barranco y pisábamos la pista forestal nos llegó la noticia de que había sufrido un esguince, la cabeza del grupo se paró y un buen número de compañeros con José Antonio a la cabeza iniciaron la vuelta para ir a recogerla, durante nuestra aproximación al lugar donde se encontraban los autobuses nos encontramos con Eugenio que venía en su coche para acercarlo lo más posible para recoger a la compañera lesionada, no pudo acercarlo mucho debido a la cantidad de nieve que había en aquella pista pero algo debió de acortarle el camino. Por una llamada telefónica recibida ya cuando estábamos en Murcia nos enteramos de que le habían escayolado el tobillo porque por lo visto aparte del esguince había una fisura... esperemos que pronto se recupere y vuelva a caminar con nosotros ¡ánimo Elo!.





También llegaron a mis oídos a través de "radio macuto" otras dificultades que habían sufrido otras compañeras, una con un mareo y otra con un pequeño ataque de ansiedad al tener que lidiar con aquel barranco helado... la ruta no había estado exenta de problemas, afortunadamente compensados de sobra por el espectáculo del que habíamos sido testigos y que difícilmente olvidaremos. Junto a los autobuses pude por fin consumir en compañía de unos compañeros la comida que quedaba en mi mochila y emprender el camino de vuelta a casa con el estómago lleno. Dulces, una bandeja con jamón, una botella de vino, de nuevo mi petaca de licor... no nos privamos de nada, nos lo habíamos ganado.





Durante la vuelta me cambié de pantalones y calcetines en el autobús, mis pies habían pasado el día mojados y helados y suplicaban por un poco de calor, el gore-tex de mis botas había demostrado tener más agujeros que un colador y necesitará una buena reparación en forma de spray en cuanto pueda, pensé en la enorme pila de ropa sucia que iba a acarrear a casa. Una vez en la ciudad acompañé a Loles y José Antonio así como unos cuantos compañeros entre los que se encontraban Santi, Pilar, Dani, Ágata... a un bar cercano al lugar de donde solemos salir en nuestras rutas, allí brindamos por el buen término de la marcha, no había prisa por volver a casa. La velada terminó en compañía de un grupo aún más reducido en un turco donde cenamos con buen apetito a pesar de lo que habíamos comido en ruta y bebido luego después. Mi cuerpo era una esponja que absorbía toda la bebida que le echasen, creo que en casa apuré cuatro o cinco vasos de agua nada más llegar.




Y así terminó la última ruta del grupo senderista, un año magnífico, si ya el 2,008 me pareció sobresaliente con aquel punto y final en Revolcadores este año ha sido aquello mismo pero elevado al cuadrado, unos viajes excelentes, rutas exigentes, nieve, frío, lluvia, calor, he sido testigo de paisajes espectaculares, cumbres nevadas a más de tres mil metros de altura, vadeado ríos, cruzado puentes, he caminado por las morrenas de glaciares, por senderos de roca volcánica, bebido agua de docenas de fuentes, cursos de agua y manantiales de montaña, caminos embarrados, pedregosos, anegados de agua, cubiertos de nieve, tapizados con hojas... he vivido experiencias con las que hace unos pocos años nunca hubiera soñado... y lo mejor de todo ha sido poder compartirlas con gente tan maravillosa.


No se cuando volveré a escribir algo aquí, la idea de dejarlo ya me ronda la cabeza... hasta entonces me despido de vosotros deseándoos que paséis unas felices fiestas en compañía de vuestros seres más queridos y que este próximo año 2,010 a pesar de tantos malos augurios sea al final, en lo que a senderismo se refiere, parecido a este que termina...


¡¡¡¡ HASTA PRONTO !!!!






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