viernes, 24 de diciembre de 2010

Los viajes olvidados del 2.010



Algunas explicaciones tan innecesarias como inevitables.


Ya advertí en mi artículo sobre el Valle del Jerte que aquel sería el último en este blog escrito en el formato y de la forma acostumbrada, la verdad es que aunque disfruté con su redacción acabé un poco harto de hacer siempre lo mismo y me dije que no volvería a publicar nada aquí de esa forma, es decir una crónica detallada de un viaje o excursión intentando evitar en la medida de lo posible aburrir al personal y dando rienda suelta a mi habilidad para escribir, mejor o peor claro.

En mis artículos sobre senderismo hay un poco de todo, relatos pormenorizados y precisos de lo acontecido mezclados con muchas impresiones personales y subjetivas de como viví yo aquellas excursiones... todo ello atiborrado de insertos fotográficos que me causan más trabajo que la redacción de los artículos en sí resultando un trabajo aburrido y rutinario, algo que no me sucede nunca con la redacción de los mismos, un verdadero placer para mí.

Así que me dije ¡hasta aquí hemos llegado! tenía que cambiar la forma de hacer las cosas... sin embargo no he dado con la clave, mientras le daba vueltas al asunto pasaban las semanas y se sucedían los viajes, se acumulaba por así decirlo el "trabajo" y tuve que renunciar a escribir sobre muchas cosas, tampoco es que se perdiera nada... ¿algo que contar que no haya relatado ya diez veces?, realmente no. En septiembre me forcé a mi mismo a escribir sobre un viaje turístico a Irlanda, limité el número de fotografías a treinta... y di de alguna forma con la clave para no perder el interés de seguir con este blog, aligerarlo un poco en la sección fotográfica.

De modo que ahora a finales de este 2.010 me propongo continuar con el mismo, sin embargo a partir de este momento solo escribiré sobre viajes que REALMENTE me hayan impresionado o supuesto alguna novedad, vamos que no sean más de lo mismo por mucho que me guste y viva estas experiencias al 100% disfrutando de cada paso, de cada foto y de cada momento pasado en compañía de los mejores compañeros del mundo. Me impongo además el límite de treinta fotografías por artículo... como suelo tener costumbre de subir una ámplia selección de las mismas a Internet y poner enlaces en el foro del grupo senderista y en mi perfil de Facebook no hay problema con ello ¡todavía no he recibido petición alguna de enviar fotos desde que lo hago! , de modo que aunque me gusta la fotografía (llevo más de 9.000 fotografías este año relacionadas con el senderismo) estas pasan a un necesario segundo plano.

Pero eso será ya en 2.011 ¿y que pasa con todos esos viajes que he realizado este 2010? ¿quedarán para siempre en el saco del olvido? ¿tan mediocres o sosos han sido?... en modo alguno, pero claro ya no puedo ni quiero escribir nada de la misma forma, y por otra parte siento que tengo una deuda contraida con esta afición, con este blog y con la gente que ocasionalmente entra o ha entrado a verlo, es por ellos que paso a escribir este breve resúmen de lo mejor de este 2.010 que he vivido y sobre lo que no llegué a escribir nada aquí. También se da el caso que me apetece un horror hacerlo... ya tenía mono de darle a las teclas y rememorar mis experiencias en el campo y la montaña del 2.010, un año que no se ha distinguido para mí por haber traido cosas extraordinarias en esto, no ha habido un viaje como el de Sierra Nevada o Pirineos como el año pasado que fueron excelentes, pero si que ha habido muchas experiencias, más cantidad... y eso merece que le dedique una parte de mi tiempo por si algún navegante despistado o algún amigo ocioso desea invertir un minuto siquiera en la lectura de este artículo.


Comienzo pues ya sin tanto rollo patatero, mira que soy plasta, mi relato de:

Los viajes olvidados del 2.010

SANTIAGO DE LA ESPADA - Regreso con los montañeros. (8 y 9 de mayo)

Cuando Arturo Pineda me abordó en la calle durante el bando de la huerta, coincidí con él y su novia en compañía de los colegas senderistas, y me preguntó "¿te acuerdas de mí?" ... "claro que me acuerdo ", "¿Qué pasa que ya no vienes con nosotros?", "aquella vez que estuve con vosotros en Sierra Mágina fue por mediación de Antonio Paredes", "no te hace falta, visita nuestra página web y animate a hacer algo con nosotros" ... fue todo lo que hablamos, no podía pensar en ese momento que era una premonición.

Dos semanas después me encontraba en un bar que hay debajo de la biblioteca del antiguo cuartel de artillería donde solía quedar con un amigo para analizar partidas de ajedrez, nos encontrábamos pasando las jugadas al tablero tratando de descifrar los pensamientos del campeón del mundo, Viswanatah Anand, que en aquellos días defendía su título frente al búlgaro Veselin Topalov, andábamos ambos impresionados por su majestuoso juego en la tercera o cuarta partida, ya no lo recuerdo, cuando a eso de las ocho y media sonó mi teléfono móvil... un fastidio pensé, hasta que ví que el que me llamaba era Antonio Paredes... y eso solo significa habitualmente alguna proposición "deshonesta" para embarcarme en alguna aventurilla campestre.

Así era, me invitaba a participar en un fin de semana con los chicos de Arturo, club montañero de Murcia, en unas rutas en Santiago de la Espada... cuando ví la fecha en que se celebraba el evento no di crédito a mi suerte ... ¿8 y 9 de mayo? ¡pero si el 8 es la fecha de mi cumpleaños! ... acepté sin dudarlo, celebrar mi cumpleaños pateando el campo en compañía del club de montaña más antiguo de nuestra querida España era más de lo que podía imaginar. Este no sería un cumpleaños más, otro de esos días odiosos en los que sientes como se te escapa la vida a la vez que la cifra de tu edad aumenta en una unidad y te preguntas ¿y que carajo he hecho yo hasta ahora? ... nada de eso, sería un cumpleaños diferente y emocionante que me haría olvidar el hecho de ser un año más viejo :-).

Bien temprano quedamos aquel día para hacer el viaje... el plan era hacer dos rutas ese fin de semana, una más larga el sábado 8 y otra más corta y teóricamente más fácil el domingo... luego vuelta a casa. Llegamos con algo de retraso, lo que ocasionó que tuviésemos que correr... el club montañero no es el grupo senderista y aquí hay que ponerse las pilas, no hay un San José Antonio velando por cada uno de sus niños, esto es un grupo de adultos y llevan los horarios a rajatabla, abordamos al grupo justo cuando se terminaban nuestros quince minutos de cortesía y no se molestaron en esperar a que sacáramos los bártulos del coche o recibir explicaciones, tuvimos que salir zumbando tras ellos.


Días antes Antonio Paredes me informó que se venía Loles con nosotros, otra alegría, allí además de a Antonio, Loles y Arturo pude reconocer a un par de compañeros del extinto grupo senderista Enza (RIP), y también coincidí con Esther, otra compañera del grupo, no era como andar un domingo con los senderistas pero casi casi. La ruta del sábado 8 día de mi cumpleaños por si alguien lo ha olvidado ya ;-), fue una preciosidad, nos pateamos más de 25 kilómetros por las cercanías de Cotorríos y Pontones, una zona de campo salpicada por poblaciones abandonadas, el compañero que hacía de guía nos explicó la historia de aquel lugar.


Resulta que aquella zona fué declarada parque nacional y las tierras y viviendas de diversos caseríos y aldeas expropiadas, nos comentó como aquellas pobres gentes fueron echadas de sus tierras y su camino de partida de aquellos lugares que habían constituido toda su existencia se cruzó con el de las máquinas que marchaban en dirección a sus casas para echarlas abajo. Nos encontramos varios caseríos abandonados y un par de aldeas fantasmas, con casas semiderruidas y puertas tapiadas... todo en medio de la nada, un lugar que parece estar a un millón de kilómetros de ninguna parte.

Destacar de aquella ruta la colección de arte rural que varios compañeros consiguieron expoliar de entre las ruinas, total para dejarlo allí pudriéndose, la visita a una cascada y otra a unas formaciones rocosas espectaculares... el campo estaba en todo su apogeo en aquella semana de comienzos de mayo y me es dificil expresar lo feliz que me sentí aquel día. Me apetecía además vivir un cumpleaños como ese, rodeado de gente que no conocía y libre de presiones, a mi aire, haciendo lo que más me gusta... siendo en definitiva yo mismo. Eché un porrón de fotos y a la vuelta a aquel villorrio de nombre tan rimbombante "Santiago de la Espada", donde solo hay una calle que merezca tal nombre y el hotel hace más bulto que el propio pueblo, recibí alguna que otra felicitación en la mesa durante la cena. Me rasqué un poco el bolsillo y compré una gorra del club montañero... me hice el propósito de volver a otra ruta con ellos... todavía no lo he cumplido.


Al día siguiente en teoría tocaba una ruta más sencilla y corta, algún que otro compañero en baja forma física debido a la avanzada edad lo había pasado no demasiado bien el día anterior... de modo que en la ruta del domingo 9 que consistía en una ida y vuelta con subida a una pequeña cumbre llamada "El Almacilón" se harían dos grupos, el primero con Arturo a la cabeza en plan cañero, para intentar batir records olímpicos y que aquellos que no caminaron a su ritmo habitual el día anterior pudieran desquitarse. Y otro más lento en plan más tranquilo, sin prisas... como no podía ser de otra forma me apunté con los rápidos, quería medir mis fuerzas con aquellos veteranos montañeros a ver si daba la talla.





Y ni de coña, tuve que elegir ¿ruta con fotos o sin fotos?, porque si hacía fotos era imposible seguir el ritmo de aquella partida montañera que más parecía una jauría de perros hambrientos, hambrientos de cumbres, o bien ir con el grupo tranquilo y recrearme ... al final me quedé entre dos aguas, dejé que el grupo rápido tomara distancia, eché todas las fotos que quise y me mantuve muy por delante del vagón de cola. Ni soy un atleta aunque me gusta sudar la camiseta, ni tampoco un lisiado, un anciano o un chafamierdas (aunque alguna vez lo he sido) de modo que en aquel grupo me costó encontrar mi punto de equilibrio... no obstante una vez hallado el mismo disfruté como un enano. Si existiese la prueba "20.000 metros de marcha atlético fotográfica a campo a través" esa sería mi especialidad :-).


El Almacilón nos espera al fondo.




Aquella montaña era una preciosidad, como La Sagra, pero en pequeñito ... subí hasta la cumbre a mi aire, siguiendo cualquier sendero que fuese hacia arriba, allí estaba el grupo rápido al que sin esfuerzo se había incorporado super Esther, Antonio Paredes se quedó atrás con el furgón de cola y Loles... bueno Loles andaba haciendo compañía con una amiga que no se sumó a las marchas y que vino a la excursión en plan "retiro espiritual" ... con ambas estuve la noche anterior bebiendo y bailando en un pub del pueblo... un final de cumpleaños espectacular :-).

Una vez culminada mi solitaria ascensión a aquella mini-montaña llegó la bajada, por unas sendas estrechas y unas pedrizas que me hicieron perder de nuevo el tren "rápido" y volver a caminar solo, aproveché que sabía por donde ir y que tras mío todavía marchaba un grupo de compañeros para relajarme un poco, echar abundantes fotografías a aquellos preciosos paisajes y reflexionar sobre cual podía ser mi sitio en aquel mundillo senderista-montañero, sin llegar a ninguna conclusión, aun caminando en soledad me sentí la persona más feliz de este mundo por vivir aquellos momentos ¡que pocas veces he experimentado en la vida esa certeza de forma tan viva como en aquella ocasión!.





Llegada escalonada al aparcamiento, salida progresiva hacia el pueblo, esperar y esperar a Antonio Paredes que llegaba con los últimos compañeros y camino a comer algo en el bar antes de partir... fue un breve fin de semana que me dejó muy buen recuerdo y me permitió comenzar con muy buen pié mi 42 año de existencia en este mundo.


VADO DE TUS 2.010 versión 1.0
(22 y 23 de mayo.)

A finales de mayo participé con el Grupo Senderista de Murcia en un fin de semana en el Vado de Tus (Albacete), era un lugar ya conocido por mí y visitado en dos ocasiones, una en 2.007 con un grupo de colegas senderistas en un viaje organizado por Loles, andaba entonces convaleciente de una importante lesión de modo que pasé todo el tiempo haraganeando por las casas del Batán donde estábamos alojados y disfrutando de unos agradables baños en el río. Otra ya relatada en mi antiguo blog en compañía de Antonio Paredes y un pequeño pero muy selecto grupo de compañeros senderistas en el verano de 2.009.

Ambas ocasiones me dejaron a medias ya que no hice ninguna ruta importante por la zona, de modo que aproveché la ocasión para sacarme la espina que tenía clavada desde entonces. Creo que aquel lugar es de sobra conocido y desde mi primera visita hace tres años y medio forma parte de mis sitios favoritos para el senderismo.

Tiene además la condición de que el río Tus que discurre por ese pequeño valle no llega a secarse en verano, estando sus aguas a bastantes grados por debajo de la temperatura ambiente... ello le convierte en un lugar apetecible de visitar incluso en verano, una ruta por sus riberas con baño incluido en sus pozas es una verdadera experiencia ¿cuantos sitios así hay cercanos a nuestra región?, bien pocos.

Fue un viaje que me permitió conocer la zona, visitar las zonas elevadas que circundan el valle, fotografiar una y otra vez el espectáculo de la naturaleza y sobre todo volver a disfrutar de la experiencia de un fin de semana en la buena compañía acostumbrada.

Me quedo no obstante con dos recuerdos, el primero que aquel viaje fue el primero en el que no se montó de noche la acostumbrada juerga... ignoro el motivo pero aquel turno igual no nos pilló con ganas de juerga o que se yo, pero era el primer viaje con el grupo en el que veía a todo el mundo recluido en sus casitas a hora prudente. Menos mal que nunca faltan compañeros amantes de la juerga aunque en esta ocasión fueran minoría, y no faltaron momentos divertidos con aquel simulacro de barbacoa y aquella divertida e improvisada cuadrilla que recorrió las casas buscando "posada". Al final lo pasamos bien pero respecto a otros viajes me quedé con la sensación de que me había sabido a poco.








El siguiente recuerdo es para la compañera que el día de partida hacia el Vado fue "secuestrada" por otras compañeras, había sitio para ella en el bus y un grupo de amigas decidieron que aunque estaba allí solo para despedirnos, con lo puesto vamos, que se tenía que venir con nosotros... así fue. Aquella chica hizo el viaje con nosotros y pasó dos días "de prestado" con un equipo improvisado... una buena muestra que donde hay buenos amigos y almas generosas nunca falta de nada. Tras aquel viaje tuvimos que eliminarla de nuestros reportajes de fotos y vídeos de forma apresurada porque se suponía que ella "no estaba allí" ... que andaba malita en casa con una baja laboral, no era plan que la viera nadie de su trabajo bañándose alegremente en aquellas frías aguas del río Tus, el grupo es muy grande y al igual que hay gente muy buena seguro que también la hay no tan buena, deslenguada y envidiosa.





Uno de los muchos vadeos del río en aquella ruta... el agua estaba tan fría que casi dolía.





VADO DE TUS 2.010 versión 2.0
(12 y 13 de junio.)

Tras el paso de nuestro grupo por el Vado de Tus le tocó la oportunidad al segundo turno, evidentemente yo no participé ya en ese viaje, pero sí el amigo Antonio Paredes que quedó tan encantado de la experiencia, el campo estaba aún más hermoso y florido, que se dijo a sí mismo que aquello había que repetirlo pero en plan "petit comité". De modo que hizo algunas llamadas de teléfono y nos invitó a unos cuantos amigos a participar en otra escapada de fin de semana.

Antonio ya sabe que puede contar conmigo siempre, que no le fallo y que si en alguna ocasión no participo en algo que él propone se lo digo con tiempo, nunca lo dejo tirado... cosa que si hacen otros, tal y como le ocurrió con ese fin de semana donde al final no fuimos tantos como pensábamos aunque desde luego que formamos un grupo muy bien avenido.

Recuerdo a Bárbara, a Juan y Paqui, a Carolina y su amiga "la asturiana", a Jessica, a Fran, Domingo... y que me perdonen los que no nombro pues mi memoria se detiene ahí.

¿Que íbamos a hacer allí? ¿más de lo mismo? ... bueno sí y no, recuerdo dos rutas, una que nos llevó por sitios ya visitados con el Grupo Senderista en la que subimos a las alturas que rodean aquel precioso lugar, y otra realizada el último día buscando la enigmática "cueva del agua" ... una ruta breve pero muy divertida por lo dificil del acceso a aquel sitio tan escondido, en ocasiones tuvimos hasta que trepar por los escombros que las lluvias habían dejado en el sendero, un remojón tras otro en aquellas aguas tan frías que incluso en aquel mes de junio resultaban dificiles de soportar... en fin, una de esas rutas en resúmen en las que uno se alegra de terminar entero ;-).


Rumbo a la cueva del agua... hay que ir preparado para la que cae del cielo y la del río.




Paseos a la luz de las estrellas, visita a otro grupo de amigos que se alojaba en casas del Batán, (nosotros estábamos en las casas de Africa), una barbacoa, conversaciones animadas, fotos y más fotos, saludos a viejos compañeros muy queridos por mí... Lucía la amiga de Carolina comentaba admirada que aquello le recordaba a su querida Asturias, seguramente no podía imaginar que un lugar tan al sur como aquel que dista pocos kilómetros de nuestra Murcia pudiera estar tan verde. La zona del Vado de Tus con su balneario, su camping, su río de aguas frías y cristalinas y sus complejos de casas rurales es todo un lujo y un paraiso para el amante del senderismo, uno de esos lugares a lo que ni te planteas la posibilidad de ir o no ir... si se da la ocasión dices que si sin dudarlo un segundo.


El arroyo afluente del Tus que seguimos corriente arriba en busca de la "cueva del agua"



Carolina al frente, Antonio Paredes en su atuendo veraniego mira divertido a la cámara.


Mención especial merece el hecho que tanto Antonio como yo celebramos nuestro santo el domingo 13 de junio... felicitaciones por parte del grupo, por parte del otro que fuimos a visitar por la noche, e incluso un regalo inesperado por parte de nuestra amiga Carolina, siempre tan agradecida y cumplidora ella, una gorra sahariana para el Sr. Paredes y otra para mí... desde el mes de junio es la que suelo llevar a casi todas mis excursiones.

Un bonito fin de semana que constituyó un premio inesperado ... ¿cumpleaños y santo del mismo año pateando el campo? ... menuda suerte.


NAVACERRADA un fin de semana ¡maravillooooooso! ;-) (26 y 27 de junio.)

Este fue un viaje al igual que el anterior organizado de forma "extraoficial" por compañeros del grupo senderista, en esta ocasión el alma mater del proyecto fue nuestro querido compañero Jorge Estebaranz. Él es de Madrid, aunque resida en Murcia y esté casado con una "murcianica", nuestra compañera Isabel Andreu, y por lo visto tenía ganas de mostrar a sus amigos senderistas murcianos que la comunidad madrileña es algo más que una monstruosa ciudad llena de ruido y contaminación, que también posee parajes naturales hermosos y dignos de ser visitados, fotografiados y pateados por nuestras botas. Es allí en la Sierra de Guadarrama en las cercanías del puerto de Navacerrada, frontera natural entre la comunidad madrileña y Segovia, donde por lo visto se aficionó ya desde bien pequeño al senderismo y montañismo en la buena compañía de sus padres, a los que pudimos saludar durante nuestra estancia allí, dos personas cálidas y amables al igual que Jorge que concentran en sí lo mejor del espíritu castellano, tan abierto con el que viene de fuera sin la mezquindad de otros pueblos peninsulares encerrados en sí mismos, así suelen ser los habitantes de las tierras de fácil acceso donde los caminos se cruzan, como nuestra querida Murcia.

El viaje fue preparado de forma concienzuda durante más de un mes, Jorge nos preparó unas hojas con planos y la historia del lugar, estuvimos alojados en un albergue que parecía una fortaleza en medio de un complejo turístico semi desierto en aquellas fechas pero que debía de estar hasta los topes en invierno por ser la estación de esquí más cercana a Madrid.

¿Que tal el monte que rodea a aquel lugar? ... simplemente precioso, limpio y con una naturaleza que más que cuidada parece mimada por los lugareños. Unos senderos bien trazados, unos árboles centenarios, cumbres bellas y majestuosas, una orgía de flores y arroyos de aguas transparentes que a uno le cuesta trabajo imaginar tan cerca de una urbe como Madrid... quizás sea porque la mayoría de los habitantes de la capital viven de espaldas a esa realidad que tienen a sólo sesenta kilómetros por lo que aquello se conserva tan bien. Que siga así por siempre jamás.

Dos rutas como de costumbre... una más larga el sábado, con un buen desnivel, en la que recorrimos parajes de una singular belleza, y otra más corta el domingo, una subida al pico "Maliciosa" ... breve pero con su dificultad y su ración más que sobrada de bellos paisajes listos para ser captados por el ansioso objetivo de nuestras cámaras. Naturalmente que la noche del sábado tuvo su ración correspondiente de bebidas, cena y baile ... como está mandado :-).










De este viaje destaco aquel chiste que contó Santi y que tanto nos hizo reir, de ahí el título de este apartado, la sustracción de una buena cantidad de botellines de vino del comedor para luego llevarlos en la ruta del domingo en las mochilas... y el descojone de Eugenio cuando me abrió la puerta de la habitación y me vió allí en el pasillo chorreando y mojado como un gato, se reía porque acababan de cortar el agua del albergue y apenas pudo terminar su ducha, menos mal que restablecieron el suministro pronto :-).







La cumbre nos espera... creo que fueron más de mil metros de desnivel en aquella ruta, la cumbre "Montón de trigo nos esperaba".






Las mejores rutas y los mejores compañeros en un viaje 10, posando en la cumbre del Maliciosa.







También me quedo con el visionado del partido de la selección española en un bar restaurante, creo que contra Uruguay, en el camino de ida... allí estuvimos animando la cosa con banderas incluidas, en aquellos momentos no daba un euro por ellos ni en el caso de que se clasificasen... semanas más tarde la selección se proclamaba campeona. Un fin de semana sobresaliente y unas rutas que en nada tuvieron que envidiar a las mejores realizadas este año, tenemos que volver a Guadarrama.


CASTRIL Y CAZORLA - ensalada de lechuga salvaje.
(17 y 18 de julio) ( 17 a 21 de agosto)

A través de mi amiga Carolina conocí a Juan Carlos, un compañero senderista que habitualmente camina con el grupo "Nazíos p' andar" de Puente Tocinos y que además participa en un pequeño grupo autodenominado "los lechuguinos salvajes", son cuatro amigos que comparten una afición común por el senderismo y que periódicamente se reunen para hacer rutas en las que además invitan a participar a los incautos de sus amistades que no les conocen todavía lo suficiente ;-).

De modo que fui invitado, junto con Raquel, otra compañera del grupo, a participar en sus actividades y unirme a tan singular cuadrilla. La primera experiencia que tuve con ellos consistió en una visita a la Sierra de Castril, este es uno de esos lugares que deseaba visitar desde hace años y ellos me brindaron la oportunidad, Juan Carlos, Cristóbal, Juan y Antonio apodados por nosotros como simplemente "los lechugos" Raquel y yo nos dispusimos a pasar un fin de semana en Castril.

Aquella sierra me impresionó, solo el verla desde lejos ya impone, es tan abrupta que parece una serie de descomunales peñascos que se hubieran descolgado de los cielos... no esperaba que fuera así la verdad. Debido a los calores las rutas fueron breves, el sábado una visita a una cerrada del río Castril con pasarelas parecidas a la cerrada de Elías de Cazorla, con su correspondiente dosis de cervecillas y tapeo al finalizar. La cena por todo lo alto en el hotel donde estábamos alojados, una cosa que caracteriza a este grupo es que les encanta comer bien y ya sabes que toca comer de mesa y mantel siempre que la ocasión lo permita.





La ruta del día siguiente consistió en una visita al nacimiento del río Castril, buenos paisajes, bonitas sendas, algún encuentro con fauna silvestre... me recordaron y mucho a los desolados parajes de los Pirineos que había visitado el año anterior y a las pedrizas de la Sagra, vi el sendero que partía hacia la cumbre del famoso Empanadas... y me dije que en alguna ocasión no me quedaría en ese punto.





No faltaron remojones en las frías aguas del Castril, más frías incluso que las del Tus, exploraciones de lugares nuevos que se salían de la ruta, y naturalmente muchas fotografías. El día anterior además habíamos visitado un pantano donde nos entretuvimos como chiquillos con los bichos, hicimos fotos arrojando piedras y disfrutamos del lugar. Este es un grupo diferente con un ritmo diferente y formas distintas de hacer las cosas a las que estoy más acostumbrado, cuesta trabajo cogerles el paso y adaptarse a su ritmo... tanto en el monte como en las rondas de bebida :-).

En el verano marché con ellos a Cazorla, aquello surgió en una reunión tras lo de Castril donde Cristóbal, guía y cabeza pensante del grupo, nos propuso pasar unos días en la conocida y ya visitada por mí sierra jienense. Íbamos a alojarnos en esta ocasión en Arroyofrío. En esta ocasión ya el viaje no fue tan redondo para mí como la visita a Castril, y sin que fuera culpa de nadie, llegaba renqueante y convaleciente tras la animalada de la vuelta al Mar Menor donde terminé con un pie bastante tocado... no podía faltar a la cita ya que aquello estaba reservado y pagado de forma que me dispuse a pasar unos días tranquilos y caminar siempre que me fuese posible.





Tardé más tiempo del previsto en recuperarme y aunque pude hacer una ruta con ellos, de nuevo repetíamos los mismos, las circunstancias hicieron mella en mi estado de ánimo y eso no contribuyó a que al final recordáse aquel viaje como de los mejores de este año. No obstante el veinte de agosto pude hacer una ruta de lo más interesante... pero la sensación final que me quedó es que no logré adaptarme a la forma de hacer las cosas y la mentalidad de esta gente y no conseguí conectar del todo de forma que un viaje breve se me hizo excesivamente largo y pasé demasiado tiempo solo.





Aparte de la ruta señalada tengo que comentar las cenas en el pueblo con la anécdota de la piara de jabalíes que cada noche bajan del monte y se acercan a la zona cercana al restaurante donde estábamos para mendigar comida, nunca había visto nada semejante y en verdad que fue espectacular ser testigo de una manada de aquellos animales venciendo en parte su natural precaución y timidez para dejarse ver y fotografiar por comida.



LA MADRE DE TODAS LAS MARCHAS SENDERISTAS XIII vuelta al Mar Menor. (14 de agosto)

Mitad de agosto... camino por un camino de asfalto sin una sombrita en medio de La Manga, son más de las tres de la tarde y el sol cae a plomo, el aguacero que me caló casi hasta los calzoncillos de hace unas horas hace tiempo que ya se secó, empiezo a sentir molestias en un pie, me quedan más de treinta kilómetros de marcha y comienzo a preguntarme ¿que coño hago yo aquí llevando esta camiseta naranja chillón en compañía de trescientos chalados más que como yo llevan caminando desde las seis de la mañana? ...


Cuando Carolina me comentó tras su peregrinación a Caravaca con los Nazíos p' Andar, yo estuve en esas fechas en el Jerte con el Grupo Senderista, que pensaba apuntarse a la vuelta al Mar Menor pensé que estaba loca o cuanto menos borracha cuando les hizo la promesa de participar :-), el caso es que no se echó para atrás y conforme se acercaba el uno de julio, día señalado para comenzar la inscripción, siguió tercamente empeñada en participar... aunque también con muchísimas dudas sobre si iba a aguantar aquello o no, más que dudas es que ni se imaginaba a sí misma cruzando la línea de llegada... pero como por otra parte tenía la tranquilidad de poder abandonar en cualquier momento decidió seguir adelante.

Y ahí me vi en un brete... ¿iba a consentir que esta chica me mojara la oreja?, una cosa es que 300 chalados cada año hagan esa animalada y otra cosa es que una chavala de tu entorno de amigos se apunte y demuestre que tiene más coraje que tu... un buen palo para mi orgullo, y no porque sea mujer sino porque es una novata que hace unos pocos meses hizo su primer nivel cuatro en el que hice un poco de angel de la guarda y me tuvo casi toda la marcha pendiente de ella. Aquel día cumplió con creces su objetivo de terminar su primera ruta "dura"... pero de ahí a embarcarse en una burrada como la vuelta al Mar Menor dista un abismo.

Aparte de eso meses antes la báscula me trajo la agradable noticia de que he subido de peso en este último año, vamos desde el verano del 2.009 para acá tras mi visita a los Pirineos no dejo de echar panza, empiezan a pesarme mis 42 añitos y mi afición por la comida, y por mucho que camine no hay manera ya de evitar la "curva de la felicidad"... apuntarme a esa ruta era una forma de forzarme a caminar durante el verano para ir preparado y no anquilosarme en casa todo el santo día enganchado al ordenador.

Pues ale, el mismo día 1 de julio me apunté e hice la transferencia, y tengo que reconocer que mis dudas de terminar aquella locura solo estaban un poco por debajo de lasde mi amiga y así lo manifesté sin reparo alguno a todo aquel que comenté el tema. No estimaba mis posibilidades en más de un 50% ... algo que sorprendía a más de un compañero o compañera que, ignoro el motivo, me ven más fuerte y atlético de lo que yo mismo me veo.

Y llegó el día, salimos del Centro de Alto Rendimiento de los Narejos, que punto de partida más apropiado ;-), a las seis de la mañana ... nos quedaban sesenta y cinco kilómetros y dieciseis horas de ruta por delante en pleno mes de agosto. Los que me conoceis en persona ya sabeis como soy, rubillo, sudo como una regadera y tengo una piel indecentemente blanca, vamos que no parezco murciano ni de broma... bien provisto de agua, barritas, analgésicos, antiinflamatorios, vaselina, mudas, spray anti-transpiración para los pies ... así comencé la ruta, y así la terminé ... a pesar del dolor, ampollas, calor... hasta una cagalera me dió en el último kilómetro :-) ... mi cuerpo ya no sabía como protestar por aquella locura.







Muchos kilómetros, bastante barro, un aguacero que nos cayó del cielo, y nunca mejor dicho, y alivió nuestro calor, molestias por más que previniese todo lo imaginable y al final mucho sufrimiento, pero menos que el de otros compañeros... solo dos ejemplos, el de Vicente un veterano senderista que con su enfermedad a cuestas y llevando en pleno mes de agosto una especie de calcetas que cubrían sus piernas para aliviar su fibromialgia terminó la ruta como bien me dijo posteriormente "con los dientes apretados y al borde de las lágrimas". O aquella chica que en el cruce de Las Punticas a Los Molinos vi caminar sola, algo extremadamente raro en una chavala jóven y guapa como ella, cojeaba con una rodillera... por lo visto había sufrido una contractura muscular al comienzo de La Manga, los sanitarios le pusieron la rodillera y una inyección, y sus compañeros la habían dejado allí sola porque ellos cruzaban caminando por la zona de los lodos... terminó la ruta con lesión y todo.

Y no fueron los únicos, vi a otra compañera caminar con dificultades incluso equipada de sendos bastones... 300 senderistas, 300 chalados si , pero también 300 héroes por un día que fuimos recibidos entre gritos de aliento y aplausos por los vecinos y veraneantes de los Narejos. Al final el diploma de haber participado, la foto de rigor y la cena bien merecida. ¿Y Carolina? ... aquí en la foto la podeis ver, fresca y resplandeciente ni que decir tiene que terminó más entera que yo.







Al día siguiente pues agujetas y ampollas que engordaron como ciruelas... y un pie que me tuvo fuera de combate varios días y me impidió disfrutar del viaje a Cazorla de la semana siguiente, pero eso son ya naderías que están más que olvidadas ¿el año que viene? ... me parece que me voy a quedar en casita el 13 de agosto que se supone que se celebrará de nuevo el evento, salvo claro está que la compañía valga la pena, en cuyo caso... mmh, mejor no pensar en ello que me canso ;-).




TRAVESÍA MAZARRON - AGUILAS, nuestra querida costa. (20 y 21 de noviembre).

Pasó el verano, y pasó de largo el viaje a Picos de Europa al que no pude ir, y pasaron las dos expediciones a Soria a las que no quise ir por no repetir viaje... todavía quedaba año y era posible añadir más viajes a la dilatada cuenta de este 2.010 tan próximo a expirar. ¡Y así fué! ... José Antonio se descolgó con un viaje de fin de semana a nuestra tierra, por primera vez en los años que llevo en el grupo, siendo además una travesía por la costa con la facilidad del escaso desnivel pero la dificultad de tener que andar como los caracoles, con la casa a cuestas.

Me entusiasmó la idea y me apunté acto seguido, a pesar de que fuesen rutas ya más que pateadas por mí la idea de pasar un fin de semana senderista con un buen mochilón a la chepa conviviendo con mis colegas del grupo sin tener que pasar horas y horas en un autobús era de lo más sugerente, deseé que hubiesen más fines de semana como estos.

Tal y como comenté para mí eran rutas de sobra conocidas, creo que la de Bolnuevo-Puntas de Calnegre la habré realizado como cuatro veces, entre rutas oficiales del grupo y otras, y la de Calnegre-Cabo Cope creo que ya había sido hecha por mí un par de veces por lo menos... ¿y que más da?, es invierno y en esa época si el tiempo acompaña el mar es tan hermoso y esa costa tan abrupta y escarpada que no faltan paisajes bellos y salvajes para contemplar y disfrutar. En verano aquello es un infierno insoportable pero ahora es el momento de caminar por aquella zona momentáneamente a salvo de especulaciones inmobiliarias debido a la crisis que andamos padeciendo más que por cuestiones de sentido común o mera justicia.







Desembarcamos junto a la desaladora del Valdentisco en Mazarrón y de ahí a patita hasta Puntas de Calnegre en un solo día con la mochila a cuestas llevando todo lo necesario para dos días. Era la tercera vez que usaba mi mochilón alpino que compré para los viajes a Sierra Nevada, intenté que este pesara lo menos posible pero al final marcó sus buenos diez kilos (con bastones incluidos) en la báscula. Dos días cuarenta y dos kilómetros por delante sin mucho desnivel, o eso suponía entonces.

Mis piernas aguantaron bien, llevé cuidado especialmente con mis rodillas usando siempre los bastones y dando pasitos cortos... en esas condiciones cualquier tropiezo no es que te de el día, es que te jode el viaje. Cuesta adaptarte a llevar ese peso pero al final te acostumbras... mi espalda fue la que más sufrió al final, justo antes de cada parada parecía que llegaba al límite de su resistencia, imposible describir el alivio que sentía cada vez que me la descolgaba de la chepa... afortunadamente uno va siendo veterano en estas lides y no me faltó de nada, hasta llegué a comer bajo la sombra de un paraguas calzado con mis zapatillas de andar por casa :-).







El albergue de Calnegre me gustó mucho, nuevo, limpio... la cena fue la única nota discordante y tengo que decir que no fue para tanto. De todas formas se notaba la poca experiencia de la gente del mismo a la hora de tratar a un grupo como el nuestro... una simple sopa hubiera acallado bastantes voces aunque siempre habrá gente que se queje por cualquier tontería. La "marcha" nocturna de Calnegre no fue espectacular ni más divertida que la de otras veces... si que fue en cambio más singular.

Fué un puntazo entrar en aquel bar de pescadores y ver a un buen número de mis compañeros ¡jugando al bingo! ... en mis viajes con ellos he visto de todo, pero ver aquella sala ocupada por senderistas-bingueros fue demasiado :-). El dueño de aquel bar estaba alucinado, en temporada baja en un momento donde no hay nadie en aquel pueblecito ver a un grupo de cincuenta senderistas llegados de la nada. No me extraña que cuando un grupo de compañeros cascaron una silla en uno de sus juegos el hombre sustituyera la silla de plástico por otra sin el menor asomo de reproche, aquel día no solo hizo más caja de lo acostumbrado sino que debió producirle a él y a los lugareños un tema del que hablar durante bastante tiempo :-).

Al día siguiente hicimos la segunda ruta programada, la parte más abrupta y bonita de nuestra costa... muchas fotos pero también una buena dosis de kilómetros de aburridas pistas, menos mal que al final tras nuestra llegada al pie de la torre de Cabo Cope José Antonio nos dió una "golosina"... por el mismo precio y fuera de programa opción de subir a las alturas de Cabo Cope, los que no tuvieran ganas marchaban de allí diréctamente a Calabardina, el resto creo que unos veinte y pico justo la mitad del grupo, seguimos los pasos de nuestro guía sendero cuesta arriba.

Fue la parte más dura y bella de la travesía costera, aquellas cuestas me hicieron resoplar, sudar y apretar los dientes... pero también me ofrecieron unas vistas impresionantes de la zona que me apresuré a capturar con mi cámara. A la semana siguiente iríamos el sábado a subir La Sagra, quien me iba a decir que al final de aquella travesía haríamos unos kilómetros de entrenamiento para afrontar el reto de nuestra querida montaña.







Y tras muchos metros de desnivel, abruptas sendas, cuidadosos pasos y montones de fotos llegamos al pueblecito de Calabardina. Llegué con mi provisión de agua agotada y con la necesidad casi tan imperiosa de quitarme de encima aquel mochilón de sesenta litros que pesaba ya como un mal matrimonio :-). Agradezco desde aquí la solidaridad de una compañera que me ofreció lo que quedaba de bebida isotónica de su botella para calmar mi sed, ni recuerdo ya su cara ni se su nombre, pero el favor no pienso olvidarlo fácilmente y esta es mi forma de volver a darle las gracias.

En fin, esto fue todo respecto a este bonito viaje, el primero con el grupo desde mayo... todavía queda el último acto de este año.



EL NERPIO, nueces, villancicos y barro.
(18 y 19 de diciembre)

En medio de fríos, nevadas y mal tiempo generalizado en toda España nos embarcamos en este fin de semana a la pequeña localidad albaceteña, todo aquel a quien se lo comenté me dijo lo mismo... ¡lleva mucha ropa y abrígate bien!, pues bien, al desembarcar en el pueblecito el viernes 17 por la noche vimos rastros de lluvia y el cielo sin estrellas, señal de que estaba cubierto de nubes, ¿frío?, ni siquiera un poco, vamos ni siquiera llegaba a lo que esa misma semana habíamos vivido en Murcia. Y había rastros de hielo por muchas partes, charcos con capas de hielo de dos y tres dedos de espesor, pero de frío bien poco.

Nos acomodamos en el camping del pueblo y distribuimos por casas rurales y "bungalows" ... me tocó en suerte uno de esos últimos, uno que parecía la "casita de pin y pon" según comentó una compañera, con unos dormitorios tan exiguos que si entraba uno a cambiarse el compañero de habitación se tenía que quedar fuera :-)... seis nos juntamos en aquella mini-casa, y doy fe que ninguno de ellos roncaba por las noches, porque como había que dormir con la puerta abierta para que el calorcillo de la calefacción que estaba en el pequeño salón entrase cualquier ruido nocturno se hubiese escuchado en toda la "casita". Por otro lado nos apañamos muy bien y tuve unos compañeros que llevaron, o se procuraron, de todo... no faltaron ni el café por las mañanas ni las tostadas siquiera... un lujo del que no todo el mundo disfrutó.

Las rutas tengo que decir que "ni fu ni fa y además embarrá" ... campo, y más campo, y más campo... algunos pinos, y campo y más campo. Nada destacable, salvo la ascensión a una peña en la ruta del domingo, algún que otro divertido cruce de alambradas espinosas, y barro, mucho barro, pesado cariñoso y pringoso que volvía a aparecer una y otra vez, lo que dio un toque de "encanto" a nuestras rutas. Más de la mitad del tiempo lo pasamos enfundados dentro de los chubasqueros debido a una lluvia fina pero persistente que añadió otro toque de "encanto" a las rutas... en mi caso una sudada monumental y un buen número de litros de aire húmedo y frío que al final me pasaron factura al volver, todavía ando disfrutando de un bonito catarro que me ha dejado fuera de servicio de forma momentánea.





También para ser justos tengo que comentar que la segunda ruta fue más corta de lo previsto y nos perdimos la guinda del pastel, la parte más bonita esforzada y espectacular... que por desgracia ya nos venía grande a casi todos, el domingo cuando a las dos de la tarde pisamos las calles del pueblo yo estaba hasta los mismísimos de tanto sendero embarrado, tanta lluvia y tanto campo gris verdoso ¡me moría por un puñetero plato de sopa caliente!, no estaba para deleitarme con unos paisajes que seguramente andarían ocultos tras una espesa capa de nubes de modo que cuando vi que la opinión generalizada era comer en el pueblo y parar ahí la ruta me faltó poco para dar saltos de alegría... de hecho pensaba "desertar" y elegir la opción fácil, algo inusual en mí, vamos que hubiera sido la primera vez... de modo que a comer todos juntos y tiempo de sobra para regresar cada mochuelo a su olivo y quitarnos las miserias de encima.






La comida fue lo mejor de aquel día ... y por supuesto la juerga nocturna del día anterior, tapeo, cena y sesión de villancicos en muy buena compañía. Por esa parte recibí compensación más que sobrada de lo deslucido de las rutas, hacía tiempo que no cenaba tan a gusto y me reía tanto en compañía de Guillermo, Trini, Encarni, Eugenio y otro compañero de cuyo nombre no me acuerdo. No veía a Encarni desde Paterna del Madera y como ambos tenemos el mismo sentido del humor... basto y de grueso calibre, me reí mucho con sus chistes y creo que ella y el resto de la mesa con los míos, en fin, cosas del vino y el buen ambiente de camaradería de aquella noche.







Pepe Tomás compuso para el viaje un "villancico senderista", vamos el villancico murciano que cantan los Auroros de Rincón de Seca pero con una letra cambiada, aparte de varios otros que trajo impresos en folios... nos juntamos una buena peña en el bungalow, no se como cupimos todos en el salón, y uno tras otro cayeron los villancicos y los chupitos del licor que trajo Eugenio, mi ron miel aliñado con zumo de naranja y el vino dulce que creo que trajo Juan. Una noche entrañable para el recuerdo, de lo mejor que he vivido desde que estoy en el grupo. Al día siguiente repetimos el villancico en el autobús como homenaje a José Antonio ¿acaso íbamos a perder la ocasión de ponerle incómodo y sacarle los colores? nada de eso ;-).


Epílogo.


Y bueno ... mi más sincera enhorabuena a todo el que haya podido digerir el texto anterior, como veis mis artículos ya no van a estar tan saturados de fotos, no será este el último que escriba mientras yo ande rodando por este mundo senderista, ¿cuando caerá el próximo?, imposible saberlo solo puedo asegurar al igual que hice hace meses que no será probablemente en la forma acostumbrada.

Y para terminar ya este último artículo del año 2.010 que rememora mis vivencias en estas actividades deseo emitir desde aquí un cariñoso recuerdo a mis colegas de "Las pelotas iluminadas", ese grupo de chalados que desde hace ya año y medio sube a caminar cada jueves por la noche, en ocasiones contra viento y marea... Miguel Angel, Vicenta, Santi, Inma, Mariano, Jessica, Hortensia, Carolina, Fran, Manuel, Enrique, mi primo Miguel, Lucía, Teresa, Antonio Paredes, José Luis y más gente que ha participado en forma esporádica en este tiempo... este año habeis sido mi mejor y casi único grupo de amigos y una segunda familia para mí, de verdad que no sabeis cuanto os quiero.

Para todos ellos y el resto de familia senderista mis mejores deseos para estas fiestas y para este año 2.011 que comienza en tan breve tiempo.

¡¡¡¡ HASTA PRONTO !!!

martes, 14 de septiembre de 2010

Irlanda, la patria del corazón.

Apenas cruzar el umbral de la portezuela del avión y comenzar a descender por la escalerilla noté el aliento frío de Irlanda, la “tierra del invierno” o Hibernia como la llamaron los romanos, era el uno de septiembre y dejába atrás el tórrido clima español. Al igual que mis compañeros había llevado colgada del brazo una chaqueta para evitar ocupar más sitio en la maleta y ahora el cuerpo nos pedía llevarla puesta, allí la temperatura debía ser como mínimo diez grados inferior a la de las cálidas tierras de Alicante donde embarcamos.





Ya desde la ventanilla del avión pude contemplar la isla y su verdor... también las tierras francesas ofrecían un espectáculo parecido de prados verdes, sin embargo se notó la diferencia de tonalidad cuando la aeronave sobrevoló la isla... y es que no hay una tierra tan verde como esta, incluso en un día nublado como aquel con el sol a medio gas.


Quedaban todavía algunas horas para ir al hotel, deshacer el pequeño equipaje y dar una vuelta por Dublín y sumergirnos en sus mágicas noches.


Dublín, primeras impresiones.


Me había hecho a la idea de ver una ciudad moderna, grande y cosmopolita aunque desde luego no esperaba que con su millón de habitantes aquello tuviese comparación con Madrid, Londres o París, pero sí al menos esperaba ver mucho cristal, cemento y acero junto con determinadas zonas “históricas”; en cambio me encontré con una ciudad que ha crecido a lo ancho, con pocos edificios altos y con una arquitectura tipo inglés omnipresente que le dota de un encanto especial. Quizás sea porque he salido poco de España y ando acostumbrado a los típicos edificios de bloques de pisos y al “feismo” que se impuso allá por los años setenta en nuestra arquitectura, tan vulgar, deshumanizada y condicionada por la escasez de suelo, pero lo cierto es que me produjo un impacto considerable el contemplar aquellas calles interminables con sus casitas dotadas de tejados a dos aguas, el uso masivo del ladrillo macizo y la piedra gris, todas esas fachadas de bajos comerciales pintadas en vivos colores y el uso de la madera antes que el frío metal.


Dublín al igual que otras ciudades de latitudes norteñas parece diseñada para aprovechar al máximo la luz y el calor habitualmente escaso. Me llamaron también la atención la ausencia de pasos de cebra como los españoles, hay zonas de paso para peatones con semáforos siempre cerrados al paso de los viandantes que necesitan ser activados mediante un botón, también me pareció una ciudad bastante limpia en comparación con las que suelo ver aquí aunque determinadas zonas por la noche no huelan demasiado bien debido a la aglomeración humana y el consiguiente depósito de desperdicios. El río Liffey fluye perezoso bajo los puentes de piedra que antaño vieron el paso de gabarras cargadas de cerveza Guinnes, esta marca de cerveza es toda una institución en Irlanda, especialmente en Dublín, y sus anuncios forman parte del paisaje urbano, allá donde haya un pub o cualquier local de copas vereis el logotipo negro con el arpa celta por todas partes.


La noche de nuestra llegada apenas pudimos hacer otra cosa que cenar en un supermercado, el horario Irlandés es diferente y allí se cena sobre las siete de la tarde, al igual que en Alemania y otros paises civilizados, hay que olvidarse del horario para mochuelos y vampiros que impera en nuestra soleada tierra donde la gente queda para cenar a las diez de la noche y sale de copas a las once o doce, el irlandés cena temprano y comienza a empinar el codo antes que el españolito de turno de modo que a las once y media van cerrando los pubs, quedando solo algunos, que poseen una licencia especial para ello, abiertos hasta eso de las dos o dos y media... un horario mucho más civilizado que el nuestro que parece haber sido diseñado para joder, con perdón, al prójimo.


Dublín de noche.


Durante el día Dublín es una ciudad como cualquier otra, con gentes atareadas marchando de aquí para allá, un tráfico denso, aunque mucho menos caótico que el de nuestras grandes ciudades y bastante menos ruidoso, apenas se escuchaba el cláxon de los vehículos... en comparación nuestro país es mucho más escandaloso, hasta nosotros hacemos mucho más ruido, creo que somos el segundo país más ruidoso del mundo tras Japón... otro motivo más para emigrar.


De noche el panorama cambia, las zonas de copas se ven invadidas por una multitud de turistas y lugareños que inundan literalmente la zona del Temple Bar, lugar de visita inexcusable si uno quiere empaparse del alma irlandesa. Naturalmente hay zonas más auténticas y genuinas, pero no son tan conocidas y uno necesita un guía que conozca la ciudad para descubrirlas, o al menos disponer de más tiempo, de ahí que los turistas vayamos como una manada de borregos a aquellos lugares señalados en las guías y si lo único que quieres es escuchar música en vivo y empinar el codo es el objetivo más fácil.





Turística o no, lo cierto es que no tuve la impresión de estar en un lugar prefabricado y allí se respiraba el aroma de la cultura irlandesa por todas partes. No creo que haya en el mundo locales de copas más bonitos que los pub irlandeses, allí el pub es toda una cultura, la música también y de la simbiosis de ambos surge algo que merece la pena vivir aunque sea una sola vez. De camino a la zona del Temple Bar pudimos disfrutar de nuestra primera pinta de Guinnes amenizada por la música de un grupo folk del país en uno de esos locales que parecen haber sido diseñados hasta el último detalle para ser visitados una y otra vez, con mil elementos decorativos imposibles de percibir en una sola visita, con una buena muestra de cervezas y licores, con cuadros con reproducciones de fotografías del levantamiento de 1,916, recuerdo dos en especial, una que mostraba el actual parlamento bombardeado por la artillería inglesa y otra con el Sr. Michael Collins paseando por las calles del Dublín de la época enfundado en su uniforme revolucionario... si, allí se respiraba a Irlanda por todos los poros, también en la voz recia y aguardentosa del cantante del grupo que sentado en un rincón entonaba bonitas melodías, algunas de las cuales fueron acompañadas por nosotros y el resto del público batiendo las palmas y con golpes rítmicos en el suelo.


En fin una grata experiencia que repetimos en más de una ocasión. La zona del Temple Bar estaba abarrotada de turistas, entramos en el T.B. Garden, un local que parecía engañosamente pequeño desde fuera y que resultó ser un conjunto laberíntico de habitaciones con capacidad para varios cientos de clientes, allí de nuevo volvimos a encontrarnos con la música en directo y un ambiente algo más “turístico”, se notaba mucho la afluencia de gente de fuera predominando, tal y como alguien del grupo nos apuntó, los norteamericanos. Música, canciones y bailes típicos irlandeses en un espacio exiguo, gran “ambiente” y por una vez en mi vida podía ver lo que me gustaría que existiese en España... poder salir de copas sin volver a casa con ropa apestando a tabaco. ¿Quién fue el listo que dijo que la ley anti-tabaco iba a quitar puestos de trabajo o perjudicar a la hostelería?... será en nuestro lindo país porque en Irlanda se ve que ha afectado bien poco, por primera vez pude ver a los individuos, que se dedican a apestar el aire que respiramos los demás en espacios cerrados excluidos de los espacios públicos y puestos en su sitio... en la calle, allí que exhalen todo el humo que quieran, total si también los coches y las chimeneas lo hacen.


La noche dublinesa terminó en otro local con un horario de cierre más tardío, fieles a nuestras malas costumbres españolas no queríamos salir de la zona de marcha antes de la madrugada, aunque pude comprobar que a diferencia de aquí lo mejor de la “movida” discurre entre las diez y las doce... a partir de ese punto decae bastante la animación y comienzan a aparecer los lamentables episodios protagonizados por el niñato borrachuzo de turno... a pesar del alcohol que se consume la gente de allí me pareció de lo más civilizada y amable que he visto, ni un pisotón, ni un empujón, ni un problema para moverte en locales abarrotados, siempre con un “sorry” en los labios ¿he dicho ya que me encanta la marcha de Irlanda?, pues ya está ;-).


El Dublín histórico.


Teníamos el día siguiente para ver Dublín con calma, esta no es una ciudad que te agobie con grandes distancias ni con una lista interminable de monumentos que ver... tras su visita creo que puede verse bastante bien en un solo día si uno se organiza bien, dos días a lo sumo si uno se lo toma con calma. Esto es relativamente poco tiempo comparado con otras grandes urbes europeas, lo que no significa que su visita carezca de interés. Además como se puede hacer la mayor parte de la visita caminando de esa forma comenzamos nuestro periplo por sus lugares famosos.


Nuestra primera parada por su cercanía al hotel fue la vieja fábrica de cervezas Guinnes que desde hace años ha sido convertida en un museo, la nueva fábrica completamente automatizada está junto a ella, en vez de ir diréctamente a su puerta dimos un rodeo por la amplísima manzana donde está situada, eso nos permitió ver con más detalle la zona y mi cámara pudo captar la insólita imágen de una iglesia junto a unos enormes depósitos de la fábrica... en Irlanda lo sacro y lo profano se entremezclan. Tras pagar la abusiva entrada recorrimos las siete plantas de la vieja fábrica convertida en museo. Allí nos quedó bien patente a todos el cariño que ponen los irlandeses en la confección de esta bebida y lo orgullosos que se sienten de la misma, ninguna marca o tipo de cerveza ha llegado a identificarse tanto con un país como la Guinnes con Irlanda.





Todo el proceso de su elaboración viene detallado en el recorrido, desde el agua usada procedente de los montes Wicklow a las afueras de la ciudad, las materias primas usadas, hasta su transporte que antiguamente se hacía en barriles y gabarras que recorrían el Leffey hasta el puerto donde se distribuía por todo el mundo. Muy interesante también para los forofos de la cerveza el espacio dedicado a la historia de la publicidad de esta marca, y por supuesto y como es de esperar la visita comenzaba y terminaba en una tienda llena de souvenirs de la Guinnes... algo apto solo para los más frikis.


Antes de viajar a Irlanda la había probado pero no había terminado de convencerme su sabor... ahora tras haber degustado unas cuantas pintas en Dublín sigue sin gustarme especialmente aunque reconozco que allí me ha sabido mucho mejor que en España, será cuestión supongo de seguir insistiendo aparte de respetar escrupulosamente el ritual de esperar al menos minuto y medio tras su puesta en el vaso para que el nitrógeno que lleva se evapore. La visita a la fábrica incluye una degustación de un cuarto de pinta más otra pinta entera en el “gravity bar”, un espectacular local acristalado situado en la séptima y última planta que permite unas vistas impresionantes de Dublín. Alli descansamos tras la visita y entrechocamos brindando varias veces nuestras respectivas pintas de Guinnes, a unos les gustó más que a otros pero ninguno dejamos de tomarla.




Tras esta visita que consumió un buen pellizco del tiempo que teníamos esa mañana para ver la ciudad nos encaminamos a la catedral de la Santísima Trinidad, o Christ Church “iglesia de cristo”, tal y como la conocen los dublineses, es una de las dos catedrales de la ciudad, la otra es la de San Patricio patrón de la isla. Allí conseguimos un descuento de grupo para visitar una especie de “museo vikingo” anexo a la misma ya que según la historia fué un rey vikingo el que mandó comenzar su construcción allá por el año 1,038 de nuestra era. El museo resultó al final una pequeña tomadura de pelo ya que aunque es espectacular y no faltaron las fotografías en el mismo casi todo lo que hay son meras reproducciones. Solo recuerdo haber visto una pequeña vitrina con material procedente de excavaciones, todo lo demás son muñecos y recreaciones de la vida de los vikingos en aquellos tiempos del año 1,000 de nuestra era... y no es que no tenga su gracia hacerle una foto a un maniquí que representa un vikingo cagando en un retrete pero no es eso lo que uno espera ver en un museo “serio”, en fin, mierda para turistas y valga la redundancia.


La visita a la catedral fue menos interesante aún aunque al menos ya no había monigotes, como era de esperar en una catedral, quizás estamos tan acostumbrados a las abigarradas decoraciones de nuestras catedrales que un edificio sobrio y majestuoso como aquel nos parece “soso”, lo cierto es que salvo algunos bonitos artesonados y los bancos de madera tallada donde se sentaban los fieles poco puedo recordar de la misma... señal de que no era nada del otro mundo. Más interesante en cambio fue en cambio la visita a la cripta de la catedral, allí si que había piezas históricas para ver, como una rata y un gato disecados... aunque tuve la sensación, creo que compartida por todos durante el viaje, que el precio de las entradas por ver los monumentos es excesivo en Irlanda, uno no llega a pagar realmente por lo que ve y la sensación de haber hecho el primo te embarga de principio a fin... pero claro, si tenemos en cuenta que seguramente las subvenciones oficiales para la conservación del patrimonio son más bien escasas es normal que traten de exprimir al turista... hay que considerar pues el importe de estas entradas como lo que son, un donativo para su mantenimiento que al fin y al cabo es libre.





Tras el paseo y las poses por el jardín anexo a la catedral de Cristh Church comimos en un bonito restaurante del centro, siempre pendientes de ir a locales donde viésemos a gente del lugar para huir de las “clavadas” que suelen endiñarle a los turistas. Tras la buena, y nada cara, comida nos encaminamos a nuestra siguiente parada, la catedral de San Patricio... como ya estaba hasta el gorro de gastarme euros en iglesias y museos de pacotilla empleé mi tiempo en tumbarme a la bartola en un bonito y ámplio jardín que hay junto a la misma, mientras la mayoría de mis colegas pasaban por el aro de soltar varios euros por barba para ver cuatro piedras viejas. A pesar de no haber visto su interior creo que las vistas del jardín y la zona externa del edificio medieval eran más interesantes... algo que fue corroborado por mis colegas en cuanto nos reunimos “aquello no valía la pena”, ya lo sabía.


De allí marchamos hacia el Trinity College, la universidad de Dublín cuyo campus está situado en el centro de la misma ciudad, un caso insólito en una capital. De camino al mismo pasamos por un bello jardín estilo inglés con múltiples rincones para perderse aunque me pareció un poco abandonado. Antes de nuestro periplo por el famoso campus dublinés recalamos en el espectacular “Café en Seine”, un lugar que sin dudarlo hubiera recomendado visitar e incluir en las guías... eso sí, antes de tomar el lamentable “irish cofee” que nos sirvieron... por una vez sin que sirviera de precedente todos estuvimos de acuerdo en tomar lo mismo y todos opinamos al final igual, que aquel café irlandés dejaba bastante que desear. Seguramente el mismo es una especialidad más consumida y popular fuera de Irlanda porque ni siquiera venía en la carta. Los he tomado mucho mejores en España... una pena porque el local es “im-pre-zio-nan-te”, marea el pensar la cantidad de pasta que se han debido de gastar en su decoración, hay palacios que comparados con este local parecen chabolas.




Tras el lingotazo nos dimos una vuelta por el Trinity College, si bien pasamos de pasar por caja y entrar a su biblioteca para echarle una ojeada al famoso libro de Kells, que encima solo puedes ver expuesto en una vitrina y al que casi seguro estará prohibidísimo echarle fotos. Muchos edificios majestuosos de granito gris rodeados de verdes espacios de cesped y mucha gente entre estudiantes y turistas. Nuestro paseo por el mismo fue realmente breve y pronto nos vimos callejeando por las calles de la capital irlandesa sin rumbo fijo, aprovechamos para echarnos unas fotos junto a una simpática estatua de un personaje popular irlandés y marchar a los restos de un castillo normando... del mismo apenas quedaba nada aparte de una torre casi oculta por construcciones más recientes... aprovechamos para hacer un poco el ganso en sus jardines y con las mismas volvimos dando un tranquilo paseo al hotel, algunos aligeramos la ruta montando en tranvía, como curiosidad destacar que había que comprar los billetes en una máquina expendedora que había en las paradas... un buen sistema sin duda.



Apenas tuvimos tiempo para cambiarnos y descansar un poco, salimos para ir a cenar y salir de “marcha”, nuestro objetivo era un lugar apodado el “market”, un viejo mercado de abastos reconvertido en pub que despertó el interés de un compañero y este terminó arrastrándonos a todos al mismo... si bien ni el ambiente ni la comida finalmente estuvieron a la altura, todavía no me explico como un local tan ruidoso con una comida tan mala tanto en calidad como en precio podía estar tan abarrotado de gente. Allí una compañera nos dio un pequeño susto al andar indispuesta, caía la primera baja de la noche, no sería la última, otro compañero andaba muy tocado del estómago a consecuencia del nefasto “irish coffee” … y yo mismo tenía las tripas revueltas dudando si quedarme para ir de copas o largarme diréctamente al hotel. Decidí que tenía que hacer un esfuerzo y ver si aguantaba unas horas más aunque estaba bien claro que aquella no era nuestra noche.


Nueva visita al temple bar, nos metimos de cabeza en el Temple Bar Garden y allí pasamos un tiempo tomando unas pintas de cerveza y escuchando música en directo, en esta ocasión no tuvimos suerte con la misma y había un pequeño grupo irlandés que en vez de tocar música celta o canciones populares del país se embarcó en la tarea de hacer versiones “made in Irlanda” de temas de sobra conocidos con más bien poca fortuna, pero bueno para que poner pegas por lo que nos había costado la entrada... al final volví al hotel con varios compañeros a una hora más temprana dejando allí a los más recalcitrantes empeñados en sacarle partido a una noche que no daba para más, me había pasado todo el santo día , al igual que mis colegas, en la calle pateando Dublín y mi estómago no admitía nada más pesado que la excelente sidra irlandesa, mejor guardar fuerzas para lo que nos esperaba al día siguiente.


La larga ruta a Ennis.


Nos levantamos temprano con el objetivo aquel día de marchar a Ennis, una pequeña ciudad al oeste del país, en un par de coches que habíamos alquilado, de paso iríamos a ver Trim, localidad elegida por una compañera de viaje para hacer un alto en el mismo y realizar unas visitas a sus monumentos, desconocía lo que veríamos allí pero dado lo rebuscado del itinerario para llegar a aquel lugar suponía que debía ser algo interesante.


Tras un opíparo desayuno irlandés en la estación de tren dublinesa, bien acompañado de unas pastillas de aerored, compañero inseparable en este viaje, para evitar “problemas” ;-), nos embarcamos en autobús siempre dirigidos por una de nuestras compañeras que dominaba el inglés y nos hacía de guía improvisada. Recogimos los vehículos y comenzamos nuestra odisea hacia la pequeña localidad situada en la verde campiña irlandesa en mitad de la nada.


Tras un sinfín de equivocaciones motivadas por la inexperiencia de nuestros compañeros en conducir por la izquierda y lo enrevesado del sistema de señalizaciones irlandés llegamos a Trim, no debía de haber más de cincuenta kilómetros desde el punto donde recogimos los coches, sin embargo el viaje se hizo interminable y sirvió de primera experiencia para comprobar las dificultades que íbamos a tener para movernos por allí y los nervios que íbamos a pasar en los desplazamientos... algo que terminó pasándonos factura a todos y motivó el 90% de los piques entre compañeros de viaje.


Trim y su castillo.


Nada más llegar a Trim el espectáculo de la bonita campiña y los bien cuidados monumentos históricos que la rodean se mostraron a la vista, esos primeros momentos de caminar por la hierba me supieron a gloria tras tanto coche y tanto patear calles el día anterior. El pueblo está pegado a las ruinas del antiguo castillo normando, el más gran de de Irlanda construido en 1,174, y usado en alguno de los exteriores de la conocida pelicula “Bravehearth”. Junto las murallas del mismo una ámplia extensión de cesped invitaba al descanso, paseamos por la misma y nos dirigimos al norte a los restos de una torre derruida cuya silueta se erigía delante de nosotros, para ello tuvimos que cruzar un puente sobre el río Boyne a cuyas orillas tuvo lugar la famosa batalla entre las tropas de Guillermo III y Jacobo II que vino a marcar la historia de Irlanda durante los dos siglos posteriores. La localidad de Trim fue además durante el siglo XV sede del parlamento normando-irlandés, de ahí que esta es una de las localidades con más “solera” histórica de la isla.





El paseo nos sirvió para disparar abundantes fotos sobre el conjunto histórico del castillo, la torre se encuentra bastante bien conservada aunque por desgracia la mayor parte de sus murallas han desaparecido, no obstante queda todavía más que suficiente como para hacerse una idea de la impresionante fortaleza que debió de ser en otros tiempos. Sin duda alguna que el esfuerzo en llegar allí valió la pena. Aquel día el plan de la comida fue sencillo, pasar por algunas tiendas del pueblo a comprar comida y tomar la misma tranquilamente tumbados en la verde explanada junto al castillo.


Tras esta los compañeros marcharon a tomar un café en un pub del pueblo, aunque me apetecía un monton yo en cambio acompañé a una compañera en su visita al castillo, la entrada no era demasiado cara y aquello parecía interesante. Afortunadamente nos dieron un enorme folleto, si es que se puede llamar así, en castellano... eso hizo que me enterase de algunas cosas del castillo porque la visita a la torre principal del mismo fue guiada y explicada íntegramente en inglés, aunque traté de concentrarme y abrir bien las orejas apenas pude enterarme de nada. La construcción era impresionante pero por desgracia solo se conservaban los muros, el único contenido aparte de los cerramientos y las verjas eran unas maquetas donde se podía ver con detalle una reconstrucción de lo que debió ser aquella fortaleza... me llamó mucho la atención la fina patina verde que recubría las piedras del castillo ¡ incluso por dentro !. El verde lo impregna todo en Irlanda, aunque la lluvia no llegue a las mismas hay tanta humedad en el aire que las algas microscópicas pueden sobrevivir, que contraste con nuestra seca y soleada España.


Ennis por fin.


Y tras un periplo de un par de cientos de kilómetros no exento de despistes y estériles polémicas llegamos a Ennis, gracias a la amable colaboración de una lugareña encontramos el Bed & Breakfast sin problema alguno, era una bella residencia ajardinada regentado por una señora bastante agradable que nos trató a cuerpo de rey y que tuvo a bien el último día de hacernos un descuento en el precio, aparte de eso allí desayunamos de maravilla, mucho mejor que en la estación de tren de Dublín.


La ciudad es pequeña, no llega a los 20.000 habitantes, y es muy tranquila. Fue elegida por su situación estratégica y por la buena relación calidad-precio del alojamiento, nos pillaba cerca de Galway, de Doolin y su puerto con vistas a visitar las islas de Arán y los acantilados de Moher... está además cerca de Limeric y el castillo de Bunraty, vamos un emplazamiento casi perfecto para movernos por esa zona del oeste de la isla.





La comida irlandesa debía estar ya pesando en el estómago de más de uno porque cuando una compañera dijo de ir a un chino a cenar no hubo oposición alguna, la idea no me gustó demasiado porque hubiera preferido seguir con la gastronomía local, afortunadamente el local elegido cumplió de sobra con nuestras expectativas y quedaron disueltas en buena parte las tensiones que todos habíamos acumulado por el largo y complicado viaje. La noche en Ennis no podía lógicamente compararse con Dublín, sin embargo encontramos un pub bastante grande en el pueblo que no tardó en llenarse, lo que me confirmó la afición por salir a diario de los Irlandeses.


Hubo incluso en el local música en directo... aunque a bastante distancia de la que habíamos escuchado hasta entonces, allí todo parecía discurrir a un ritmo más lento, personalmente no estaba de humor ni para tomar una cerveza pero me agradó ver las caras sonrientes y los bailes de algunas compañeras de viaje, en verdad que envidio la capacidad de algunas personas para “cambiar el chip” y saber divertirse cuando toca. Cansado ya de la Guinnes probé fortuna con otras bebidas del país tras consumir previamente una “Bulmers”, esa sidra irlandesa me ha encantado. La bebida elegida fue una pinta de “Smithwicks”, también distribuida fuera de Irlanda con el nombre de “Kilkenny”, de color rojizo y sabor amargo-dulzón fue todo un descubrimiento. Y así sin pena ni gloria terminó la tercera noche en Irlanda, la visita a Trim había valido la pena y Ennis me pareció un lugar tranquilo y acogedor pero estaba deseando que aquel día terminase y poder pasar una jornada con el trasero despegado del asiento de un coche.


Doolin.


Tras un desayuno irlandés que “no se lo salta un galgo” recuperé el buen humor tras haber pasado una noche de perros y haberme peleado con aquella endemoniada ducha ¿en que país que se presume civilizado puede existir un chisme semejante?. Teníamos un día de lo más completo, marcha al puerto de Doolin para embarcarnos rumbo a las islas de Arán y tratar también de ver los acantilados de Moher... ya veríamos lo que daba de sí el día. La dueña del B & B nos negoció un buen precio para la excursión a las islas de modo que de momento la cosa pintaba bien.



Para no faltar a las buenas costumbres nos volvimos a perder, giramos a la izquierda al llegar a la costa cuando era necesario hacerlo en el otro sentido... al final llegamos a Doolin tras algún que otro despiste y parada, por primera vez el paisaje de la costa irlandesa quedó a la vista y comenzaron a trabajar las cámaras de fotos. En nuestro corto pero accidentado viaje perdimos el suficiente tiempo como para hacer imposible la visita a las islas de Arán prevista para las once de la mañana... de ahí que tuviésemos que esperar hasta la una en el puerto. Nos vino bien el descanso y el paseo que nos dimos desde la zona del aparcamiento hasta el puerto, uno o dos kilómetros por lo menos. No se los demás pero yo necesitaba imperiosamente ver espacios abiertos y sentir la brisa marina porque estaba hasta los mismísimos de tanto coche, allí en Irlanda cualquier desplazamiento nos costó mucho más tiempo del esperado debido a las condiciones de aquellas carreteras y a nuestro desconocimiento del país, mis compañeros de viaje se desenvolvieron muy bien al volante teniendo en cuenta las complicadas circunstancias.





Doolin no cuenta con un verdadero casco urbano, no es más que una calle con eficios salpicados a ambos lados, separado del puerto por una zona de campo y este no es más que un pequeño embarcadero antiguo puerto de pescadores reconvertido en atracción turística. Allí no ves otra cosa que las oficinas de las empresas dedicadas a la explotación turística de los acantilados y las islas de Arán, aparte de eso vimos muchos surfistas y practicantes del submarinismo... da repelús la mera idea de sumergirse en aquellas frías aguas del Atlántico. El tiempo que pasamos en el pequeño puerto fue aprovechado para descansar y tomar abundantes instantáneas de sus rocosas orillas, en aquel punto comencé a lamentar no haber llevado gorra ni crema solar en mi pequeña mochila pues la previsión del tiempo había sido más bien la de lluvias y había amanecido el cielo parcialmente cubierto... con el transcurso del día quedó totalmente despejado e hizo un calor insólito para aquellas latitudes.


Islas de Arán – Inisheer.


Tras un tira y afloja con el dueño de la mini-compañía turística propietaria del barco que nos llevaba a las islas de Arán obtuvimos una espectacular rebaja en el precio de la visita, no se ni como pero nuestra compañera encargada de tales menesteres aquel día lo bordó y nos salieron dos excursiones por menos del precio de una. Gracias a mi guía de bolsillo pude ver que el destino elegido para visitar era la islita de Inisheer, menos de tres kilómetros de punta a punta, la más pequeña de las islas de Arán y la más cercana al puerto, perfectamente visible aquella soleada mañana.




Aunque el mar parecía un poco movido nos aseguraron que estaba realmente bastante tranquilo... bueno no tengo demasiada experiencia en barcos de modo que sin nervios pero bastante emocionado me embarqué con mis compañeros a ver la islita distante unos diez kilómetros del puerto, una nadería, pero todo un calvario para alguna compañera que aborrece los barcos y los aviones.




Tras una divertida, para la mayoría, travesía desembarcamos en Inisheer, la isla es prácticamente plana a excepción de una colina situada en el centro donde se erigen las ruinas del castillo de O' Brian. Tras unos momentos de indecisión en los que unos optaban por ir caminando a lo alto de la colina, otros dudaban entre pasear en bicicleta por la isla en plan “verano azul” o darse una vuelta en un carruaje para turistas optamos la mayoría por esta última opción debido al alto precio del alquiler de las bicis, suspiré aliviado porque de haber elegido un paseo en bici yo habría caminado a la parte más alta de la isla sin dudarlo. Dos compañeros eligieron pasear a pie, el resto nos subimos a aquel carruaje y obligamos al pobre bicho, una yegua de color casi negro cuyo nombre ya he olvidado, a ganarse su diaria ración de pienso.


Un paseo en carromato.


El chico que llevaba las riendas nos dió una vuelta hasta el extremo opuesto de la isla, desde el paseo pudimos ver la bonita playa con los curraghs, esas barcas de lona alquitranada típicas de Irlanda en las que todavía faenan en la pesca de la caballa algunos de los 300 habitantes de la isla. También tuvimos vistas privilegiadas de la campiña insular con todas esas parcelas separadas por bajos muros de piedra, al igual que todos los que hemos visto en Irlanda están constituidos por piedras apiladas sin usar argamasa de ningún tipo. Esa miriada de parcelas que cubren como una tela de araña las islas de Arán constituyen seguramente la red de muros más espesa de toda Europa, allí el suelo es de roca viva, todo el verde que uno ve es debido a la creación de un suelo artificial mediante la mezcla de arena de las playas con algas, estas al pudrirse forman el sustrato en el que las plantas pueden arraigar. Los muros aparte de delimitar las parcelas de la isla constituyen una barrera eficaz contra los vientos que deben azotar aquellas islas de forma despiadada y que en poco tiempo, de no existir estos, habrían arrancado de cuajo la fina capa de suelo fértil donde los antiguos habitantes de las islas llegaron a cultivar patatas y vivir casi de forma autárquica formando una comunidad aparte respecto al resto del país.




En el extremo oeste de la isla y fruto de un temporal se encuentra un antiguo barco mercante varado como una enorme ballena de hierro oxidado, allí el muchacho que nos llevaba en su carro detuvo su paseo y nos invitó a visitarlo, y de paso darle un descanso al noble animal. No nos hicimos de rogar y pronto formamos un pequeño y animado grupo en las cercanías de aquellos metales retorcidos y carcomidos por las aguas y los vientos. El día que encayó aquel barco debió de ser todo un acontecimiento en la isla... igual hasta se dieron una fiesta con el contenido de las bodegas del mismo que por derecho seguramente les pertenecían... una pena no saber inglés para haber preguntado en el pueblo por la historia de aquel buque.


Tras un rato de expansión volvimos a subir al carro y seguimos con el paseo, en mi caso no dejé de echar instantáneas de la isla y sus campos y playas, allí no faltaba un pequeño y bonito (si es que tal apelativo puede aplicarsele) cementerio en una colina arenosa, cuenta que allí encontraron sepultada bajo las dunas entre las tumbas una pequeña iglesia del siglo XI, Saint Caomhán... ahora al revisar las fotografías puedo apreciar lo que parece ser uno de sus muros. No es el único hallazgo encontrado en la isla, por lo visto tras un violento temporal apareció en 1,885 un túmulo de la edad del bronce... allí con ese clima endemoniado no hacen falta las excavaciones. Comentar también que aquella isla a pesar de su minúsculo tamaño posee un par de hostales, dos pubs, un aeródromo e incluso un campo de futbol.


Y terminó aquel agradable y bonito paseo durante el que en más de una ocasión tuvimos varios que bajarnos del carruaje para que la pobre yegua pudiese subir algunas cuestas, de hecho el animalito tenía la boca llena de espuma por el esfuerzo y se dio una buena sesión de beber agua en un pequeño depósito que parecía haber sido habilitado para ello junto al camino. Fuimos a buscar un sitio para comer, creo que al final fuimos al que nos recomendó el guía. La comida al mismo nivel de lo que estábamos acostumbrados en Irlanda, ni mejor ni peor ni siquiera más caro. Lo único que eché de menos allí fue que no hubiesen más opciones de “pescado” en las cartas de los menús.




Quiero resaltar aquí la calidad humana y la dureza de los habitantes de las islas, en cualquier otro lugar del mundo hubieran emigrado en masa hastiados de la vida tan dura que debían llevar, sin embargo allí testarudamente se aferraron con uñas y dientes al país, a sus raices y su cultura... en ninguna otra parte de Irlanda el gaélico está tan vivo como en esas insignificantes islitas y la región circundante, es dificil encontrar otro lugar del mundo con un amor tan grande de sus habitantes por su tierra, desde luego las islas de Arán no son un caso único ni en Irlanda ni en otras partes pero es dificil encontrar un ejemplo más claro.


Los acantilados de Moher.


Tras la comida nos dimos un buen paseo por la rocosa costa de la isla haciendo tiempo para embarcarnos de nuevo al puerto de Doolin, seguía haciendo un día magnífico sin asomo de nubes en el cielo y con un sol de justicia, creo que el termómetro debió de rondar los veintiocho o veintinueve grados como poco, tras el periplo marinero volví a puerto colorado como un langostino aunque no llegué a quemarme. Fui el más afectado por el sol ya que soy el más blanco del grupo que viajó a Irlanda, aunque no el único y todos más o menos mostraron las marcas del sol de aquel día al terminar la jornada. Fotos y más fotos de la costa, del pueblo, de los marineros embadurnando un curragh con alquitrán y de los aparejos de pesca. Y por fin el embarque que tras un viajecito algo más movido nos depositó sanos y salvos en el puerto turístico. La visita a la menor del archipiélago de Arán me dejó muy buen sabor de boca, es dificil reunir en tan magro espacio tanto encanto si bien es cierto que el clima que disfrutamos aquel día seguramente me hace ver el lugar de forma más amable, a partir de ahora entra a formar parte de los sitios a los que me gustaría ir a “perderme”.




Una vez desembarcados en Doolin no nos movimos del espigón del puerto, allí sobre la marcha casi nos embarcamos de nuevo para realizar la ruta de los acantilados de Moher. Sumamos más horas de sol y de barco, escuché algún comentario de un compañero sobre que aquella otra excursión incluso le había gustado más que la de la isla... bueno para gustos se hicieron los colores pero lo cierto es que aunque espectaculares tampoco me produjeron una gran impresión. Naturalmente aproveché para sacar partido a mi cámara, tener unos acantilados de más de doscientos metros a la vista desde el mar, con multitud de aves marinas planeando y la roca cortada en numerosos estratos marcados de gris y verde no es algo que se vea todos los días. Como tampoco todos los días puede uno disfrutar de las cabriolas y saltos de un grupo de delfines que se unieron a nuestra excursión nadando junto a la proa del barco. En verdad creo que aquel viernes exprimimos casi al máximo nuestro tiempo.


Volvimos a los coches dando un largo paseo y agradeciendo al dueño del barco su amabilidad y buen trato, este nos pasó unos planos de la zona conocida como “El Burren” del condado de Clare donde estábamos y nos recomendó una carretera para ir a Galway y Connemara al día siguiente a la orilla de la cual se encontraba un monumento megalítico. Aquel tipo, como toda la gente con la que hemos tratado en Irlanda, se portó muy bien con nosotros... sin duda uno de los mayores atractivos de ese pequeño país es la calidad humana de sus habitantes, una cosa que tenía clara antes de emprender el viaje y que ahora tras el mismo puedo afirmar ya sin temor a equivocarme.


Cena en el pub.


Tras alguna que otra duda aparcamos los coches en lo más parecido al centro del pueblo de Doolin que pudimos encontrar, comenzó la búsqueda de un lugar para cenar y tras desechar un local que estaba lleno recalamos en uno tan ámplio o más donde sorprendentemente los dueños pidieron amablemente a dos comensales que abandonasen una mesa para que nosotros diez pudiésemos acomodarnos... y allí nos sentamos y pedimos una abundante cena amenizada por un grupo folk local... en este caso no se trataban de las versiones pop de la última noche de Dublín ni de la música ratonera de la noche anterior en Ennis, estos tocaban música celta y lo hacían muy bien, no en vano Doolin está considerado, y no se sabe muy bien porqué teniendo en cuenta su minúsculo tamaño, como símbolo de los puertos y la música irlandesa según mi guía, así que aquello debía ser algo normal.


Recuerdo que la cena resultó bastante agradable y que el local fue llenándose hasta los topes apenas entramos nosotros, como detalle simpático había una mesa en la zona más interior del local ocupada por un grupo de chicas que debían estar celebrando una despedida de soltera o algo así ya que iban todas con traje y ataviadas con coronas... vaya altura que calzan las mozas de aquellas tierras, en consonancia claro con la de los chicos, sin embargo salvo alguna que otra excepción no me parecieron especialmente bellas, más bien grandotas y según los cánones de aquí algo horteras, hay que tener en cuenta que en los pueblecitos como aquel, o una ciudad pequeña como Ennis al igual que en España se nota la diferencia en el vestir respecto a las grandes ciudades... en ese aspecto Irlanda me pareció un “país de pueblo”. Cuando le comenté antes de emprender el viaje a mi hermana que iba a ir vestido con camisetas deportivas la mayor parte del tiempo me comentó “tranquilo, no creo que desentones mucho con los irlandeses”... y tenía razón.


El camino de vuelta se nos hizo complicado por la noche, la estrechez de las carreteras y sumado a ello una persistente neblina. Cuando llegamos a Ennis estábamos todos agotados, creo que fue la única noche de todo el viaje en la que no salimos de copas, entre el coche, los paseos en barco, y el sol, aparte del cansancio que se iba acumulando en nosotros día tras día por falta de sueño aquella noche intentamos todos reponer fuerzas, el día siguiente había que hacer más kilómetros si queríamos ver todo lo que nos habíamos propuesto.


Atravesando la región de Burren.


Al finalizar nuestra visita a los acantilados de Moher el día anterior, el dueño de la pequeña compañía turística nos proporcionó unos planos de la región de Burren cuando nuestra compañera que dominaba el inglés le comunicó nuestro plan del día siguiente de marchar a Connemara. Nos dijo que en vez de marchar desde Ennis a Ballyvaughan pasando por Lisdoonvarna fuesemos por Corofin, las carreteras no eran tan buenas pero ese itinerario nos permitiría atravesar el corazón de la región que ocupa todo el norte del condado de Clare. Nos dió un folleto donde se describe la zona, con un detallado mapa y unas fotografías de sus principales atractivos.


Es una región desértica y pedregosa de la que el comandante Ludlow del ejército de Oliver Cromwell describió como “es una región donde no hay suficiente agua para ahogar a un hombre, ni suficientes árboles para ahorcarlo, ni suficiente tierra para enterrarlo”... doy fe tras visitarla que no andaba muy desencaminado. Según el folleto aquellas tierras estuvieron muy afectadas por la última glaciación, las masas de hielo al moverse hacia el mar arrasaron y erosionaron tanto la tierra que esta desapareció literalmente y quedó al descubierto el zócalo rocoso. Este fue erosionado por el agua y el hielo quedando tal y como lo vemos en la actualidad... muy atractivo para el visitante pero un verdadero infierno para sus habitantes ya que nos encontramos en una de las regiones más pobres y desoladas de la isla.


A pesar de su dureza la región estuvo habitada desde tiempos prehistóricos, prueba de ello es la presencia de varios monumentos megalíticos, entre ellos el llamado dólmen de Poulnabrone donde pensábamos hacer un alto en el camino hacia Galway y la península de Connemara. Nos internamos por esa desolada y pedregosa región llena de bajos muros de piedra que delimitaban las parcelas, iguales que las que estábamos viendo por toda la isla, rocas amontonadas con habilidad sin usar argamasa, en el caso de esta región fueron levantados por orden gubernamental durante la gran hambruna de mediados del siglo XIX para dar empleo a decenas de miles de campesinos que habían perdido sus tierras, los cuales cobraban 5 peniques al día, un mísero salario que solo les evitaba morir de hambre. Hoy todos esos muros permanecen como mudos testigos del más triste episodio de la historia irlandesa.


El dólmen de Poulnabrone.


Tras algún que otro despiste motivado por las deficiencias en las señalizaciones llegamos por fin al lugar donde se erigía el dólmen, como tantos lugares históricos los irlandeses han conservado el entorno y lo han convertido en atracción turística. La zona aparecía muy bien cuidada con una serie de carteles que mostraban como eran los asentamientos humanos, las costumbres funerarias de la era del bronce y las características de la región.




El monumento funerario se encontraba acordonado para evitar acercarse mucho a él, no era nada del otro mundo, y desde luego que se veía mucho más impresionante en las fotos... no obstante aquellos pedruscos debían pesar lo suyo y no les tuvo que resultar nada fácil disponerlos de aquella forma. Una compañera nos explicó el truco para evitar levantar aquellas losas de piedra que debían pesar varias toneladas, a base de troncos y palancas para moverlas junto con el uso de tierra y arena para crear una rampa para su elevación, luego se retira la tierra y las piedras quedan en equilibrio. No es extraño, dada su solidez y simplicidad, que hayan sido los elementos arquitectónicos que han atravesado el túnel del tiempo en mejor estado.


La anécdota del día la protagonizó un simpático artesano que a la entrada del recinto del monumento se encontraba montando su tenderete, resultó que aquel hombre había vivido varios años en España como profesor de inglés e incluso había estado casado con una española. Nos reconoció inmediatamente como era de esperar, los habitantes de la “piel de toro” somos bastante escandalosos, y en cuanto nos preguntó de que parte del país éramos resultó que dos compañeras del grupo y este hombre tenían un conocido común, un compañero de trabajo de las mismas era amigo suyo... ver para creer, allí en medio de la nada, en un país extranjero en un lugar cuya visita no estaba prevista encontrábamos a alguien hablando nuestro idioma y que conocía a alguien relacionado con gente del grupo, casualidades de la vida.


Nos demoramos más tiempo del esperado debido al encargo de varios colgantes en plata que le hicieron unos compañeros... mientras el hombre se afanaba en su trabajo llegó un mini-bus lleno de turistas españoles... al frente de los mismos se encontraba una mujer que les hacía de guía y que regentaba una pequeña empresa turística especializada en mostrar el país a turistas hispanos, saludamos a varios compatriotas de Zaragoza... en fin un poco más y nos encontramos como en casa.


La visita a la zona del dólmen estuvo bien, nos relajamos e hicimos bonitas fotos... sin embargo pasamos allí más tiempo del previsto, el día además había amanecido amenazando lluvia, se terminó la racha de buen tiempo que nos había acompañado desde el comienzo por ello urgía darse prisa y salir de aquella zona, a esas alturas ya desechábamos la idea de llegar hasta el parque nacional de Connemara y visitar la preciosa abadía de Kylemore. Fijamos nuestro punto máximo de avance en la población Uachtar Ard a las orillas del lago Corrib... teniendo en cuenta las distancias que teníamos que recorrer entre ida y vuelta pensábamos que el día no nos daría para más.


El castillo de Aughnanure.


Salimos del Burren dejando atrás aquellos desolados y rocosos parajes y comenzamos a bordear la costa rumbo a Galway, los paisajes pronto ganaron en belleza y espectacularidad. Rodeamos la ciudad de Galway sin entrar en la misma, luego a la vuelta pensábamos visitarla. Poco antes de llegar a Uachtar Ard en mi mapa de carreteras figuraba un castillo a las afueras de la localidad de Killarone, de modo que propuse a los compañeros ir a verlo por si valía la pena. En este caso no hubo problema con las señales y llegamos sin novedad a la explanada donde comenzaba el camino habilitado para su visita.




El castillo estaba a la orilla de un río en una zona realmente bonita con un pequeño pero denso arbolado de ribera... en el condado de Galway hay más de 200 restos de castillos y fortalezas y este es uno de ellos. Se trataba del castillo de Aughnanure, levantado por uno de los clanes irlandeses más importantes de la época, los O' Flaherty, que controlaban el condado de Galway allá por el siglo XVI. En aquella época Irlanda estaba dividida en distintos condados independientes controlados cada uno por un clan. Los ingleses habían puesto ya el pie en la isla pero solo controlaban diréctamente la zona de Dublín aparte de tener una alianza con varios condes anglo-irlandeses. Más de la mitad de la isla estaba todavía bajo el control de clanes irlandeses independientes y los O' Flaherty eran uno de ellos.


Allí pasamos un buen rato explorando la torre y el pequeño recinto amurallado. Aunque apenas había mobiliario dentro del mismo el conjunto se encontraba bastante bien conservado con restos de la muralla todavía en pie... no era la impresionante cáscara vacía del castillo de Trim donde había que echar mano de la imaginación y contemplar las maquetas para hacerse una idea de lo que allí hubo. La visita nos sirvió para estirar las piernas y hacer una buena cantidad de fotos, aunque tuvimos que “pasar por caja” para ver sus instalaciones no me pareció demasiado caro y si ese es el precio que hay que pagar para que los irlandeses conserven su patrimonio pues totalmente de acuerdo con ello. Un país que vive en gran medida de su pasado no puede menos que cuidar con mimo su patrimonio histórico, es algo con lo que todos salimos ganando.


La final de Hurling.


Cerca de allí paramos por fin en Uachart Ard, tras una inspección por la pequeña villa terminamos comiendo en un restaurante turístico que había a la entrada del pueblo, aunque había más locales allí estaba todo cerrado por ser domingo. La mayoría comimos en el interior del restaurante justo al lado de una enorme pantalla de video donde estaban retransmitiendo en directo la final del campeonato de Hurling... no soy amante de los deportes televisados pero en aquella ocasión me gustó la experiencia porque le guste a uno o no entre Irlanda y el deporte hay una unión muy íntima, existiendo en el país varios deportes autóctonos que solo se practican allí, realmente interesantes, y que probablemente serían mucho más populares a nivel mundial si no estuviésemos hablando de un pequeño y pacífico país que nunca ha invadido a ninguna otra nación.


Las comida estuvo muy animada merced a las imágenes del partido de Hurling “el deporte de equipo más rápido del mundo” tal y como les gusta comentar a los irlandeses, yo me preguntaba como los jugadores podían aguantar todos esos encontronazos y embestidas sin salir del campo con los pies por delante... para los curiosos aquí teneis un enlace a un video sobre el mismo

http://www.youtube.com/watch?v=TmzivRetelE




Rumbo a Kylemore bajo la lluvia.

Tras la misma y demorarnos otro rato más en el pueblo para visitar alguna tienda emprendimos el camino a Connemara, en esta región se concentraron la mayoría de los irlandeses expulsados de sus tierras por la sangrienta campaña de Cromwell, aquello debió parecer entonces casi una condena a muerte ya que el 80% de las tierras no son cultivables. Sin embargo el laborioso pueblo irlandés logró medrar en la región merced al duro trabajo y los sacrificios y esta llegó a estar superpoblada en algunos lugares. El poco interés que los ingleses tuvieron en expoliarla debido a su pobreza sirvió para mantener la cultura celta más viva que en ninguna otra parte... tuvo que llegar la hambruna de 1,845 y el éxodo que la siguió para romper esa situación y dejarla tal y como la vemos hoy, casi despoblada.




Nos dirigimos en primer lugar al cruce de Maan Cross, pensábamos que era una aldea y tal y como pudimos comprobar apenas eran 4 casas en un cruce de caminos, poco antes de llegar hicimos un alto en el camino en una explanada junto a un grupo de casas. Allí había una estatua de un gigante con una placa que señalaba el inicio de Connemara y otra más con el chiste “on this site in 1,879 nothing happened”... una tomadura de pelo para los turistas ;-).


Tuvimos que cubrirnos con paraguas y chubasqueros, ya durante la comida había comenzado a llover y ahora el tiempo amenazaba con permanecer así todo el resto de la jornada. Con nuestra visita al parque nacional estropeada por la lluvia decidimos seguir y hacer un último intento de llegar a Kylemore aunque fuese solo para ver los paisajes a través de la ventanilla de un coche, estaba claro que ya nos sorprendería la noche en el regreso y ante la disyuntiva de dejarlo ya y marchar a Galway decidimos avanzar unos cuantos km más.




Tras marchar por aquellas estrechas carreteras durante una buena tanda de kilómetros llegamos a la abadía de Kylemore rodeando los montes Maumturk por la parte de la derecha. Aquí la campiña ofrecía un aspecto completamente diferente de los habituales prados verdes que habíamos recorrido en nuestro viaje desde Dublín a Ennis. Era la región de los campos abiertos, terreno pedregoso y campos de turba. No se veía prácticamente ninguna vaca, dificilmente podrían alimentarse con aquella escasez de pastos, y si en cambio muchas ovejas de una raza que yo nunca había visto, muy lanudas con el vellón de la cabeza de color completamente negro. Las montañas me parecieron desoladas y pedregosas pero dotadas de una singular belleza. Aunque su punto más alto no alcanzaba los setecientos metros me parecieron un objetivo de lo más apetecible para una ruta senderista... en otro viaje quizás. Por todas partes las señales de la recogida de turba con unas zanjas abiertas que mostraban las vetas negras que delataban la presencia de este carbón vegetal usado por los lugareños como sustituto de una madera prácticamente inexistente.




La abadía de Kylemore y su conjunto arquitectónico me parecieron formidables, está situada además en un paraje de excepcional belleza con prados y jardines estilo inglés por todas partes... incluso en un día tan desapacible como aquel completamente nublado, con lluvia y viento valía la pena verla. Por desgracia y para no variar llegamos tarde a la misma... de modo que solo pudimos entrar a echarle un vistazo al centro de visitantes y fotografiarla desde fuera. Allí una compañera nos proporcionó a todos un bizcocho que había comprado en un supermercado, lo devoramos allí mismo de pie bajo la lluvia junto a los coches... habíamos alcanzado el punto más alejado de nuestra excursión y solo quedaba volver a Ennis pasando por Galway a ver si podíamos parar en esa bella ciudad y tomarnos algo.


Tras algún que otro despiste conseguimos retomar el camino de vuelta y desde luego que aunque fuese desde el interior de un automóvil no faltaron paisajes que contemplar, de toda la Irlanda que he visto me quedo sin duda con aquellas desoladas tierras. Aquel día dejó un par de asignaturas pendientes para todos, una de ellas fue esa solitaria y bella región. La otra fue nuestro fugaz, fragmentado y polémico paso por Galway.


Visita accidentada a Galway.


No restaba más en el día que pasar por la pequeña y acogedora localidad de Galway, ver si podíamos parar allí y emprender el regreso a Ennis. Habíamos pasado la mayor parte del día metidos en el coche haciendo kilómetros y creo que todos estábamos bastante cansados de ello. La buena suerte que hasta entonces nos había acompañado quiso darnos de lado, primero con la lluvia y posteriormente en forma de un despiste que separó al grupo y nos costó algún que otro disgusto a todos sin que realmente fuese culpa de nadie.


Y así divididos en dos bajamos del coche adheridos de frío en aquel lugar, quiso la fortuna que formase parte del grupo que “embarrancó” en Galway. Allí mientras esperábamos a ver si se producía una reagrupación que no llegó nos dimos un paseo por el casco histórico de esa preciosa localidad. De nuevo mucha animación por las calles... aquello no era el Temple Bar dublinés pero tampoco la noche sosa de Ennis. Plazas y calles peatonales flanqueadas por abundantes pubs donde se escuchaba la música en directo y mucha animación. Comimos un bocadillo de pie en una calle bajo la lluvia y nos metimos en un pub para tomar unas pintas de cerveza. Aquel local estaba abarrotado como la mayoría de los que habíamos visto... pude constatar a modo personal que no todas las irlandesas eran altas y grandotas con pinta, o al menos descendientes, de rudas campesinas sino que tambien aquel país albergaba verdaderas bellezas, no se si fue por eso o por el clima cordial y acogedor que se respiraba allí, el caso es que me quedé prendado de esa pequeña ciudad.



Tras apurar las cervezas y alguna que otra sesión de fotos, nunca tuvimos problema alguno para hacer que los lugareños nos fotografiasen, nos volvimos a meter en el coche y marchamos a Ennis, los otros compañeros habían cenado en Gort, un pueblecito que pillaba de paso en el camino que nos llevaba a la capital del condado de Clare. Al igual que la noche anterior caí frito a la cama con el simple deseo de descansar y evitar ágrias y estériles polémicas con nadie, el día había resultado ser al final un pequeño desastre en el plano turístico aunque si que me sirvió en cambio para mostrarme una parte del país merecedora de una segunda oportunidad si tal se presenta.


Regreso a Dublín.


Para el día siguiente el plan era bien sencillo, volver a Dublín, en este caso por una vía más directa, pero demorarnos un poco en Ennis, que no habíamos terminado de ver bien y realizar una visita al castillo de Bunratty. Tras liquidar cuentas en el Bed & Breakfast la dueña del mismo aparte de hacernos el descuento ya mencionado, nos recomendó la visita de un lugar de los alrededores, la aldea de Quin, donde existían las ruinas de una abadía. Decidimos dar una vuelta por el pueblo, reunirnos al cabo de una hora más o menos y marchar a Quin antes de emprender el camino del sur hacia Limerick.





El paseo por el pueblo lo hicimos disgregados, nos vino bien para estirar las piernas y despejar la cabeza ya que nos esperaban unas cuantas horas de automovil en nuestro regreso a Dublín, aproveché para sacar instantáneas del pueblo, entre ellas una foto junto al monumento de Éamon De Valera, uno de los líderes del levantamiento de Pascua de 1,916, el único que no fue fusilado por los ingleses y uno de los políticos irlandeses más importantes del siglo XX.


La abadía de Quin.


Salimos de Ennis por una carretera comarcal y llegamos fácilmente a Quin, un lugar muy pequeño formado por un grupo de casas a orillas de la carretera, allí rodeada de los habituales prados verdes irlandeses se alzaban las ruinas de la abadía de Quin. Monasterio de la orden franciscana, fue edificado sobre las ruinas de un antiguo castillo normando del siglo XIII. Su construcción comenzó en el año 1,402 y se prolongó a lo largo de más de treinta años. Estuvo habitada por monjes de la orden hasta 1,820 y aunque se encuentra enclavada en un idílico y tranquilo paraje su situación en el camino entre Galway a Limerick la convirtió en escenario en varias ocasiones de paso de ejércitos y conflictos armados. Actualmente aunque se encuentra en ruinas con la mayor parte de las techumbres derrumbadas no da sensación de abandono, habiendo sido retirados desde hace mucho tiempo todos los escombros.


Junto a la misma se encuentran numerosas tumbas, por las inscripciones en las lápidas vimos que la mayoría eran enterramientos familiares de gentes de la región. Es costumbre de este país que las nuevas generaciones encarguen nuevas lápidas sobre las tumbas de la familia, vimos algunas de buen aspecto sobre las tumbas de gentes muertas hace muchas décadas. El interior de la abadía cerrado con verjas exhibe las tumbas de monjes que la habitaron y también de nobles del lugar.




Pasamos un buen rato caminando entre lápidas y leyendo las inscripciones... al igual que ocurre en nuestro país, probablemente por pertenecer a la misma tradición católica, los irlandeses no poseen la costumbre de otros paises norteños de convertir sus camposantos en jardines para celebrar pic-nics con la familia, no hay pudor por mostrar la realidad de la muerte y uno encuentra esas bonitas cruces de inspiración celta por todas partes. Lo que no vi fueron cementerios cerrados con muros o vallas para impedir el acceso... en España hasta los muertos necesitan de protección y allí ves a la gente viviendo alegremente en casitas con ventanas a ras de suelo sin verjas y con muros que separan los lindes que hasta un cojo podría saltar... el índice de criminalidad debe ser bien bajo.


El castillo de Bunratty y su parque “folk”.


Tras incorporarnos a la carretera nacional enfilamos diréctamente hacia Limerick. Sin embargo no era esta importante ciudad nuestro objetivo sino un famoso castillo situado a menos de 30 kilómetros de esta llamado Bunratty. No había leido nada sobre el mismo pero por lo visto fuera de Irlanda es bastante conocido y tras su reconstrucción en la década de los 50 se ha convertido en una atracción turística de primera clase. No contentos los irlandeses con su completa reconstrucción y su uso como museo que alberga una completa colección de mobiliario y utensilios de los siglos XIV al XVII se ha construido como anexo al mismo todo un parque temático folk donde se muestra lo que era la vida de los irlandeses durante el siglo XIX.




Nada más entrar en el centro de visitantes se muestran un par de carteles murales, en el primero se recrea lo que era la vida en aquella fortaleza en el siglo XV y en el segundo la batalla en la que los irlandeses al frente de los cuales se encontraba el clan de los O' Brian tomaron el castillo defendido por Sir Thomas Rokeby. Fue uno de los muchos asaltos y destrucciones que tuvo que soportar dicha plaza a lo largo de su historia. Construido sobre las ruinas de una antigua fortaleza vikinga, Bunratty fue edificado y completamente destruido en dos ocasiones, llegando a formar el núcleo de una población de más de mil habitantes, la actual construcción data de 1,425.


El coste de la entrada al castillo y parque temático me pareció abusivo, si bien era algo a lo que me estaba acostumbrando ya en Irlanda. Por una vez pude decir tras su visita que valía la pena cada euro invertido ya que había muchísimo que ver y fotografiar. El castillo está formado fundamentalmente por una ámplia torre, apenas quedan ya restos del recinto amurallado. Había al menos cinco pisos y cada uno de los mismos, incluyendo la planta baja, tenía cosas de interés que visitar. Allí en el comedor principal tengo entendido que se celebran cenas cada noche... aunque desde luego no nos íbamos a quedar allí para comprobarlo.




Nos dimos una buena paliza de subir y bajar por estrechas escaleras de caracol, la prohibición expresa de echar fotos con flash motivó que la mayoría de las mismas hayan quedado poco presentables para subirlas a internet aunque dan una buena idea de todo lo que hay allá dentro. Aunque hay que comentar que muy poco de lo que se ve expuesto estaba originariamente en el castillo... aunque sean piezas originales. Pudimos apreciar desde los lujosos dormitorios de los nobles hasta utensilios de cocina de la época, reconstrucciones de una cantina, el dormitorio del capitán... con armas y armadura incluidas, un enorme salón principal parecido a una sala del trono, tapices, enormes lámparas, artesonados de madera, una biblioteca que seguramente databa del siglo XIX. Es en verdad un lugar que merece la pena visitar, ya de por sí la visita al castillo valió la pena, pero no era eso todo.





Un túnel en el tiempo.


La verdad es que llegó un punto en que casi todo lo que veía me parecia lo mismo, y una vez explorado trabajosamente de arriba a abajo aquello no daba más de si, al fin y al cabo un castillo es eso... una fortaleza donde a pesar de los esfuerzos de sus constructores y habitantes no debió de resultar demasiado cómodo vivir. Fuera del mismo se extienden una buena cantidad de construcciones muy recientes que conforman diversos elementos de la arquitectura popular irlandesa del siglo XIX. Debidamente numerados y señalizados en la guía que nos daban con la entrada pudimos ver, inspeccionar y fotografiar la casa de un pescador, con su curragh y artes de pesca incluidos, la casa de un labrador, de un herrero, de un comerciante, una granja con su completa dotación de animales vivos... vimos cochiqueras con cerdos, gallineros, una escuela, una pequeña destilería-pub, la casa de un médico, la de unos terratenientes... casas completas donde no faltaba detalle, llenas de muebles y utensilios auténticos de la época, era como trasladarse en el tiempo a una localidad irlandesa de la época y convertirse en fisgón.





Comimos en lo que parecía un almacén, habilitado como auto-servicio. No quedaban prácticamente señales de nubes en el cielo... ojala hubieramos disfrutado de una jornada como aquella el día anterior. La comida estuvo amenizada por la presencia de abundantes bestezuelas... un enorme gallo acompañado de una gallina iba pidiendo de comer de mesa en mesa como si fuera un gato, a juzgar por sus dimensiones al animal no le faltaba comida. Numerosos gorriones y bandadas de cuervos, muy presentes a lo largo y ancho del país, completaban el conjunto de comensales que se auto-invitaban a la comida. Nos entretuvimos desde el comienzo al final en realizar numerosas fotografías... allí no había problema alguno con los flases de las cámaras.





Tras el descanso continuamos el periplo, casas y más casas de la época... hasta resultar cansino y repetitivo, aunque desde luego que no nos fuimos de allí con queja de no haber visto “cosas”. Por la calle principal de aquel pueblo ficticio hubo un momento cómico a cargo de un “policía” que patrullaba las calles y que se dedicaba a efectuar la “detención” de los visitantes que se atreviesen a beber en público... aunque se tratase de un simple botellín de agua, mi cámara y la de alguna otra compañera de viaje captaron con detalle el numerito. Ya casi al final y como colofón de nuestra visita al parque pasamos por una iglesia de estilo neogótico inglés traida desde no se donde piedra a piedra... el interior era muy austero como es habitual allí, a la salida de la misma algunas compañeras de viaje decidieron gastar una broma a otra y a un compañero montando una improvisada ceremonia nupcial... llovieron hojas secas y cesped en vez de arroz para completar la broma, que no quedaría ahí la cosa, y luego durante el regreso a Dublín via walkie-talkie y la noche que pasamos allí el cachondeo continuaría “in crescendo”.







Regreso a la noche dublinesa.


A la salida del parque de Bunratty y tras el inevitable retraso por la visita a la tienda de souvenirs de turno, ¿cuantos iban ya?, la lluvia nos sorprendió y nos obligó a volver a sacar paraguas y chubasqueros. Creo recordar que cayó una buena durante el regreso, afortunadamente la carretera era mucho mejor que la utilizada para la ida y disfrutamos de muchos kilómetros de autovía.


El reto de encontrar la vía de acceso al lugar de la ciudad que nos interesaba costó más de lo previsto pero al final llegamos a nuestro destino con el retraso que entraba dentro de lo previsible. De nuevo el hotel Ashling nos abría sus puertas para alojarnos en nuestra última noche en Dublín y de nuevo llegábamos a la capital irlandesa demasiado tarde como para pretender cenar en un pub... al igual que nuestra primera noche allí un supermercado nos sirvió para la cena, a base de refrescos y sandwitches... durante la cena la bromita a los dos compañeros, ahora llamados “chatina” y “churri”, continuó y hubo traje de novia, de novio, regalos, fotos oficiales y si me apuran hasta banquete ;-).


Había que “quemar” la última noche y fuimos directos a Temple Bar, no teníamos ninguna opción mejor y entre nosotros no había nadie que conociese bien la ciudad. Volvimos a la concurrida calle para ir de nuevo de pub en pub. En nuestra primera parada estuvimos en el local hasta que lo cerraron, acostumbrados a la noche española la hora de cierre de los pubs se nos antojaba muy temprana. Allí volvimos a disfrutar de música en directo aunque la calidad de la misma no había dejado de descender respecto a la primera noche que pasamos por allí... ahora no eran versiones, algo peor, un grupo que cantaba temas folk americanos y que parecían estar siempre tocando lo mismo... cuando el que creemos que era el dueño del local les acercó una bandeja con cervezas y accidentalmente, iba pedo perdido, derramó un par de pintas sobre el “pedal” del violín aquello fue cuando sonó de la forma más interesante... por un segundo pensé que andaban haciendo acoples al estilo Sonic Youth :-)... por desgracia consiguieron secar más o menos aquello y continuaron perpetrando aquel atentado sonoro que animaba el ambiente merced a la bebida y al ambiente de fiesta, aunque hubieran tocado “cucu cantaba la rana” les hubiera aplaudido igual.





Una vez terminada la música en directo allí ya no pintábamos nada, los empleados estaban realizando el tedioso trabajo de ir sacando fuera a la gente y poniendo un poco de orden... de modo que nos fuimos al local donde la primera vez nos marcamos unos bailes, allí tenían licencia para cerrar más tarde porque cuando llegamos, pasadas las doce, había todavía bastante animación. Otra ronda de bebida para mí y una sesión de baile y música para mis acompañantes, fue bastante cómico estar de juerga en un sitio donde los empleados que ya estaban empezando a recoger y ordenar el local atravesaban la improvisada pista de baile sin hacer el menor gesto... de nuevo la noche no daba para más. En una hipotética vuelta a Dublín ya me informaría debidamente de donde están los mejores pubs fuera del Temple Bar, esa calle atiborrada de turistas, música y borrachos a determinadas horas de la noche debería ser realmente la última opción y no la única para ir de copas por allí.


Vuelta a casa e impresiones finales sobre el viaje y el país.


Al día siguiente tomé mi último “Irish breakfast”, me vendría muy bien teniendo en cuenta las horas que pasaría sin comer nada. La vuelta para devolver los coches que habíamos alquilado se hizo a la perfección casi, parecía que justo a punto de volver a España comenzábamos a cogerle el tranquillo a eso de desplazarnos por Irlanda. Nos sobró incluso tiempo para dar vueltas y más vueltas por el aeropuerto viendo tiendas... lo que demuestra que la mayor parte de nuestras visitas a las tiendas de souvenirs en Dublín y distintas localidades eran totalmente inútiles, no vi menos variedad ni peores precios que en otros sitios. El vuelo fue tranquilo y se me hizo mucho más ameno que el de ida. El viaje desde Alicante también transcurrió sin problema alguno, en una estación de servicio aprovechamos para comer y “ajustar cuentas” entre nosotros ya que quedaban deudas pendientes que saldar por diferentes gastos. Allí pacientemente con la calculadora del móvil en la mano y papel y bolígrafo se desenredó la madeja y quedamos en paz. Nos despedimos y cambiamos las últimas impresiones sobre el viaje y el país.


Solo comentar como colofón que el viaje valió la pena, que lo malo, si es que tal cosa hubo, fue una ínfima parte de lo bueno, que lo pasamos muy bien y que el país nos gustó tanto a todos que nos hemos hecho el propósito de volver.


Destacar una vez más la belleza de sus paisajes, la amabilidad y cordialidad de sus gentes, el ambiente nocturno, la cantidad de música en vivo, la suavidad de su clima, su pasado histórico que te encuentras una y otra vez... y para terminar unas palabras de la introducción al país que vienen impresas en la guía del trotamundos que me compré antes de ir y que personalmente suscribo:


Y, si lo habitual es llevarse souvenirs de los lugares que se visitan, en Irlanda dejaréis un poco de vosotros mismos... No importa la patria, Irlanda es la patria del corazón”.