Encuentros, felicitaciones y algo más.
Son casi las ocho de la mañana, me encuentro sentado en la parada de autobús en la Avenida de Juan Carlos I, depositado en el suelo a mi lado se encuentra mi equipaje, poca cosa, un amplio macuto, un bolso de viaje y una mochila de tamaño medio, enseres que me suelen acompañar en las habituales escapadas de fin de semana con el Grupo Senderista. Tres días en esta ocasión, a la provincia de Cuenca, un destino completamente nuevo para mí.
Hay malos augurios en lo que al tiempo atmosférico se refiere, previsiones de lluvias mezcladas con días nublados, veremos que pasa al final, voy preparado para ello... un chubasquero de cuerpo entero y un cubre mochilas, suficiente para una ruta de un día aunque caigan chuzos de punta, pero no se si será bastante si el tiempo se vuelve especialmente borde.
He llegado tan temprano que soy el primero, o casi, porque los colegas del Club Universitario de Montaña parten ese mismo día y del mismo lugar para otro destino, de camino al punto de reunión me topo con varios de ellos y los confundo con compañeros del grupo senderista, me extraña no conocerles y que sus caras no me suenen... pienso inmediatamente que son gente nueva y es raro ya que salvo pocas excepciones los compañeros de viajes de fin de semana solemos ser gente habitual del grupo o al menos de los viajes largos.
Mientras espero delante de mí pasa Enrique cargado como un burro, me saluda con un gesto cansino y para mi sorpresa veo que no se detiene, entonces caigo en la cuenta de que él participa en el otro viaje, seguramente salen antes que nosotros porque veo grupos de senderistas llegar y dirigirse a un autobús que dista unos cien metros del punto donde estoy.
Mi soledad dura poco, delante de mí aparca el coche de Rita y Pepe, se bajan del mismo y sacan todos los bártulos del maletero, por unos momentos creo erróneamente que él no va al viaje en esta ocasión. Rita se sienta a mi lado y aunque no recuerdo ya con detalle lo que hablamos creo que comentamos algo sobre las previsiones del tiempo y sobre la afición que ambos compartimos por la escritura, ella fue la primera persona del grupo que me animó a escribir en la revista del mismo... este blog arrancó a raíz de mi participación en la misma, así que, amables lectores ya sabéis a quien echarle la culpa de estos rollos que largo aquí ;-).
Pronto llegan más y más compañeros, cuando el grupo asciende a más de una docena abandono mi asiento para empezar con el habitual ritual de saludos, mezclados en esta ocasión con felicitaciones, estamos en la onomástica de San José y toca felicitar a unos cuantos... si se hubiera celebrado aquel día San Rigoberto o San Ambrosio igual no tocaba felicitar a nadie, pero estamos en Murcia y entre Pepes, Pacos, Juanes y Antonios igual tenemos a la tercera parte de la población masculina.
Veo a Pepe “el de los jamones” que viene bien preparado para el viaje, junto a su equipaje habitual trae una caja de vino y varias bolsas que presumiblemente contienen embutidos, no va a faltar jamón serrano ni buen vino en este viaje :-). Veo pocos rostros nuevos, la mayoría de los compañeros son de los habituales en los viajes, Jorge e Isabel, Pascual, Juan Galindo, Vicenta, Inma y Mariano que se suma por primera vez a un viaje con nosotros... veo también a Eugenio, Clemente y Esther, Dani etc etc... vamos que me siento como en familia.
Tengo también la oportunidad de saludar a Bárbara que aunque no nos acompaña en el viaje viene a saludarnos y de paso recoger un mp3 con música que le he grabado, y a Úrsula que viene a despedir a un compañero y a la que hacía mucho tiempo había perdido la pista... ella fue quien me convenció para que intentase ir al viaje del Pirineo el año pasado y finalmente ella no participó en el viaje, se lo recuerdo y le doy las gracias, es lo menos que puedo hacer.
Un viaje muy entretenido.
Llegan los autobuses, dos en esta ocasión, y comienza el acarreo de maletas y el acomodarnos en los mismos, entro en el primero tras dejar mi equipaje, la novedad en este primer día es que haremos la ruta de camino a la pequeña localidad de Tragacete, en pleno corazón de la serranía de Cuenca, de forma que hay que ir ya en traje “de faena”. Subo en el primer autobús, en la parte posterior izquierda como suelo tener costumbre... quiere la fortuna de que sea ese lugar también elegido por mis compañeros favoritos, cerca de mí se sientan Eugenio, Esther, Clemente, Inma con Mariano... finalmente mi compañero de asiento es Damián que junto con su novia Mari Carmen ha sido de los últimos en llegar.
Y es una suerte porque resulta ser un buen conversador, acostumbrado al típico compañero “autista” que pasa todo el tiempo encerrado en su mundo particular y cuyos temas de conversación se agotan en cinco minutos Damián resulta ser todo un descubrimiento... durante las horas que durará el viaje no dejaremos de parlotear sobre los más variados temas... cine, tecnología, los detalles del viaje, los problemas con la administración y como no, también sobre la crisis y política … no es de extrañar que Mari Carmen le preguntase al terminar el viaje sobre si “hemos arreglado ya el mundo”... que conste que no agotamos ni de lejos los temas de conversación de los que ambos podríamos hablar largo y tendido :-).
El pueblo de la laguna.
Tras la inevitable parada en una estación de servicio para almorzar llegamos a la hora prevista al pueblecito de Uña, distante solo unos pocos kilómetros de Tragacete, nuestro objetivo. El plan es comer allí mismo y acto seguido realizar una pequeña ruta senderista de nueve kilómetros por sus alrededores. La localidad está situada a orillas de una bonita laguna, vamos a darle la vuelta a todo el conjunto y rodear las montañas situadas enfrente del mismo, el llamado sendero del Escalerón y de allí por el de la Raya vuelta al pueblo.
Bajamos del autobús en medio de una suave lluvia, las pesimistas previsiones meteorológicas se comienzan a confirmar, daban lluvia para el viernes y el domingo... bueno no importa si el sábado que toca la “etapa reina” tenemos la fiesta en paz. Me acomodo en uno de los bares que jalonan la carretera que cruza el pueblo, mi intención era comer en la barra a base de tapas... no puede ser ya que allí no tienen, de modo que termino sentado en una de las mesas con la intención de comer, he tenido suerte porque apenas quedaba sitio libre.
A la misma se sientan Vicenta, Mariano, Inma y otra compañera habitual del grupo cuyo nombre por desgracia hace tiempo que olvidé, mi mala memoria para los nombres un día me la va a jugar una mala pasada.. La comida estuvo bien... lamentablemente tardaron tanto en servirnos que llegué a preguntarme más de una vez si fue buena idea el comer allí... el reloj iba marcando implacablemente el tiempo y se acercaba la hora de partir de ruta, y allí no servía nadie. Otras compañeras en una mesa aledaña tuvieron menos suerte incluso que nosotros... y eso que habían pedido platos más sencillos, ver para creer. Vicenta, tan legal como siempre, preguntó si podíamos comer allí de lo que llevábamos, evidentemente le dijeron que no... y luego vimos como muchos compañeros se comían sus bocatas tan tranquilos sin ser amonestados por el servicio del bar...
No se ni como pero conseguimos terminar y pagar justo a tiempo, José Antonio llevaba un buen rato merodeando por allí controlando a la gente... a ver si se ponía en marcha la excursión de una vez. Con media hora o más de retraso comenzamos a caminar... por desgracia aquella suave lluvia persistía y nos obligó a hacer el primer kilómetro enfundados en el chubasquero, en mi caso incluso me puse el chubasquero de pantalón... medida excesiva que en aquel momento me pareció de lo más prudente... ya llevo unos cuantos remojones en rutas por mi cabezonería de no usarlo y no quería que tal cosa me sucediera de nuevo.
El sendero del escalón.
Seguramente no tardamos más de cinco minutos en salir del pueblecito y encaminarnos hacia la laguna, la vista incluso desde las orillas de la misma era espectacular... una pena que hayamos hecho el viaje en el peor momento posible a efectos de fotografías, es decir en la transición entre el invierno y primavera y encima en un día nublado, a nuestro alrededor apenas había colorido... solo tonos grises y ocres, la vegetación de ribera estaba toda mustia, los árboles al pie de la laguna estaban pelados sin un brote verdes en las ramas y hasta el verde de los pinos parecía oscuro e insano debido a la falta de luz, una pena ya que el entorno no podía ser más bello con todas aquellas formaciones rocosas tan peculiares. Aun así me sorprende el partido que algunos compañeros han sacado a las fotografías, eso me demuestra lo mucho que me queda por aprender.
Tras cruzar el río que alimenta la laguna el sendero comenzó a ascender, no mucho, pero lo suficiente como para hacernos sudar bajo nuestros chubasqueros, empecé a sentirme como dentro de una sauna... creo que hasta llevaba una malla debajo de los pantalones por si hacía frío... en fin, terminé aquella ruta con la ropa que se podía escurrir. El ancho camino de asfalto dio paso a un sendero de montaña que nos llevó directos a las elevaciones que rodean el pueblo y la laguna, las impresionantes mesetas rocosas que cercaban todo el conjunto aparecían salpicadas con restos de hielo que estaba terminando de derretirse, no sin antes sucumbir con cierta gloria... de vez en cuando resonaban, incluso con eco, los golpes que producían grandes trozos al precipitarse montaña abajo... este crudo invierno que hemos vivido toca a su fin, no pienso echarlo de menos, y aquello era ya el último acto.
La ascensión nos llevó a una de aquellas mesetas entre formas caprichosas, siempre creí que aparte de la ciudad encantada no había en Cuenca más sitios similares... sin embargo no es así y abundan las formaciones rocosas erosionadas por todas partes, enormes rocas de cumbre plana como mesas, con laderas curvas de formas imposibles pintadas de un moho negro que les otorgaban una singular belleza, no me cabe la menor duda de que aquellos parajes hubieran captado la atención de cualquier escultor. Como de costumbre en cada recodo, en cada lugar de vista privilegiada, se sucedían las fotos y las poses... es uno de los atractivos de los viajes, todo un regalo para los aficionados a la fotografía tener estas preciosas vistas a tiro de cámara... nunca pensé cuando me compré mi primera cámara digital allá por el año 2,003 tres años antes de comenzar con el senderismo que un día me sentiría tan privilegiado por ser testigo de tanta belleza y tener la oportunidad de captar una pequeña parte de la misma con mis fotos.
Tomo también numerosas instantáneas de los compañeros de ruta, hace tiempo me centraba mucho más en los paisajes, ahora procuro combinar ambas cosas, decía Descartes que el “hombre es la medida de todas las cosas”, ese dicho es especialmente cierto en fotografía, como cambia una vista grandiosa si incluimos la figura humana en ella... es entonces cuando tomamos verdaderamente conciencia de la enormidad de cuanto nos rodea. Y naturalmente también es una inmensa suerte poder fotografiar a tus amigos, a tanto rostro sonriente y emocionado que al igual que tu están disfrutando el momento... de verdad que si existiera un paraíso en el más allá debería tener su parcela de senderismo... si no es así no quiero entrar en él ;-).
Chubasqueros fuera, fue un alivio poder quitárselos ya que la lluvia desapareció... por desgracia el daño está hecho y ando hecho una sopa, no debo ser el único desde luego. El sendero comienza ahora a descender y nos movemos entre imponentes bosques de pinos, unos árboles muy distintos de los que solemos ver por nuestras queridas tierras murcianas, allí la altura combinada con el frío hacen que no puedan sobrevivir las especies de pino que solemos tener aquí, son árboles altos, algunos de porte grandioso, elegantes y bellos, de rectos troncos desprovistos de ramas en su parte más baja... adaptados a las intensas nevadas y los fríos del lugar, hay algo especial en esa sierra, se respira “otro aire”, no se explicarlo pero me parece estar retrocediendo en el tiempo y estar situado en un lugar más salvaje.
En un claro entre árboles, desde aquellas alturas tomamos las primeras fotos de la panorámica del pueblo, no quiero ni pensar como se verá aquello en primavera en medio de la explosión de hojas y flores, o en otoño cuando la vegetación de ribera se vista de amarillo... a pesar de la belleza del paisaje que contemplo y capta el objetivo de mi cámara no puedo sino desear haber ido en otro momento... en otra ocasión quizás si el río de la vida me vuelve a llevar a aquellas hermosas tierras.
Vuelta a subir y vuelta a internarnos de nuevo en el bosque, estamos cresteando aquella pequeña sierra y es imposible hacer un tramo llano durante mucho tiempo, nuestras cámaras siguen disparando sin cesar captando cada farallón rocoso, cada recodo, es difícil encontrar una ruta más corta y a la vez más espectacular que aquella. El pueblecito de Uña y su laguna quedan a la vista una y otra vez, parecen sacados de una postal, una pena no tener tiempo para admirar aquello más tiempo. Por fin llegamos al “camino de La Raya”... un sendero que cruza la sierra y lleva directamente al pueblo ladera abajo. Al comienzo del mismo hay un bonito cartel que de forma detallada nos describe el tipo de vegetación que crece en los distintos niveles rocosos de ese pequeño y estrecho desfiladero, por lo visto la humedad que supuran sus paredes dan cobijo a una vegetación peculiar.
El paso de la Raya.
Antes de desaparecer como tragados por la tierra en la entrada del sendero casi oculta por unos altos y espesos matorrales nos reagrupamos y aprovechamos para descansar un momento, beber agua y tomar algo, recuerdo que tuve que echar mano de mi botiquín para darle un analgésico a una compañera que me lo pidió, al día siguiente sería yo quien tomaba otro al comienzo mismo de la ruta, una de mis rodillas me daba la lata incluso antes del viaje y reconozco que no estaba precisamente en lo mejor de mis fuerzas.
El paso de La Raya fue breve pero interesante, aquellas paredes estaban cubiertas de musgo y distintos tipos de plantas amantes de las umbrías y lugares húmedos poblaban cada uno de sus rincones, aproveché la lentitud con la que lo cruzamos para disparar mi cámara cuanto pude para captar cada detalle, más de una foto tuvo que ser eliminada posteriormente por la falta de luz. El paso desembocó en una especie de sendero abierto en la roca desde donde podíamos contemplar una vez más el pueblo y su laguna... un tramo corto pero espectacular, no había prisa por abandonar aquel lugar, dio la casualidad de que el sol hiciera acto de presencia por fin aunque de forma discreta, lo suficiente como para captar con mi cámara aquellas grandes rocas resplandecientes bajo el sol del atardecer, el día se despedía con una pincelada de color... seguramente la única, y allí estaba yo para ser testigo.
El descenso y el camino hacia el pueblo se hizo a ritmo tranquilo, ni la menor amenaza de lluvia. Tras una apresurada cerveza tomada en el bar donde comí con parte de los compañeros, me resisto a perder las buenas costumbres, subí al autobús con la sensación compartida por el resto de mis compañeros de que había sido una ruta bonita y espectacular, desde luego mucho más de lo que esperaba.
Tragacete “la nuit”.
Poco tiempo después llegábamos a nuestro destino, el pueblecito de Tragacete, allí se ubicaban el hostal y el hotel “El Gamo” donde íbamos a estar alojados. A pesar de estar divididos en dos grupos la cena se haría en el hostal ya que aquel local poseía un comedor lo suficientemente grande como para acogernos a todos. Buena idea ya que el andar separados en distintos grupos no es algo que nos agrade a casi ninguno. Nos acomodamos en las habitaciones, me tocó en suerte compartir habitación con Mariano, el amigo de Inma con quien ya había compartido alguna ruta senderista-nocturna, un colega bastante tranquilo y de agradable trato... para mi satisfacción pude comprobar esa noche que era de los “silenciosos”… creo que ambos volveríamos a compartir habitación en otras ocasiones sin el menor problema, por una vez no tuve problemas con los ronquidos.
Antes de ir a cenar tuve la oportunidad de echar alguna foto nocturna en la plaza de la “fuente del pino” frente al hostal, y de tomarme unas cervezas en el bar “3 hermanos” que estaba al doblar la esquina, un sitio tan acogedor que me hizo olvidar la necesidad de buscar ningún sitio más por el pueblo. La cena estuvo bastante bien, fue mejorada incluso por un obsequio de Pepe “el de los jamones” que se sentaba muy cerca de la mesa donde estaba, un buen vino que dejaba a bastante distancia el que nos habían puesto en la mesa. Generalmente fueron platos típicos de la zona y aunque hubo bastante lío a la hora de los postres debido a la desorganización que tenían en la cocina, daban opciones que luego no podían cumplir, en general no tuvimos ninguna queja y en verdad que hacía tiempo que no comía tan bién en un viaje.
Tras la cena vino la acostumbrada “juerga” nocturna, en esta ocasión nos reunimos en el salón de fiestas del hotel, allí unas compañeras del grupo estuvieron un buen rato entretenidas preparando el habitual “mojito”, es divertido ver como se prepara y como colaboran para su elaboración, ves un cubo de plástico siendo rellenado por turnos con zumo de limón, gaseosa, azúcar, hierbabuena, hielo y por supuesto una generosa cantidad de ron... no estaba demasiado fuerte en esta ocasión, la prueba es que creo que tomé tres vasitos y la “jumera” que aquellas alturas llevaba no empeoró.
Antes de la habitual sesión de baile tuvo lugar la entrega a José Antonio de su regalo, era el día de su santo y cumpleaños así que al igual que el año pasado en que coincidió el día 19 con nuestro primer día de viaje en Cazorla hubo un homenaje más que merecido al organizador y compañero del grupo. En esta ocasión el regalo fue bastante original … tras la apertura de capa tras capa de papel de regalo apareció un bono para un vuelo de un par de horas en ultraligero... estoy seguro que le hizo ilusión, a mí desde luego que no me regalen algo semejante... casi prefiero una corbata :-).
Jaime no vino en esta ocasión, al igual que otros muchos compañeros de sobra conocidos, así que hizo de pinchadiscos un camarero del hotel... cada dos por tres cortaba un tema y te dejaba con el “paso cambiado” :-), por no hablar de la selección musical … a pesar de todo creo que mejoró algo respecto al anterior viaje de Paterna... donde no se las veces que bailamos los mismos temas. No me recreé demasiado en el baile, allí tampoco dejaban quedarse hasta las tantas. El día terminó con una vuelta por el pueblo buscando el único pub, no hubo fiesta allí pero sirvió la visita de unos cuantos compañeros para intentar obtener una rebaja en el precio de las copas para el día siguiente, no terminaban de creerse que tras la ruta que nos esperaba el sábado haciendo cumbre en el San Felipe luego terminásemos allí de fiesta… se nota que no nos conocen.
La noche sin novedad, tranquilidad casi absoluta, por desgracia me pasó lo de siempre … extraño mi cama, al menos la primera noche, de forma que no dormí demasiado bien, eso sí no puedo echarle la culpa a nadie en esta ocasión, es algo con lo que ya cuento en cada viaje, quizás al día siguiente cuando el cansancio pudiese conmigo durmiese mejor... ya se vería.
Comienza la etapa estrella, un comienzo muy animado.
Nos levantamos temprano, servían el desayuno a las ocho y media, me planté en el comedor antes de que abrieran tal y como tengo costumbre suelo ser de los primeros, el desayuno nada del otro mundo, las habituales tostadas con aceite, mermelada y mantequilla para elegir, unas magdalenas, y croissanes... nos vimos negros para que nos sirvieran el café y la leche, tuve la impresión que no tenían personal para atender a tanta gente, allí deben tener en pocas ocasiones el comedor a tope.
Una vez preparada mi mochila esperé en el exterior en la puerta del hostal junto a la fuente a que se congregaran el resto de los compañeros, poco a poco fueron llegando y aproveché para echar una larga serie de fotografías de las cuales solo he expuesto en Internet una pequeña parte, el día lucía espléndido... nubes en el cielo pero el sol fuera, deseé que aquello continuase y que por fin disfrutásemos de una ruta con buen tiempo, si al día siguiente llovía me daba igual, aquella era la etapa más importante, más de diecinueve kilómetros con seiscientos cincuenta metros de desnivel en caso de elegir la opción “fuerte”, para mí la única posible. Eso sí mi rodilla derecha que no me había dejado de dar la lata toda la semana tras la ruta del domingo anterior seguía farruca dispuesta a darme el día, para evitarlo antes de empezar a caminar me tomé allí mismo con agua de la fuente un calmante... no era plan empezar una ruta de veinte kilómetros con molestias desde el primer momento.
Me sentía en aquellos momentos de maravilla, es siempre un espectáculo memorable el ver al grupo al completo marchar al unísono al comienzo de una ruta, sobre todo en los viajes largos cuando emprendemos la marcha bien temprano. En mis oídos sonaba desde el comienzo mi mp3 y ello me animaba a estar de buen humor, pensé que el chubasquero permanecería todo el tiempo en mi mochila y me preparé para disfrutar al máximo de la ruta... durante la salida del pueblo mi cámara no dejó de tomar fotografías.
La Chorrera.
El pueblo pronto quedó atrás, un cartel nos informó de que estábamos adentrándonos en un parque natural... aquello no podía pintar mejor. Fuimos remontando el río Júcar siguiendo un camino asfaltado, al poco rato llegamos a uno de los puntos “espectaculares” de aquella larga ruta, la cascada de La Chorrera. El agua del río se precipitaba desde lo alto junto a unas casas... quien sabe si antiguamente no hubo allí un molino porque parecía una ubicación ideal. Frente a la cascada había un camino que ascendía a una loma, bordeado con vallas de madera terminando en un mirador... todo preparado para recibir a los turistas. Subimos a aquella altura y fuimos desfilando por aquel lugar para admirar el paisaje y de paso echar una buena cantidad de fotos al paisaje, la cascada y sobre todo a nosotros mismos posando :-).
El estrecho de San Blas.
Seguimos caminando por aquel sendero asfaltado que continuaba serpenteando y siguiendo el curso del Júcar, el río se adentraba en un desfiladero entre moles de roca caliza, el llamado estrecho de San Blas, un campo situado a la izquierda de nuestra marcha captó la atención de las cámaras... los árboles frutales que lo poblaban estaban desprovistos todavía de hojas y flores sin embargo las ramas de color rojizo causaban un curioso efecto óptico, era la única pincelada de color del entorno de ahí que fuimos más de uno los que hicimos fotografías.
Tras el paso por aquel primer corto desfiladero el camino se hizo más ancho y el río pasó a discurrir por un amplio prado salpicado de pinos, tocó cruzar la corriente de agua en un punto y bueno... cada cual lo hizo a su estilo, hubo quien puso un tronco a guisa de puente y animó a cruzarlo de esta forma, yo simplemente busqué un sitio propicio y dí una buena zancada apoyado con mis bastones. Tras aquel divertido obstáculo el camino seguía adentrándose más y más en aquella serranía, íbamos camino al Estrecho del Infierno.
El Estrecho del Infierno.
Antes de adentrarnos en el mismo José Antonio nos advirtió que seguramente habría bastante agua, así fue, pero en ninguna cantidad exagerada que nos obligara a mojarnos las botas, en mi caso y a pesar de las advertencias previas al viaje no llevé calzado de repuesto, iba dispuesto a cruzar descalzo si hacía falta cualquier riachuelo y pasaba de cargar con más peso en mi mochila.
El cruce de aquel estrecho fue divertida, la corriente de agua reducida a un riachuelo de poco caudal lo atravesaba de punta a punta y nosotros simplemente caminábamos por donde podíamos, si llega a bajar más agua entonces si que hubiésemos terminado bien mojados ya que no teníamos amparo ni existía camino alternativo alguno que nos permitiese pasar por allí alejados de la corriente. Tras el estrecho se abrió ante nosotros un amplio campo cubierto de hierba, parecía un campo de golf por lo uniforme de la misma.
Un poco más adelante nos detuvimos ya por fin a almorzar, llevábamos seis kilómetros de ruta y el desayuno tampoco había sido demasiado abundante, teníamos una buena mañana de sol y apenas se veían minúsculos restos de nieve en la zona más alta de la sierra, poco más que pequeños charcos... a nuestra izquierda estaba la loma y la cresta del San Felipe, la parte más alta de la provincia, allí nos dividiríamos en dos grupos, unos rodearían la sierra yendo por el mismo camino donde estábamos y los demás marcharíamos en sentido trasversal primero para tomar altura y a continuación superar aquellas elevaciones por su parte más alta, es decir… a crestear por la cuerda, nuestra afición favorita cuando las montañas se ponen a tiro.
Almuerzo en el nacimiento del Júcar.
El almuerzo fue bastante animado, me senté junto a varios colegas de ruta en un árbol caído que nos hacía de improvisado asiento, aprovechamos para echar fotos y compartir algo de la comida que llevábamos, había que tomar fuerzas porque nos esperaba la parte más dura de la excursión, teníamos que superar más de seiscientos metros de desnivel y la verdad es que apenas habíamos tenido cuestas hasta entonces. Un poco antes de camino a aquel lugar José Antonio intentó mostrarnos el punto donde nacía el río Júcar... sin demasiado éxito, aunque el Gps le marcaba el punto más o menos exacto allí no había nada que diferenciara aquel nacimiento de otras charcas parecidas.
Daba pereza irse de aquel bonito prado soleado pero hubo que ponerse en pie y comenzar el ascenso , algún compañero en señal de coña nos cantó algunas líneas del himno de infantería... otras veces somos nosotros, los que partimos a las rutas duras los que nos mofamos de los que eligen la opción fácil, creo que a pesar del esfuerzo somos los que disfrutamos más al final, sobre todo en esta ruta del sábado, creo que los que la hicimos tuvimos mucha suerte.
El duro ascenso a la cumbre del San Felipe.
Comenzaron las cuestas de verdad y la ruta se transformó de un bonito paseo por la ribera del Júcar, , en una ruta montañera, ya estaba bien de “mariconear por los prados” comentó alguien y yo estuve de acuerdo. Subir y subir sin descanso... al final alcanzamos lo alto de la loma tras no poco esfuerzo, ante nosotros se mostraba un paisaje espléndido … montañas y montañas cubiertas de grandes pinos, algo más salpicadas de nieve de lo que desde abajo se veía, aunque todavía no la pisábamos allí había nieve en cantidad.
Cresteamos un poco antes de descender y meternos en un amplio camino forestal embarrado, lo abandonamos poco después y volvimos a subir, cada vez veíamos más nieve y para postre el tiempo empezó a cambiar, el sol casi se ocultó tras un manto de nubes y empezó a bajar rápidamente la temperatura.
Pronto emprendimos la subida más empinada de todas, rodeados de aquel majestuoso paisaje casi-nevado y cubierto de nubes, empezó a soplar un viento frío pero no había tiempo para detenerse a ponerse el chubasquero. Me empecé a sentir mal, el escaso descanso de la noche anterior junto con molestias en el estómago seguramente debidas al exceso con la bebida y el haberme engolosinado demasiado con las legumbres fritas que llevaba por almuerzo me empezaron a pasar factura.
Si hubiera podido me habría detenido en la subida y marchado junto a un pino a “expulsar los malos espíritus” … pero no podía, con aquellos retortijones de barriga terminé de subir aquella cuesta, lo malo de llevar el estómago mal es que pronto empiezas a sentir también las piernas pesadas y un sudor frío empieza a cubrirte el cuerpo. Tras la mortificante subida llegamos a una zona llana entre pinos donde nos reagrupamos antes de emprender el ataque final a la cumbre, aprovechamos para ponermos más ropa encima y tomar un trago de agua. Posando sonriente en la nieve para una foto nadie diría que estaba hecho polvo, pero así era… doy fe que se puede estar jodido y aun así marchar con el grupo de cabeza.
Empecé a pedir, para mí por supuesto, que aquello terminara pronto, que la cumbre estuviese cerca y que la bajada fuese rápida, o buscaba un rincón donde soltar lastre o aquello podía terminar mal para mí. Con paso vivo emprendimos la conquista de la cumbre, el San Felipe estaba siendo más complicado de alcanzar de lo que había previsto inicialmente porque al fin y al cabo seiscientos cincuenta metros de desnivel no son nada ya para mí... pero claro las condiciones climatológicas y como te encuentres pueden marcar una gran diferencia y hacer difícil algo tan fácil.
La nieve no componía ya charcos más o menos grandes, cubría con su manto blanco y helado la cuerda del San Felipe, y a cada metro de subida se acumulaba en más y más cantidad... era una pasada ver todo aquello tan nevado cuando desde el prado de abajo apenas habíamos visto unos raquíticos charquitos helados, empezó a soplar la ventisca aunque afortunadamente a ráfagas muy cortas de forma que la temperatura no bajó demasiado.
La cumbre por fin.
Delante de nosotros Cristobal que había tomado la delantera nos señaló el camino de la cumbre, a lo lejos se vislumbraba el vértice geodésico que marcaba la cumbre del San Felipe, me había costado llegar hasta allí… el primero que veo que no está hecho del típico pilón de cemento sino de ladrillos. Tuvimos tiempo, posibilidad y buen humor para empezar con las inacabables sesiones de fotos en aquella cumbre, en torno nuestro el tiempo se había tornado de lo más sombrío... pensé que si comenzaba a caer una buena lluvia estábamos arreglados. Hubo foto de grupo, poses de lo más variadas y fotos a petición de muchos compañeros que no llevaban cámara … como saben que los “fotógrafos” las colgamos en la red ya nos las piden directamente y así pasan de llevar cámara... creo que en la próxima voy a hacer lo mismo ;-).
Había que continuar ya no ascendiendo puesto que estábamos en el punto más alto, pero si caminando con rumbo norte por aquella cresta rocosa, hubo momentos en los que tuve que usar los bastones para evitar que el fuerte viento me hiciera perder el equilibrio, no estaba tampoco precisamente en lo mejor de mis fuerzas, había recuperado algo de mi forma física tras el descansillo en la cumbre pero seguía sin encontrarme bien, de haberlo estado hubiera saltado con el grupo de cabeza sin quedarme rezagado.
Allí no había sendero, tampoco hacía falta porque el camino estaba bien claro, seguir la cresta montañosa hasta donde nos señalara José Antonio, en algunos sitios se había acumulado tanta nieve que no eran pisadas lo que seguíamos sino agujeros de uno o dos palmos horadados en el manto helado. Hubo un momento en el que José Moya que marchaba delante mío casi cayó de bruces al quedarse literalmente clavado en una de aquellas traicioneras trampas nevadas. Había que marchar con cuidado, tanteando el terreno todo lo posible con los bastones y buscando pisar donde otros compañeros lo hubieran hecho antes ya.
¡Paz!
A mi lado Virtu bien juguetona posó para un par de fotos e inició una guerra de bolas de nieve, creo que un pelotazo de aquellos me acertó en el hígado :-), ni yo ni nadie le siguió la corriente, no estaba de humor para jugar con la nieve cuando estaba deseando salir de allí ya que me estaba “yendo de bareta” ;-). El paseo nevado concluyó en una zona donde tuvimos que caminar de roca en roca y cuando pensaba que ya había terminado de pisar nieve me sorprendió la zona elegida para bajar de la cresta, una amplísima ladera toda nevada que hizo las delicias de algún que otro compañero espontáneo en asuntos de esquí. La vista era preciosa y no pudimos menos que demorarnos un poco en el descenso y echar abundantes fotografías.
Apenas unos metros más abajo terminaba la nieve de forma tan brusca como había empezado, prados de hierba intensamente verde tachonados de enormes y robustos pinares, mi cámara captó la imagen de uno que tenía una rama que crecía boca-abajo, efecto sin duda de las fuertes nevadas que cada año la debían curvar. Abrazada a ese árbol posó Maite delante de mi cámara, ella, Virtu e Inma han sido mis “modelos” favoritas en Cuenca, y tengo que decir que a las tres las adora la cámara ya que no salieron mal en ninguna foto.
Por fin encontramos poco más adelante el punto de reunión, allí nos esperaban todos los compañeros de la “opción fácil” excepto Loles y Alicia que se habían descolgado de ese grupo para encontrarse con nosotros en la cima, a ver quien le impide a Loles hacerse una foto en la cumbre o echar una carrera por la nieve... nuestra compañera aparte de formar parte de la organización es la persona más feliz del mundo en estas rutas... bueno, la segunda tras de mí, para que vamos a decir otra cosa ;-).
Un merecido descanso.
Para comer solo me tomé una de esas ensaladas de pasta en conserva que suelo llevar... un todo-en-uno muy práctico que me libera de la obligación de llevar pan para bocadillos o buscar panaderías en los puntos de destino tal y como otros compañeros hacen, miré a mi alrededor para buscar a Vicenta & company... sin fortuna, se habían escondido muy bien los puñeteros, luego dirán que si paso de ellos o si me pierdo por ahí cuando en realidad me mezclo y hablo con todo el mundo ;-). Como no podía estar sentado ya que me estaba quedando helado, di una vuelta por la zona y me topé con Clemente y Eugenio, vi su bota de vino y se la pedí, eché un buen trago y recordé que tenía un asunto pendiente... de modo que ale, a buscar un sitio tranquilito. Unos metros más allá pude por fin ejecutar el exorcismo que necesitaba y expulsar fuera de mí… aquella horrible cosa sin nombre, ¿conoceis la expresión “plantar un pino”? … pues allí no crecerá un pino... más bien una secuoya… ejem.
Volví donde estaban los demás sintiéndome mucho más ligero y liviano... la vida tenía ya otro color ;-). Salimos de aquel lugar y cruzamos un gran claro en el bosque, aproveché para tomar unas instantáneas del grupo en movimiento, estaba alucinado con aquellos pinos… troncos altos y rectos desprovistos de ramas salvo en su parte superior... no me extraña que sean tan apreciados por la industria maderera apenas hay que trabajarlos para convertirlos en postes de teléfono o mástiles de barco ¡como debe de lucir aquel lugar en primavera !.
Ya estábamos en la parte final de nuestro viaje, faltaba poco ya para llegar al nacimiento del río Cuervo, uno de los sitios más conocidos de la provincia junto a la ciudad encantada y la capital con sus “casas colgantes”. Antonio Garre, compañero que ayudó a José Antonio con la preparación del viaje es una verdadera enciclopedia andante que se conoce mil y una rutas y mil y un lugares de nuestra geografía, al que desde aquí envío un cariñoso saludo, me comentó que aquel era un lugar especial de la provincia y constituía una comarca diferenciada del resto, por desgracia he olvidado su nombre y resulta complicado de buscar el mismo en Internet, Cuenca tiene multitud de comarcas y un sin fin de municipios... se lo preguntaré en cuanto le vuelva a ver ya que me gustaría poner ese nombre aquí :-).
Pude disertar también con unos compañeros acerca de las distintas variedades y propiedades del té, mi infusión favorita, a veces me sorprendo de la variedad de temas de los que puedo conversar, debe ser porque he leído mucho o porque soy muy viejo ;-), pero es verdad porque viene a mi memoria una conversación con Eugenio sobre, como no, ajedrez... y recuerdo otras más curiosas incluso aunque no de este viaje, y es que desde temas espirituales y física cuántica, pasando por política, tecnología, historia, chistes... es lo que tiene no tener idea de nada, puedes hablar de todo :-), me aburren un montón las personas mono-temáticas, y las hay a montones,… es como ver un paisaje en blanco y negro cuando puedes disfrutar del color, la vida es demasiado corta como para quedarse en eso.
Bajando un gatito del árbol.
Fui testigo también del gracioso episodio que protagonizaron José Antonio y una chiquilla hija de una compañera de viaje que caminaba con nosotros, había un pino tumbado sobre sus ramas y formaba una línea horizontal, José Antonio tal y como le gusta hacer subió al mismo y caminó por su tronco haciendo equilibrios, la cría sin miedo alguno le siguió y caminó casi hasta el final, me entró el pánico al verla... “a ver si se cae”, y me acerqué corriendo a darle la mano, ella aprovechó mi apoyo para caminar con más soltura … pero claro , al igual que los gatitos cuando suben a un árbol le entró el pánico al intentar bajar, sin problema, la ayudé a bajarse de allí sintiéndome un héroe durante unos breves instantes. Era una criatura encantadora, el resto de la ruta y la del día siguiente la hizo pegada a José Antonio al que puso en más de un aprieto y achuchó con sus divertidas preguntas ;-).
Río Cuervo... ¿o no?.
A lo lejos se veía ya el aparcamiento del restaurante que hay en el paraje del nacimiento del río Cuervo, ¡que bien se acabó ya! … pues no, quedaba todavía un buen trecho, aunque en ese momento no lo sabíamos... ya que estábamos allí en vez de lanzarnos directamente al bar tal y como tenemos costumbre, aunque hubo quien lo hizo y no quiero dar nombres, enfilamos el camino hacia el nacimiento del río dichoso... pensando que aquello debía de estar a tiro de piedra. Pues no, creo que desde el aparcamiento hasta la parte final debía de haber un kilómetro largo, y con abundantes cuestas, escaleras incluidas, en aquellos momentos con veinte kilómetros en las piernas creo que más de uno nos acordamos del dichoso nacimiento y de la madre que lo parió, con perdón.
¿El río?, precioso, un agua cristalina de tonos verde turquesa espectacular, rincones bellísimos por doquier, un regalo para las cámaras... el nacimiento en sí, pues lo siento pero ni fu ni fa, mucho más bonitas eran las cascadas que le precedían. Eso si, pude comprobar que en todas partes cuecen habas y hay cretinos, no se ni como pero consiguen hacerse de notar y dejar su rastro... el lecho del río en algunos puntos aparecía cubierto de moneditas... con la actual crisis no creo que duren mucho tiempo allí y en cuanto la temperatura lo permita, en fin... hay cerca un bar donde darles mejor empleo a esos euros :-).
Tras las fotos de rigor, esto de llevar cámara es una esclavitud en ocasiones ¡palabra!, llegué derrengado al bar-restaurante, donde un chico de aspecto de extranjero de los “del este” andaba todo estresado atendiendo a la gente de mala manera mientras algunos de sus compañeros que debían estar asignados al restaurante, donde no había casi nadie, pasaban el tiempo rascándose las p... tras un rato que se me antojó interminable conseguí mi caña de cerveza ¡me la había ganado!, y tras otro no menos largo conseguí pagarla... un día de estos tengo que hacer la prueba de hacer “como que me voy” a ver si de dan cuenta de que estoy ;-).
Allí se estaba en la gloria, había incluso una estufa de leña, fuera caía una lluvia menuda... más de uno se quejó “del calor que hacía allí dentro”... vivir para ver. Habíamos terminado la ruta, no se si por los dos o tres kilómetros caídos de propina, por el tiempo revuelto o simplemente por mi mal estado físico me había resultado más dura de lo esperado, pero no me quejo... todo lo contrario, hacía tiempo que no me cansaba tanto en una marcha del grupo y se agradece de vez en cuando hacer algo que pone a prueba tu forma física, no se como explicarlo pero es un cansancio agradable.
Tragacete la nuit, segunda parte.
Tras la llegada a Tragacete nos fuimos de cabeza a nuestras habitaciones para quitarnos toda aquella ropa sucia y asearnos, en la parte baja del armario que me tocó en suerte deposité otra pila de ropa sudada, la ducha me hizo revivir, es difícil, si no imposible, transmitir la sensación que se experimenta cuando uno se asea tras un día como aquel... vi que la cortina de la ducha seguía hecha un hatillo en el cuarto de baño y que habían retirado la chinche muerta del día anterior... aparte de eso habían hecho las camas y cambiado las toallas, osea que había servicio allí :-).
Justo antes de entrar al hostal había prometido a Eugenio y Clemente unas partidas de ajedrez antes de la hora de la cena, de modo que tras pillar el primer turno, a Mariano le daba igual, y asearme y cambiarme de ropa a toda prisa me encaminé al bar 3 Hermanos con mi kit de ajedrez. Allí me encontré con Clemente y empezamos él y yo a entretenernos, no jugando ninguna partida, sino viendo problemas de una revista de ajedrez que él había traído, el último número de “Peón de rey”... no se si fue por el cansancio, las cervezas o la dificultad de los problemas pero no dimos ni una, ni siquiera cuando se nos unió Eugenio... en fin, comprobé que mis colegas de grupo y tablero son humanos como yo.
¿Las partidas? … bueno las que jugué contra Clemente y Eugenio terminaron con la habitual paliza, ninguna novedad porque ya lo esperaba, no estamos en la misma categoría y a veces me pregunto que hago yo jugando con esos. Más emocionante en cambio estuvo la partida que jugaron entre ellos... justo al filo del tiempo que nos quedaba para ir al comedor, la cosa terminó en un vertiginoso apuro de tiempo y en tablas aun cuando parecía que uno u otro se llevaría el punto. Prometo dar más guerra la próxima ocasión, en el Valle del Jerte continuará el drama, que no revancha, de nuestras partidas.
La cena resultó suculenta y agradable al igual que la del día anterior, eso sí … de nuevo movida a la hora de los postres, que si yo quiero esto y que si quiero lo otro y que si resulta que de esto no queda … ¡en verdad que no envidio a los currantes de hostelería!. El día anterior no hubo tarta, o si la hubo apenas fue un cachito... José Antonio se merecía una tarta de cumpleaños completa, y vaya si la tuvo... Loles pidió a los que llevábamos cámara que inmortalizásemos aquel momento... no hacía falta ya que en el momento que se apagaron las luces y llevaron la tarta al lugar donde estaba José Antonio no dejaron de dispararse los flases de nuestras cámaras, aparte de la mía había al menos cuatro o cinco más, me alegré de verle tan contento y feliz, él se merece todo eso y mucho más.
La cena se alargó y de nuevo tuvimos ocasión, al menos en el rincón donde estaba, de degustar el embutido que traía Pepe y un poco de buen vino... no había tenido un día demasiado propicio para los excesos, pero eso sí … comí con mucho apetito como de costumbre, no se como mi estómago resistió pero la verdad es que la cena me sentó bien. Tras la misma subí a mi habitación … sinceramente estaba fundido y necesitaba echarme un rato en la cama. Pensé que hacer, era demasiado temprano para irse a dormir ya, además la cena me pesaba en el estómago y no era bueno acostarse recién cenado, pero estaba rendido... creo que me quedé medio dormido durante quince o veinte minutos... haciendo un esfuerzo me levanté y fui del hostal, me encaminé al pub del pueblo … no sin dar alguno que otro rodeo para encontrarlo, decidí tomarme una copa o una cerveza, pasar un rato allí y volver para acostarme, no quería que mis compañeros me echaran en cara al día siguiente el no haber estado con ellos... pero que me maten si tenía gana alguna de ir.
El pub estaba ya lleno de senderistas, apenas había tres o cuatro lugareños. Eugenio me informó de los precios de las copas, habíamos obtenido un descuento bastante razonable si se pedían tres copas, pero la verdad es que no tenía el estómago para demasiadas alegrías y recordaba todavía los efectos del mojito el día anterior. De modo que acompañé a mis compañeros poniendo la mejor cara que podía agarrado a mi vaso de Vodka con naranja... así estuve un buen rato. Poco a poco me fui animando al escuchar la música y verlos a casi todos bailando tan felices. Tras estar un buen rato ahí de pie como un pasmarote Inma perdió la paciencia, cruzó la pista de baile, y con su habitual e irresistible sonrisa me arrastró casi al otro extremo... ¡bueno pues bailaré un poco! ¡que le vamos a hacer!.
Creo que fueron más de dos horas bailando allí hasta las dos y media de la madrugada por lo menos... hacía mucho tiempo que no me soltaba de aquella manera, hubo muchos momentos divertidos, como cuando unos compañeros se subieron en unos “pufs” a modo de go-gos, o cuando sonó el “Paco Paco Paco” e hicieron bailar en la pista a los dos colegas que tienen ese nombre, ¡eso si que es sentido del humor!, yo creo que me hubiera muerto de vergüenza varias veces... en fin, que decir... terminé preguntándome aquel día como pude aguantar tanto, bailar más de dos horas tras haber caminado más de veinte kilómetros y andar en baja forma.
El largo regreso.
El domingo nos levantamos a la hora acostumbrada, la noche anterior no pude descansar lo suficiente, aun así me encontraba bien... para mi sorpresa habían desaparecido las molestias de mis rodillas, tenía naturalmente las piernas bastante cargadas, pero en cuanto a dolores se refiere... nada de nada. El desayuno igualito que el día anterior, de nuevo una odisea para conseguir un café con leche... vino en mi rescate una compañera del grupo con la que había disertado el día anterior sobre asuntos de infusiones varias, me trajo una taza de agua caliente y un par de bolsitas de infusiones de cultivo biológico para que eligiera, me decidí por la de té verde y le dí las gracias. Rita cerca de mí me preguntó “¿que les das Antonio, viene a traerte eso sin pedirlo siquiera?” :-)... quizás en eso esté la clave, en no pedir nunca nada, y tratar a todo el mundo por igual, quien sabe.
El ventano del diablo.
Sacamos todo el equipaje del hostál, aquel día el plan era ir derechos a Cuenca capital para hacer una ruta semi-urbana en aquella bella localidad. Nada que objetar, no conocía la ciudad y me apetecía mucho visitarla. No fuimos allí de un tirón... los autobuses hicieron parada en un lugar que ya vimos de paso en nuestro viaje del viernes, el río Júcar recorre un imponente cañón y cercano a la ciudad hay un sitio llamado “ventano del diablo” con un espectacular mirador sobre el mismo.
No hacía precisamente una temperatura agradable, creo que allí a la mayoría nos pilló desprevenidos el viento frío que corría por aquellos parajes. Tomé fotos en el dichoso “ventano” y también en un puesto de souvenirs que había en la explanada, comenzaba el día con una buena sesión de fotos... afortunadamente siguiendo el consejo de Dani llevaba dos baterías para mi cámara, una ya había quedado exhausta el día anterior y confiaba en que la de repuesto aguantase todo aquel domingo.
Tras una divertida sesión de fotografías nos embarcamos de nuevo en los autobuses, nadie rechistó ya que allí hacía un frío que pelaba, y nos dirigimos a la ciudad. Allí nos dejaron junto a una enorme oficina de turismo donde cual buitres carroñeros como los que habíamos visto revoloteando los cielos de aquellas sierras un buen grupo de compañeros se dedicaron a arramblar con todo material gratuito disponible :-), hace tiempo que paso de acumular papeles inútiles sobre los sitios que visito.
Una ruta urbana.
Nos reagrupamos en un jardín y comenzamos nuestro periplo por la ciudad, no fuimos todos ya que había un buen número de colegas senderistas que decidieron que ya habían tenido bastante y les apetecía pasar el día callejeando y tapeando por la ciudad, nada que objetar, en otra ocasión si la hay haré lo mismo... si es que puedo resistir el atractivo de caminar unos kilómetros claro.
Si no fuera porque aquella es una ciudad que vive del turismo rural y los deportes relacionados con la naturaleza seguro que un grupo de casi cien senderistas ataviados con sus correspondientes ropas técnicas y mochilas hubiera llamado la atención... aun así debimos de hacer pensar a más de un conquense “¿de donde han salido estos?”. Nos reagrupamos en un jardín junto al río y de allí partió la ruta... se trataba de salir de la ciudad siguiendo la margen izquierda del Júcar para posteriormente cruzar el río y volver de nuevo al mismo punto atravesando de paso el centro histórico... once kilómetros y unas cuantas cuestas que superar ya que la ciudad tiene una parte construida sobre unos promontorios rocosos que dominan el cañón por el que discurre el río, allí se encuentra la catedral, las casas colgantes y toda la parte antigua. Desde el comienzo del recorrido fuimos contemplando esa zona antigua que quedaba justo en la otra orilla a nuestra derecha … me preguntaba constantemente como consiguieron construir todas aquellas casas y los problemas que tendrán para mantener las conducciones de agua y eléctricas funcionando en esas construcciones tan viejas.
De todas las ciudades que he visto en España, no es que haya visto muchas la verdad, Cuenca es la que más me impresionó, más incluso que Toledo la cual pude visitar hace unos años, es una ciudad que parece incrustada en un parque natural. Un bonito río apto para el piragüismo, un gran número de paredes rocosas entre las que discurre el mismo y que poseen excelentes aptitudes para la escalada... rincones bellos para ser fotografiados una y otra vez, un espléndido carril-bici en la ribera del Júcar... parece el sitio ideal para perderse una temporada, no he visto nunca un sitio tan perfecto para la práctica de los deportes de naturaleza, puedes salir a pasear al perro y llevar de paso las cuerdas y los arneses para escalar en una bolsa de mano :-)
Por el camino verde que va a la ermita...
Pronto salimos de la ciudad y abandonamos también el camino junto al río, comenzamos a subir por lo que parecía una ruta usada para las romerías, nos dirigíamos a la ermita de San Julián el Tranquilo... curioso nombre, aquel camino que ascendía y ganaba altura rápidamente estaba jalonado por una especie de postes indicativos señalados con números romanos... me pregunté si no serían usados como puntos de descanso para detener algún paso de Semana Santa, comenté con un compañero de ruta que si al final había doce de ellos podrían tener relación con los misterios del Rosario... y si había más de doce entonces también en caso de que hubiese 36 … en algo había que mantener la mente ocupada, un día de estos tenemos que rezar el Rosario en alguna de nuestras ascensiones a las cumbres... seguro que los “misterios dolorosos” nos salen bordaos ;-).
Tras algo más de doce postes indicativos numerados, queda anulada por tanto mi “teoría del Rosario”, llegamos a la ermita de San Julián, allí había una pequeña explanada, con nombre de plaza y todo, dedicada a algún conquense célebre … estaba cerca de una pequeña gruta donde una placa indicativa nos comentaba que allí iban San Julián y San nosequé a rezar y tejer cestas para los pobres... nosotros nos limitamos a almorzar y descansar un poco, es que no había esparteras a mano para intentar seguir la tradición :-).
Deportistas de élite.
Estábamos ya casi a mitad de ruta, tras el almuerzo de rigor, en mi caso tuve que limpiar la mochila e hincarle el diente a una lata de sardinas superviviente de varias rutas que llevo para casos de emergencia, levantamos el campo y nos dirigimos a rematar lo que quedaba de marcha … sería con diferencia la parte más bonita. Tras un descenso por escaleras que me recordó que mis rodillas habían sufrido ya demasiado castigo, menos mal que había un buen pasamanos, llegamos de nuevo a la ribera del Júcar, nos encontramos un grupo de piragüistas que remaban en dirección contraria a la nuestra... nuestras cámaras los “fusilaron” de inmediato, Dani, el fotógrafo más rápido al sur del Segura captó el momento en que uno de ellos de dio la vuelta a su piragua :-).
No eran estos los únicos deportistas que nos encontramos, había escaladores por todas partes... o mejor dicho por todas las paredes, una chica haciendo footing y algún que otro ciclista se las tuvieron también que ver con nosotros, aquel día Cuenca fue invadida por un grupo de ruidosos senderistas murcianos... seguramente les animamos un poco el domingo.
Tras cruzar el río llegó el retorno a la ciudad, más grupos de escaladores en las paredes, de gente paseando con la que nos encontrábamos... allí el que no hace deporte al aire libre es porque no quiere. Parecía que se habían terminado las subidas … pero no, había que tomar altura para entrar en el casco antiguo, pronto abandonamos el camino de ribera para comenzar a subir hacia uno de los promontorios rocosos, luego ya la ruta transcurriría por las alturas hasta la misma ciudad. Fue sin duda el momento más espectacular de aquel día, las vistas sobre aquel lugar superaban en espectáculo las que ya habíamos tenido a tiro de cámara. Me parece increíble ver aquello a tan solo un kilómetro y medio de la ciudad, si no me dicen que alguna de mis fotos está tomada teniendo la ciudad a la vista hubiera pensado que estaba dentro de un parque natural ¡impresionante!.
El casco antiguo.
Pronto la zona antigua quedó a la vista, hacia allí nos dirigimos a buen paso y aún tuvimos que superar la última cuesta... cuando pisamos los adoquines de la ciudad respiramos de alivio, se habían terminado las fatigas, se habían terminado ya las cuestas de aquel viaje, la verdad es que ya estaba bien :-). Nos dirigimos ya en línea recta al centro histórico y la catedral. La misma me pareció bonita por su sencillez, toda ella en estilo gótico. De la plaza de la catedral nos fuimos a buscar las famosas casas colgantes... visita obligada si pasas por Cuenca. Fue fácil encontrarlas … solo había que seguir a algún turista, pronto quedaron a la vista... unos cuantos nos fuimos al famoso puente para tener una mejor perspectiva de las mismas, es la imagen que Cuenca vende al exterior de ahí que todos la conozcamos.
Tras abandonar aquel puente que puso a prueba mi fobia a las alturas nos dirigimos a buscar un lugar para comer, acompañé a Vicenta, Inma y Mariano que como yo andaban buscando un lugar para comer en aquella ciudad donde nos habían asegurado que la cocina era de lo más interesante. Tras mirar varios al final nos decidimos por uno ubicado en la calle que acabábamos de recorrer camino a la catedral. Allí encontramos justo una mesa libre para cuatro en un rincón tranquilo, ni reservándolo a posta hubiera salido mejor. Fue una velada agradable porque somos compañeros que ya nos conocemos bastante de muchas rutas, excepto a Mariano que le conozco desde hace poco, los cuatro somos habituales de un grupo senderista nocturno que se formó hace menos de un año de forma “espontánea” y por lo tanto tenemos más contacto entre nosotros del que suele ser habitual entre el resto de los compañeros.
Tras la comida, y siempre como de costumbre pendientes del reloj, marchamos al punto de reunión y de hecho allí se encontraban la mayoría de los compañeros sentados en la escalinata de la Catedral posando para la foto de grupo... eché casi a correr, no me quería perder la oportunidad de “chupar cámara” que tampoco salgo en tantas fotos :-). Allí la liamos parda entre todos … sesión de fotos, hasta haciendo la “ola” nos llegamos a poner, menuda escandalera, creo que le vino bien un poco de bulla a esa ciudad que ya se pasaba de tranquila … por no decir directamente que era más bien sosa.
Y ale paseíto y todos de vuelta… hasta el centro de recepción de turistas que habíamos visto a primera hora de la mañana, allí nos aguardaban los autobuses y los WC que copamos como era de esperar. Había sido una ruta agradable y tranquila, el tiempo nos había respetado y aunque el cielo estuvo encapotado todo el domingo no llegó a caernos ni una gota de agua.
De vuelta como siempre hablamos menos, el cansancio se nota, afortunadamente cayó una peli para amenizar el viaje, lo malo es que era un pastelón :-), menos mal que nos lo tomamos con humor y terminamos riéndonos a gusto en más de un momento de la misma.
Conclusión y títulos de crédito.
Y así terminó aquel viaje a Cuenca, un viaje del que no esperaba nada especial y como suele suceder me terminó sorprendiendo, una ciudad con un entorno impresionante, verdadero paraíso para el amante de deportes al aire libre, una serranía espectacular con rincones excepcionalmente bellos quizás no visitada en el mejor momento pero desde luego que si con la mejor compañía posible, la de mi familia senderista.
Solo me queda lo de siempre... agradecer a José Antonio el trabajo realizado, impecable como siempre, a Antonio Garre la información de aquellas rutas y al resto de los compañeros su acostumbrada amabilidad, con especial mención a Pepe por sus invitaciones, a mis compañeros de mesa tanto en el hostal como en la ciudad, a mi compañero de habitación por no roncar, a Virtu y Maite por su valía como modelos, a Vicenta por compartir cosas tan ricas a la hora de la comida, a Dani por sus fotos y sus consejos, a Damián por su amabilidad y su conversación, a la compañera que me proporcionó una infusión en el desayuno... pues por eso mismo, gracias por la amabilidad y simpatía de Mari Carmen, Esther y Loles, las lecciones de ajedrez de Eugenio y Clemente, y una mención especial a ese ser privilegiado, pletórico de simpatía y buen corazón que es Inma... espero que no lea esto ;-).
Y que me perdonen los que no nombro, que sois muchos, seguramente demasiados... ha sido una gozada volver a compartir un viaje con todos vosotros.
¡ Hasta pronto !
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