Navarra – retorno a los Pirineos
“No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.” R.L. Stevenson.
Impresiones previas.
Hace justo dos años viví mi primera experiencia con el Grupo Senderista de Murcia en los Pirineos, era el primer viaje de una semana que hacía con ellos ya que en mi trabajo me resulta imposible tomarme prácticamente un solo día de vacaciones del mes de julio. Aquel verano de 2,009 pude hacer realidad mi deseo de marchar con el grupo y visitar además por primera vez esa gran cadena montañosa que separa nuestro país del resto del continente, aquella ocasión nuestro objetivo fue Salardú en el Pirineo Catalán. Sin duda fue el viaje más espectacular y bonito que he realizado nunca con mis amigos senderistas del que publiqué una extensa crónica en este mismo blog. Y este año he vuelto a repetir la experiencia con otro viaje, Ochagavía y el Pirineo Navarro eran el objetivo en esta ocasión.
Hasta unos pocos días antes de partir no me hice realmente a la idea de que volvería a repetir la experiencia, de hecho debido a motivos de reparto de vacaciones con mis compañeros de trabajo poco faltó para que tuviera que renunciar al viaje pues la casualidad ha querido que este año todos quisiéramos comenzar las vacaciones el día 1 de agosto. De modo que desde el principio fui consciente que difícilmente volveré a caminar con el grupo una semana completa, pero bueno el año que viene ya será otra historia probablemente muy diferente. Probablemente ese pensamiento contribuyó a que llegase al punto de encuentro para la ida no solamente cargado con un voluminoso equipaje sino también lleno de ilusión y ganas de disfrutar cada minuto, en verdad que ignoro si habra próxima vez.
De forma anticipada tengo que pedir disculpas por tantas cosas omitidas, tantos recuerdos ahora distorsionados por el tiempo transcurrido y mi siempre parcial y subjetiva visión de las cosas, pido disculpas también por mis excesos escribiendo, un compañero del grupo me dio un buen consejo “lo que escribes está bien pero escribes demasiado”, siento no poder seguirlo porque no se hacer las cosas de modo más breve y conciso y a la vez satisfactorio... probablemente ni yo mismo leería todo lo que sigue en la pantalla de un ordenador de un solo tirón.
Disculpas también por los errores gramaticales y sintácticos, por mi uso anárquico de los signos de puntuación, por mis excesos con los adjetivos, emoticones y las comillas, por tanta hipérbole no siempre justificada, por el tono a veces grosero, cínico e irreverente y sobre todo por irme tantas veces por los Cerros de Úbeda... en fin, seguramente sabría hacerlo mejor pero me gusta escribir así ;-)
Advierto también que en el texto no hay un solo nombre propio, he querido que mis impresiones personales sobre lo que hice y viví allí fueran los únicos protagonistas. Alguno de los compañeros senderistas se verán reflejados en vivencias aquí descritas, ellos ya saben quienes son y no es necesario decir sus nombres, y a los que no compartieron conmigo las experiencias señaladas tampoco veo que tal información sea de su interés, ya sabéis el dicho “se dice el pecado pero no el nombre del pecador” ;-).
1 de agosto – Murcia – Ochagavía.
A la hora acordada me planté cargado de bártulos en el habitual punto de partida junto al palacio de deportes Príncipe de Asturias, conocía ya a una buena cantidad de compañeros que iban al viaje aunque no a todos, alguna cara nueva había pero al final resultaron todos más o menos conocidos, a estas alturas me resulta ya complicado poder decir en que viajes hemos coincidido e incluso el nombre de más de uno de ellos, mi habilidad para recordar nombres está a mucha distancia de la de recordar caras como le ocurre a casi todo el mundo. Apareció incluso algún compañero que no venía al viaje pero que andaba en “labores administrativas”, así como dos más que hasta el último momento no decidieron si marchaban en el autobús o en coche.
Con los habituales quince o veintitantos minutos de retraso nos pusimos en marcha, el viaje era bastante largo y tuve suerte por la gente que me tocó alrededor, es bastante desagradable que te toque en suerte un compañero plasta que no deja de hablar de cosas que no te importan lo más mínimo, prefiero antes alguien que no me hable en absoluto, aunque para tales menesteres siempre llevo a mano mis auriculares y mi reproductor de mp3, para aislarme de mi entorno cuando lo necesito. No hizo falta en esta ocasión y pude disfrutar de la animación que reinaba en el “fondo sur”, la parte trasera del autobús es al igual como sucede con la parte de atrás de las aulas en la escuela, el sitio donde se concentra la gente más revoltosa y dicharachera, habrá quien prefiera una tranquilidad absoluta para andar metido en su burbuja, pero en mi caso si voy a estar todo el santo día en ruta me gusta que haya animación a mi alrededor aunque yo no participe de la misma.
Una de indios.
Se notaba mucho la excitación por el comienzo de un nuevo viaje porque hubo muchos comentarios y muchas risas, en especial con un par de películas que proyectaron en el viaje, “Desde que amanece apetece”, una horrorosa españolada con la que al menos nos reímos un montón y “Jugando en los campos del Señor”... una de misioneros e indios en la selva amazónica, un petardo infumable de más de tres horas de duración amenizada solo por nuestros comentarios despectivos y cachondeo... creo que terminamos de verla ya en Navarra, desde ahora este bodrio ocupa el nº1 en el ranking de películas a evitar o recomendar a la gente que me caiga muy muy mal ;-).
Y bueno, tras las dos o tres paradas de rigor llegamos a Ochagavía, costó llegar lo suyo ya que la carretera llegaba un punto en que se convertía en una sucesión interminable de curvas, de verdad que no sé como no echó la pota alguno de mis compañeros o yo mismo sentado en la última fila. Los paisajes se fueron tiñendo de verde, comenzaron las montañas, curvas y más curvas... casitas con tejado rojo a dos aguas y balcones llenos de flores, ya estábamos en el Pirineo Navarro y el lugar más escondido y pintoresco del mismo, el pueblecito de Ochagavía, nos esperaba.
Ochagavía.
La entrada en el mismo no fue comparable a la visión dos años atrás del Valle de Arán, sin embargo me impresionó gratamente debido a la belleza del lugar y a lo cuidado del entorno. El pueblo en verdad es una preciosidad, no hay prácticamente ningún edificio, sea nuevo o viejo, que desentone lo más mínimo o que ofrezca un aspecto destartalado... bueno, había uno que exhibía el rótulo "Estación patatera" y que se hallaba en un estado bastante en consonancia con tal nombre. Por lo demás todo un ejemplo de como ofrecer al visitante una imagen impecable que desde el primer momento proporcione una grata impresión.
En el trayecto al aparcamiento pudimos ver a varios compañeros que ya andaban por allí, unos habían llegado en coche desde Murcia ese mismo día y otros habían hecho “doblete” y llevaban desde la semana anterior en la que habían pasado la misma en el Pirineo Aragonés, ni que decir tiene que se alegraron un montón de ver al autobús cargado hasta los topes de equipaje y un nutrido grupo de ruidosos senderistas murcianos deseando comenzar a dar guerra en aquel tranquilo lugar. No hubo problema alguno para localizar el lugar donde estaba alojado, tenía un mapa del pueblo con la situación de las casas rurales y la que me tocaba era la más cercana a la iglesia que como suele ser habitual era el edificio más alto y vistoso del lugar.
Los alojamientos.
Tras la arrastrada de maletas y porteo de mochilas y bolsas varias llegamos a “Casa Pierra”, tres plantas incluyendo sótano, primero y segundo piso con suelo de madera, nueve plazas y dos cuartos de baño con una cocina y amplio salón... teniendo en cuenta los lugares donde en ocasiones nos alojamos era un verdadero lujo. Me tocó en buena suerte compartir habitación con un compañero tranquilo, educado, ordenado y sobre todo silencioso por las noches, lo cual es de agradecer porque si alguna noche tuve problemas para conciliar el sueño nunca fue por su culpa. Ambos cogimos la habitación doble con las camas más anchas gracias a nuestra pronta llegada a la casa... ya se sabe "a quien madruga... ".
Pronto, una vez instalados, emprendimos la vuelta de reconocimiento del pueblo... y de sus bares y tiendas. En mi periplo me encontré a una compañera que marchaba a su casa bien cargada de bolsas, me ofrecí junto con dos inquilinos de Casa Pierra a echarle una mano y la acompañamos a la casa donde se encontraba, en la orilla opuesta del río y casi en la zona más alta... tras la buena ración de cuestas y escalones pudimos comprobar que no todas las casas eran iguales ni tenían el mismo “nivel”, si la nuestra nos pareció buena aquella era excepcional, de auténtico lujo... nunca he visto alojamientos de tan alto “standing” en ninguno de nuestros viajes, en verdad que estábamos mejor que en un hotel de cinco estrellas, era simple y absolutamente perfecto.
Primer encuentro con los lugareños.
Tras el favor nos marchamos los cuatro, a inspeccionar el primer bar del pueblo, fuimos a la plaza mayor donde aquel día estaba montado un tinglado por ser seguramente las fiestas del lugar, un escenario al lado del cual proyectaban una película, “El oso Yogui”, un improvisado y acogedor cine de verano. El primer contacto con los lugareños a través del personal del bar no fue demasiado cordial. Por fortuna en días sucesivos pudimos apreciar que no era algo generalizado y por ejemplo siempre tuvimos un trato muy amable con la dueña de la casa donde estábamos alojados y con el personal del restaurante, por suerte nos lo tomamos a bien y al final terminamos haciendo bromas a costa de los "simpáticos" taberneros en más de una ocasión.
Sidra a go-gó.
Tras las cervezas y bocadillos que tomamos a guisa de cena nos dimos una vuelta por la sidrería del pueblo, un lugar demasiado pijo para considerarlo como tal pero, eso sí, de impecable aspecto y suculenta aunque cara comida. ¿Donde se ha visto una sidrería donde uno no pueda arrojar al suelo el residuo que queda en el vaso?... pues allí mismo. Aprovechamos para saludar a varios colegas que se encontraban cenando y de paso nos pedimos una botella... confieso que el primer contacto con los “caldos del lugar” no me convencieron demasiado, más de una vez comenté “la del Gaitero está mucho mejor”, algo que a cualquier ciudadano del norte escandalizará pero es lo que sigo pensando, me terminé acostumbrando a la sidra fuerte, pero a diferencia de la cerveza extra fuerte o la artesanal no considero a esta sidra mucho mejor que la que tomo en casa cada navidad. En el pueblo pude probar al menos cuatro marcas para quedarme al final, como la menos mala, con la que servían en el bar junto al río... allí tenían también la mejor cerveza, una de barril “tostada” servida por un abuelito muy callado y serio pero no tanto como el de los risueños del bar de la plaza.
No tardamos en irnos a dormir aquella noche... creo que en general todos estábamos muy cansados por el viaje y queríamos reservar fuerzas para lo que nos esperaba al día siguiente, nuestro guía nos había preparado una ruta “nivel 4” para comenzar, lo bueno es que la salida se hacía un poco más tarde por ser el punto de partida el mismo pueblo sin necesidad de traslados en autobús. La única nota negativa de aquel día lo constituyó, películas de indios aparte ;-) el accidente de una compañera que dio un traspiés en una escalera y terminó con un tobillo hinchado... un accidente de lo más tonto que me demostró una vez más la suerte que tenemos al poder hacer estas cosas y lo frágiles que somos.
2 de agosto – Ochagavia - Ermita de Muskilda – Altos de Abodi.
La radiante primera mañana.
A las ocho “tocaron diana”, tal y como me comentó un compañero el día anterior cuando le dije que estaba alojado junto a la iglesia “os van a despertar las campanas por las mañanas” … pues resulta que no, las campanas estuvieron sincronizadas con la alarma de mi móvil, eso aquel día porque el resto de las mañanas que nos despertamos en Ochagavía nos anticipamos siempre al primer “toque” de la mañana... el de las ocho. La principal recompensa de levantarse con tiempo de sobra consiste en pillar desocupado el cuarto de baño, pronto me ví desayunando en buena compañía, al igual que todos los días reinaba la concordia y el buen humor en aquella casa... en verdad que con aquellos compañeros que me tocaron en suerte era complicado tener roces o disgustos.
Aproveché mi primera salida por la mañana temprano para tomar unas cuantas instantáneas del pueblo, la luz era mucho mejor que cuando llegamos. Aunque había hecho el vago un poco la semana anterior me encontraba con fuerzas más que sobradas para emprender aquella ruta, tras este viaje he podido comprobar que a veces es preferible sentirse algo más cansado y no tan sobrado de energía... pero no adelantemos acontecimientos. La mañana era luminosa y despejada y el tiempo invitaba a caminar, tuvimos mucha suerte con el clima en Navarra aunque no dejamos en ningún momento de andar pendientes de las previsiones del tiempo, el anuncio de lluvias para el viernes, justo coincidiendo con la “etapa reina” del viaje, y la muerte por hipotermia de dos desafortunados montañeros dos semanas atrás en la zona, pesaron en el ánimo de más de uno, yo no terminaba de creerme que fuéramos a tener tanta suerte.
Junto con un compañero de la casa emprendí el camino a la explanada donde estaba nuestro autobús, punto de partida de todas las rutas usásemos el mismo o no. De forma deliberada ambos dimos un rodeo pasando por la plaza, eso me permitió sacar unas instantáneas de los huertos-jardín que adornaban las propiedades de aquel bello lugar. Las hortalizas y árboles frutales convivían sin más problemas con los setos, cesped y macizos de flores, un sentido práctico de las cosas que indicaban a todas luces la procedencia campesina de la gente del lugar por muy emperifolladas y adornadas que tuviesen las propiedades... no, aquel era un pueblo de verdad, y no un parque temático tal y como me pareció el Valle de Arán dos años antes.
Llegamos casi los primeros, parecía que iba a llegar todo quisque tarde pero pronto vimos llegar la “riada multicolor” de nuestros compañeros senderistas, durante aquella semana fuimos unos verdaderos invasores debido a nuestro número. Pronto nos pusimos en marcha siguiendo el camino opuesto al que habíamos llevado y es que la ruta pasaba por la iglesia junto a la que estaba alojado... podríamos habernos quedado en la puerta de casa pero … ¿quien hubiera querido perderse un paseo tan agradable?, estaba deseando caminar hasta hartarme tras tanta hora sentado en el autobús el día anterior.
El camino a la ermita.
Tras ascender por las cuestas empedradas del pueblo nos metimos en un camino que ascendía por las colinas tras el mismo, pronto dejamos atrás la población y hasta el campanario de la iglesia quedó más abajo, había hecho bien en untar mis brazos y cara con protector solar ya que nos estaba cayendo un sol de justicia solo aliviado por las parciales sombras del bosque, en poco tiempo al igual que casi todos mis compañeros estaba empapado de sudor. Íbamos camino a la ermita de Muskilda por un sendero que no dejaba de subir y subir flanqueado por árboles y abundante vegetación... unos puntos con cruces y números romanos nos indicaban nuestra progresión, pensé que llegarían como poco a doce pero creo que fue por el número VIII cuando nos encontramos con una especie de representación simbólica del calvario, la ermita no estaba lejos.
Efectivamente tras ascender por la última y más empinada cuesta de todas llegamos a Muskilda, pensaba que sería un lugar pequeñito pero la ermita resultó ser un edificio bastante imponente cuyo camino de acceso estaba flanqueado por muros de piedra. Junto al edificio había una especie de terrazas rodeadas de un murete de piedra donde tomamos el primer descanso y aprovechamos para lo de siempre... beber, comer algo y echar muchas fotos. Pronto nos pusimos en pie de nuevo y rodeamos la ermita por un lateral, la torre de la misma con una cónica caperuza provista de campanario fue el objetivo de nuestras cámaras. Al rodear la ermita nos encontramos con el patio principal, cerrado para nosotros, con un cartel explicativo del lugar y una zona de recreo con bancos de piedra y unas sencillas barbacoas, se ve que aquel sitio es objeto de reuniones o peregrinaciones de los lugareños si se han tomado la molestia de construir tales cosas.
Tempus fugit.
Desde allí partía un camino ámplio, asfaltado y recto … osease lo último que un senderista de pro quiere ver ;-), que nos llevaba derechitos a nuestro siguiente punto significativo de la ruta, la borda Botín, según el folleto que nuestro guía nos proporcionó una borda es como se llama en la zona a una casa de campo tradicional. Por fortuna el aburrido camino asfaltado rodeado de altos pinos que no dejaban ver el paisaje dio paso tras pasar por un cruce de caminos a un sendero de tierra y hierba, situado en un lugar despejado y elevado que nos permitía admirar el paisaje a todo nuestro alrededor... las cámaras comenzaron a disparar de nuevo. Por fin tenía la sensación de estar en el Pirineo y admirar la grandiosidad del lugar... hasta ahora solo había visto el paisaje a través de la ventanilla de un autobús y explorado un pueblo pintoresco. Por desgracia a su vez también me invadió la sensación de la fugacidad del momento, era solo un instante irrepetible que muy pronto consideraría como parte de un sueño... aunque entonces era absolutamente real, así lo expresé en voz alta a un compañero “estoy aquí y casi no me lo creo, pronto todo esto me parecerá parte de un sueño y necesitaré ver mis fotos para darme cuenta de que no es así”.
Tras una buena caminata disfrutando de las vistas majestuosas del valle de Salazar llegamos a la borda Botín, una casa tradicional con una señal de GR pintada en una esquina, por uno de sus ventanucos pude ver heno apilado, lo que indica que todavía la construcción se haya en uso aunque sea tan solo como almacén. Estábamos siguiendo el GR-11 que atraviesa los Pirineos de punta a punta... una compañera comentó que se había comprado un libro sobre el mismo, no es mala idea ya que constituiría una guía estupenda para ir de ruta por los Pirineos, una alternativa excelente al tan manido Camino de Santiago, sobre todo si a uno le gusta caminar por montañas. Allí nos detuvimos para almorzar ya que la parada anterior apenas había bastado para beber un poco de líquido y descansar unos minutos.
La cuesta interminable de los Altos del Abodi.
Aunque aquel era el punto ideal para regresar al pueblo si uno no deseaba encarar la subida a los Altos de Abodi, no vi a nadie emprender la vuelta y el grupo en pleno tras el descanso se encaminó hacia la última y esforzada etapa de nuestra ruta de aquel día. El sendero más adelante se fue estrechando e internándose en nuevas espesuras, aproveché la ralentización de la marcha para disparar mis primeras fotos usando el objetivo macro, había que dejar constancia no solo de los paisajes sino también de las flores y pequeños detalles de la vegetación, como suelo decir a veces esas son las mejores fotografías y tan hermoso e impresionante puede ser la fotografía de un paisaje como la de un insecto o una flor, todo al fin y al cabo es naturaleza.
Pronto el sendero se ensanchó y la vegetación dejó de ser tan agobiante, emprendimos tras cruzar un arroyuelo la subida de una colina que nos llevó a una explanada cubierta por un prado florido... allí la columna senderista se reagrupó y tomamos un pequeño descanso, había tiempo de sobra para la ruta de aquel día y el ritmo era bastante suave y llevadero. En aquel lugar comencé a percatarme de las formaciones rocosas que sobresalían entre la hierba, la capa de tierra cedía en muchos puntos y dejaba al descubierto el corazón pétreo de aquellas colinas, en seguida las rocas se harían más abundantes. Tras la parada y una buena sesión de fotos, entre las que se cuentan las que hice a un curioso hongo con forma de huevo o bola de golf, levantamos el campo y nos las vimos con la última etapa del viaje... la subida a los Altos de Abodi.
El camino casi desapareció para dar paso a un amplio prado que ascendía de forma interminable, teníamos que alcanzar la cima de las colinas que se alzaban a nuestra vista, aquellas cuestas aunque no poseían un pronunciado desnivel se hacían interminables. Como aquel día me encontraba sobrado de energías eché el resto y utilicé de forma intensiva mis bastones para ponerme en cabeza, ello me proporciona la recompensa de captar muchas imágenes de la cabeza del grupo y poder hacer buenas fotos. Atravesamos un cercado de madera y alambre de espino y pronto las cuestas se hicieron más y más pronunciadas, recuerdo en particular un punto donde incluso me eché cuerpo a tierra para captar con mi cámara a la columna senderista que desfilaba junto a mí. Creo que el punto donde un árbol muerto se erguía junto al camino marcaba el inicio del Paso de las Alforjas, un collado donde se hallaba un dolmen y un pequeño refugio de pastores cubierto con una pintada “el futuro es nuestro”. Como es natural hubo una sesión fotográfica junto al dolmen, que era bastante grande pero que como casi todos los que vimos en aquel viaje se encontraba semienterrado.
Belleza sin par.
A pesar de la sudadera que empapaba mis ropas no tuve más remedio que ponerme el chubasquero, en aquel collado comenzó a soplar un fuerte viento que amenazaba con enfriarnos el cuerpo rápidamente, la mayoría de los compañeros tuvimos que sacar chubasqueros y cortavientos de las mochilas aunque algún valiente hubo que se quedó en camiseta. De allí a los Altos del Abodi solo había una tirada que cubrimos rápidamente tras pasar por una extensa explanada rocosa con alguna curiosa depresión en el terreno que me recordó a las dolinas del Calar del Río Mundo y pensé que posiblemente tenía el mismo origen... una zona de roca caliza erosionada por el agua que crea un hueco subterráneo que se termina desmoronando y forma esa depresión en el terreno... igual el origen es otro pero es lo que me vino a la cabeza.
Y bueno, allí estábamos por fin en el extremo más alejado de nuestra ruta de aquel día, haciéndonos fotos en el vértice geodésico de Abodi a 1,494 metros de altitud. Las vistas eran impresionantes y mi cámara tomó una y otra vez instantáneas de los prados salpicados de rocas, de los cielos y las montañas lejanas donde se recortaban a lo lejos y amenazadoras una serie de picos desnudos y rocosos como colmillos... pensé que tal vez fuesen las alturas del Pirineo Aragonés que no íbamos a ver más de cerca. El grupo tras las fotos de rigor emprendió de forma cansina la vuelta, el reto había sido cumplido... como un ejército en retirada nos dirigimos al lugar elegido por nuestro guía para comer y volver al pueblo. No había prisa ninguna... en mi caso algo de hambre había, también cansancio, pero no paraba de maravillarme de las vistas que se ofrecían al objetivo de mi cámara... que cielo más increíble y cuanta belleza derramada a mi alrededor, de verdad que estaba impresionado.
Descanso en el bosquecillo.
Volvimos sobre nuestros pasos y regresamos por el collado, bajamos aquellas cuestas que tanto nos habían hecho resoplar y volvimos a cruzar la valla... abajo junto a un bosquecillo se encontraba la zona elegida para el merecido descanso, aunque hubo quien buscó el sol y la hierba para tenderse yo preferí el fresco del bosque. Allí me tendí muy bien acompañado por unos buenos compañeros de ruta con los que no pude evitar echarme unas risas debido a las anécdotas que uno de ellos no dejaba de contar. Aproveché el descanso para quitarme las botas y poner a enfriar mis pies, debido al calor de la primera hora de la ruta y la alegría con la que había caminado sentía el característico escozor que anuncia la aparición de ampollas, no había tenido la precaución de ponerme vaselina y decidí ponerle remedio echando mano del tubo que siempre guardo en el botiquín de mi mochila.
Pasado el periodo de descanso nos pusimos de nuevo en marcha y retomamos el camino aunque con una variación, no volvimos a ver la ermita Muskilda, abandonando el GR-11 e internándonos por un espeso bosque de hayas, estábamos recorriendo el llamado “Camino Intxusdoia”, hubo un momento en que dos compañeros se pusieron a posar para una foto, me ofrecí a hacer de fotógrafo y entonces se armó una buena pelotera... todo el que venía por el camino se sumaba al grupo para ser retratado y no solo eso, comenzaron a salir cámaras de fotos por todas partes, escurrí el bulto como pude y me sumé al grupo que posaba mientras algunos sufridos compañeros intentaban entenderse con todas las cámaras que llevaban colgando de las manos... aquello me recordó a un atasco de tráfico porque de la forma más tonta llegamos a juntarnos más de veinte colegas posando en aquel bonito rincón del bosquecillo :-).
Rondas de cervezas, sidra y encarnizadas batallas de ajedrez.
Al final llegamos al pueblo tras recorrer varios tramos estrechos, empinados y repletos de una vegetación tan espesa que nos impidieron ver el valle y las casas de la población hasta que estuvimos prácticamente en ella, terminé quedándome corto con el agua pero gracias a la solidaridad de un par de compañeros pude llegar a “Casa Pierra” sin la boca hecha un estropajo.
Tras la deseada sesión de ducha y cambio de ropa limpia me dirigí a la otra orilla del río para darme una vuelta por los bares y tomar unas cervezas, mis compañeros ajedrecistas me esperaban también para disputar conmigo partidas rápidas, iba como siempre preparado con mi “kit” de ajedrez portátil que llevo a casi todos los viajes, en Navarra lo llevé a todas partes siempre, excepto cuando estaba de ruta.
En vez de volver al bar de la plaza terminé con varios colegas sentado en la terraza del bar junto al río, había mejor cerveza, mejor sidra y además era un sitio más tranquilo. Las partidas no me fueron del todo mal, una victoria y una “victoria técnica”, aparte de eso recibí varias derrotas como de costumbre de los compañeros de siempre... noté mucho la dejadez de los dos meses anteriores en los que no había tocado un tablero, otros colegas no necesitan una actividad constante pero en mi caso hubiera sido deseable unas cuantas horas de juego previo para tener alguna oportunidad o para siquiera poder dar más guerra.
A pesar de todo lo pasé bien y como siempre llamamos la atención del personal no-ajedrecista a los que siempre les choca vernos jugar en los viajes con reloj y todo como los “profesionales” ;-). Las partidas de ajedrez fueron rematadas por la exhibición de dos compañeras en el arte de escanciar sidra... se notaron las tablas de una de ella gracias al viaje del año pasado que hizo el grupo a los Picos de Europa... ¡ ojala hubiera podido estar allí !.
El primo navarro de Bátman se apunta a la cena.
Como estábamos un poco cansados de bocatas decidimos la mayoría marchar directamente al restaurante que había encima del bar de la plaza, allí pudimos beneficiarnos de los “bonos de descuento” con los que nuestro guía nos había obsequiado aprovechando una subvención de la comunidad de Navarra para fomentar el turismo... en definitiva un menú del día de 14 euracos quedaba convertido en uno de 9 eurolos y pico... diez en la práctica que nos daba luego para compartir alguna botella de sidra. La cena resultó mejor de lo que esperaba y aunque el servicio del restaurante se vio desbordado cada noche por la invasión de alegres y vociferantes senderistas de Murcia y alrededores, nunca perdieron la compostura con nosotros y siempre mostraron bastante amabilidad aunque en más ocasiones de las deseadas los platos ofertados en la carta “desaparecían”.
La anécdota de la cena fueron los comentarios sobre la comida, merced al voraz apetito de uno de nuestros compañeros amante de la buena mesa, y el “toreo” de un murciélago por mi parte... el pobre bicho se había colado por una ventana y tras cansarme de verle revolotear por el comedor sin acertar a salir por las ventanas que oportunamente habíamos abierto me levanté con una servilleta intentando atraparle... no hubo manera, a pesar del griterío el radar del quiróptero funcionaba a la perfección y consiguió esquivarme siempre... también tengo que decir que mi exceso con la bebida debió quitarme muchos reflejos ;-) … al final se quedó en un rincón tranquilo y posteriormente salió volando sin problemas, creo que hasta hubo aplausos al final.
La noche aunque amenazaba con prolongarse con una visita a un camping cercano para continuar la juerga allí, algo que mi cuerpo rechazaba de plano debido a los excesos con la bebida que ya llevaba encima, terminó antes de lo previsto debido a una breve pero insistente lluvia que nos devolvió a todos a la realidad... se nos quitaron las ganas de más incursiones nocturnas, al día siguiente tocaba una ruta interesante y teníamos que madrugar más... de forma que aunque hubo todavía bastantes remolones revoloteando por la puerta del bar yo me encaminé a la casa para un más que merecido descanso, el día ya no daba para más.
3 de agosto – Selva de Irati – Casas de Irati y vuelta al embalse de Irabia.
Aquel día, el segundo que pasábamos en Navarra, tocó levantarse más temprano y desplazarse en autobús al punto de partida de la ruta. Al igual que el día anterior la “puesta en marcha” de los compañeros alojados en Casa Pierra se hizo de forma escalonada de forma que nunca se formaron, salvo en algún momento puntual, colas para usar el aseo. Traté de desayunar lo mejor posible, algo fácil debido a que no solamente contaba con lo que yo mismo había comprado el día anterior y traído de Murcia sino también con lo que otros compañeros me ofrecían... no tengo la menor queja de haber comido mal en aquella casa la verdad, no se como se lo montaron en otras pero puedo asegurar que en la que estuve alojado nunca faltó de nada merced a la generosidad de un par de compañeros que parecía que pretendían pasar en Navarra un mes aislados en la nieve ;-).
Reencuentro.
Tras lo que se me antojó un viaje interminable, hay que ver lo largos que se me hicieron esos traslados en autobús por aquellas carreteras llenas de curvas, desembarcamos en el aparcamiento de Casas de Irati, el punto habitual de partida de las excursiones por la Selva de Irati donde había una zona de recreo, fuente y punto de información. Allí llegaron también nuestros compañeros que se movían en coche, incluyendo el grupo que el día antes había hecho la ruta de la “Mesa de los tres Reyes”, una de las compañeras de ese grupo me informó de como había ido la ruta y me mostró las secuelas de la misma, creo que me comentó que fueron nueve horas de ruta por un terreno de lo más divertido... como resultado lucía unas hermosas ampollas en los talones y calzaba unas chanclas ya que le era imposible ponerse las botas, en fin, supongo que es lo malo de embarcarse en algo que a uno le viene grande, sin saberlo, y de ir a la aventura con un trazado “desconocido”. Hace ya tiempo que he quedado escarmentado de ese tipo de rutas.
Ruta a la buena sombra.
Pronto comenzamos la marcha por aquel emblemático lugar, el segundo bosque de abetos y hayas más grande de Europa, que a pesar de encontrarse explotado desde hace siglos aún se conserva casi intacto. El folleto explicativo de la ruta nos hablaba de una serie de animales salvajes propios de la zona... pero creo que excepto un ciervo que alguien atinó a ver fugazmente a través de la ventanilla del autobús los únicos representantes de la fauna local fueron unas enormes babosas negras y marrones que de vez en cuando encontrábamos por el suelo... ni que decir tiene que fueron los únicos bichos retratados por nuestras cámaras de fotos. El perfil de la ruta nos mostraba una fuerte subida y luego algo parecido a un “electrocardiograma”... la baja altitud media hizo que cualquier cuesta ya fuese pequeña o grande quedase reflejada en el plano, bromeando comenté que nuestro guía había incluido hasta los baches en el perfil.
Si el día anterior había sufrido un “amago” de ampollas debido al calor, en esta ruta en cambio ni me molesté en ponerme protector solar... sabía que casi toda se haría a la sombra de los árboles y no me equivoqué. Se sucedieron las sendas empinadas, siempre bajo la espesa cubierta vegetal, y el cruce de algún que otro riachuelo... hasta llegar al punto culminante de la ruta, el embalse de Irabia, a partir de ese momento la ruta consistía en dar la vuelta al embalse y volver por donde habíamos venido. Se agradeció mucho la visión de aquella masa verdosa de agua... por fin nuestra vista se alejaba más de un par de docenas de metros y disponíamos de espacios abiertos aunque estuviesen cubiertos de agua, el pequeño claro donde se mostraba la superficie del agua fue objetivo de nuestras cámaras de fotos... se sucedieron poses y mas poses delante del embalse, hasta el punto que la guía que cerraba la marcha se cansó de esperar y partió sin nosotros. En verdad que cuando comenzamos con las fotos somos unos pesados.
Un sendero mágico.
Tras una pista forestal la ruta cruzó uno de los puntos del embalse cruzando un puente, más fotos en aquel lugar, más adelante se internó en una estrecha senda flanqueada de enormes árboles... menos esbeltos y altos que los que habíamos visto hasta entonces pero mucho más viejos, todo estaba cubierto de una espesa capa de musgo... uno casi esperaba que saliera de entre aquellas piedras un gnomo o cualquier otro ser de cuento de hadas, había una magia especial en aquella zona del bosque. Aproveché para disparar unas cuantas fotos a los troncos, vivos y muertos, cubiertos de verde y a las rocas adornadas con aquella patina de verde intenso. Tras salvar el obstáculo de unos árboles tronchados sobre el camino, ocasión que aprovechamos como no para hacer un poco el ganso, llegamos a la presa que contenía las aguas del embalse y la llamada “Casa de los Guardas”... osease más fotos para celebrarlo. En el trayecto aproveché para charlar con un compañero interesado en temas “espirituales” a requerimiento de este... fue curiosa la conversación sobre lo humano y lo divino en aquel entorno singular a la sombra de aquellos árboles centenarios, posiblemente sean ese tipo de situaciones singulares las que mejor se recuerdan con el paso del tiempo.
Descanso junto al embalse.
Tras la Casa de los Guardas el camino se ensanchó y afeó, al menos bajo el punto de vista senderista, y pasamos de caminar por un encantador sendero forestal a hacerlo por una amplia pista de asfalto, un buey que pastaba tranquilo en las cercanías del camino recibió una buena cantidad de disparos de nuestra cámara amén de unas cuantas poses junto al pacífico animal... menos mal que el bicho se veía inofensivo porque andaba libre por el bosque. Tras una buena sesión de pista asfaltada llegamos al punto donde íbamos a comer y dormir la siesta, un pequeño y bonito prado en la ribera del embalse. Poco tardé de dar cuenta de la comida que llevaba y de repartir la botella de vino que había comprado el día anterior. Una compañera decidió aprovechar el momento para darse un buen chapuzón en el embalse, confieso que si hubiese llevado bañador me hubiera terminado animando... de hecho algún compañero hubo aquella semana que se atrevió a bañarse en el río que cruzaba el pueblo, y estuve a punto de acompañarles en una ocasión al regresar al pueblo... pero al final desistí ya que para mí era más atractiva la idea de darme una ducha y ponerme ropa limpia cuanto antes.
Pasamos el resto del tiempo del descanso para comer dormitando en aquel prado y pude conseguir las primeras instantáneas del grupo tumbado a la bartola, no todo van a ser caminatas y esforzadas ascensiones a las montañas :-). Tras la hora de la siesta tocó recoger todos los bártulos, volver a calzarse las botas y regresar por donde habíamos venido... la ruta estaba ya más que acabada, hubo algún emocionante cruce de río con equilibrios incluido y en un tris nos vimos en la zona de partida. Aunque en aquella ocasión no me faltó agua agradecí la presencia de la fuente en la zona del aparcamiento para terminar de saciar mi sed... no hay ninguna bebida que pueda compararse con el agua fresca de manantial tras una acalorada ruta por el campo o la montaña.
De polizonte en la visita turística.
En el momento del regreso nuestro guía nos informó que había organizada en el pueblo una visita turística al mismo para los que quisiéramos participar que incluía por lo visto una explicación de la naturaleza, fauna y flora de la comarca, en mi caso tuve claro que pasaba de ir, total ya encontraría información de sobra sobre el tema si me interesaba por Internet :-), sin embargo cuando me crucé en el pueblo con el grupo que hacía el recorrido cultural ,donde había mayoría de compañeros senderistas aunque también gente que estaba de paso por Ochagavía, vi que se encaminaban hacia la iglesia... así que tanto yo como dos compañeros más nos unimos espontáneamente al grupo para tener la ocasión de visitar la misma, habitualmente cerrada a cal y canto. Al igual que sucede con tantos y tantos pueblecitos de España aquel edificio era sumamente desproporcionado para tan pequeño lugar... tampoco era ninguna maravilla aunque me gustó en particular la explicación del guía sobre el retablo del altar mayor y la anécdota sobre el “impago” del mismo por los vecinos del pueblo... en verdad tenían razón para no abonarle al artista el pago del precio exagerado que pedía por el mismo, los santos eran bien feos y el escudo central un horror ;-).
¡¡¡La barbacooooa... la barbacooooa!!! © Georgie Dann.
Si la primera noche había cenado de “bocata” y la segunda en restaurante aquella tercera noche tocaba algo distinto... una compañera organizó rápidamente con ayuda de más colegas una barbacoa en el amplio patio que compartían dos casas situadas muy cerca de la nuestra, una persona por casa recaudaba el dinero y en un tris se echaron un par de viajes a una tienda para comprar la bebida y a otra para comprar los comestibles. Se intentó llevar de forma discreta ya que no todo el mundo participaba en la misma, solo los inquilinos de la casa donde yo estaba, conmigo incluido naturalmente, y los de las casas que tenían el patio y el chisme para asar la carne... hubo alguna invitación extra más hasta completar el cupo de veintitantos, no era plan que nos juntásemos una tropa de cincuenta o más personas allí para espanto y horror de la dueña de las casas, espero que a los compañeros que no fueron invitados no les importase... y si no que se chinchen que yo si lo estuve :-).
Al final salió fenomenal, la compañera puesta al frente del asunto elaboró unas ricas patatas asadas, se compraron quince botellas de sidra más una garrafa de seis litros de vino, demasiado bueno teniendo en cuenta que nos salió a euro el litro ;-), algunas botellas de cerveza y no se cuantos kilos de carne compuesta por chistorra, cordero y lomo... para rematar la faena se hicieron varias ensaladas. Aunque hubo más de una apretura a la hora de los repartos de las viandas y casi todos comimos de pie lo cierto es que creo que nadie quedó con hambre... y mucho menos sed, cayó toda la sidra, incluso si hubiera habido más... como las metimos todas en el congelador la última terminó calentándose encima de la barbacoa para derretir el hielo ;-) … no faltaron las exhibiciones de escanciado de sidra en esta ocasión por un compañero que demostró tener mucho arte con el asunto.
Al final con tanta sidra y algún que otro chato de vino terminé “groggy”... vamos como una cuba, solo la contundencia de la comida que me había echado al estómago, carne principalmente, evitaba que tanto alcohol me pusiera fuera de combate. Se nos hizo de noche en aquel patio y llegada cierta hora se comenzó a recoger todo... hasta allí había controlado la cosa bastante bien, había llegado al límite pero sin pasarlo... pero claro, no iba a resultar tan fácil, cuando salimos de la casa hubo alguna propuesta de “eh, vamos a echar la última en el bar de la plaza”... bufff, pues vale aunque a partir de ese momento no sabía como iba a terminar todo o más bien donde... y es que algunos compañeros tienen más peligro que un mono con una metralleta ;-).
Nota escatológica ¡no leer!.
Pues nada, nos tomamos la última o últimas botellas en el bar de la plaza... allí creo que cayeron dos más entre los “irreductibles” que se hacían los remolones y se negaban a irse a dormir... pude probar además el “pacharán con colacao” que tomaron otros y que ocasionó las únicas sonrisas vistas por el dueño del bar en la semana acompañadas de la frase “¿cocacola con pacharán? menuda cagalera os va a dar... “, cagalera no pero vómitos... intenté echar la pota en el bar en un ejercicio de hermandad entre los pueblos murciano y navarro pero no tuve suerte y me tuve que contentar con dejar un buen mojón en la taza... como andaba bastante “perjudicado” no tardé en ir para casa, ahora si que me había pasado de la raya. Llegué acompañado de tres compañeros más que iban casi tan pedo como yo, cuando llegamos a la puerta de casa nos la encontramos cerrada... pues nada a revolver la maceta de la entrada donde dejábamos la llave, ¿ande andará?, allí no estaba... y eso que pusimos a la pobre planta boca-abajo, anda que si nos llega a ver la dueña tambaleantes y doblados de la risa sacudiendo la maceta ;-). Caí a la cama como un leño, no pude ni conciliar el sueño porque algo en mi interior estaba vivo y pugnaba por salir cual alien... me levanté de un brinco y en dos zancadas me lancé al cuarto de baño... que estaba ocupado, “abre que tengo que entrar... “, “ no puedo” … me contestó la voz de mi compañero de cuarto, pues vale... aquí mismo. Por muy cargado que esté nunca pierdo del todo la cabeza de modo que al menos pude apartar la alfombrilla del pasillo antes de depositar mi inmunda carga sobre el parquet, la puerta del baño se abrió enseguida pero demasiado tarde... agradecí el gesto porque me precipité al mismo para dejar el resto, que parecía picadillo para hacer croquetas, donde debía echarlo, en fin, que terminé en aquella tan poco honrosa postura de rodillas con la cabeza metida en el WC. Me quedé en la gloria ¡palabra!, encima mi sufrido compañero andaba ya con el cubo y la fregona intentando remediar el desaguisado... le ayudé como pude a recogerlo, lo malo era el pestazo a vino y demás fluidos que quedó en el pasillo, para eso no teníamos remedio. Dormí el resto de la noche como los angelitos.
4 de agosto – Burguete – Roncesvalles.
¿Resaca yo?.
Me levanté fresco como una lechuga, ni asomo de resaca, la verdad es que no se que es eso... probablemente porque afecta a las neuronas y debo tener bien pocas, aunque algún compañero había que andaba ojeroso y con dolor de cabeza. El estómago era otra historia aunque tampoco andaba demasiado mal, eso sí... solo pensar en vino, cerveza o sidra hacía que algo se removiera en mi interior. La tarde anterior había comprado un par de botellas de vino de Navarra con la intención de llevar una a la ruta de aquel día... evidentemente no lo hice, no tenía el cuerpo para vinitos después del desastre de la noche anterior, incluso pensé que ni una caña de cerveza podría tomarme... ejem, ya veríamos luego. El desayuno fue más parco que de costumbre, en mi mochila aparte del litro y medio de agua deposité una botella de bebida isotónica que imaginé que me vendría perfecta porque no íbamos a tener la suerte del día anterior con una ruta prácticamente a la sombra.
Rodillas “a la virulé”.
El autobús nos dejó en la villa de Burguete, el viaje en autobús fue todavía tan largo o más que el día anterior, tengo fechada la primera foto de la ruta a eso de las diez y media, una hora tras la salida de la excursión, lo cual me da una idea de los paseos en autobús que nos dimos por Navarra... nada comparado con los viajes a Francia y Pamplona de la gente que buscaba rutas alternativas claro. El día anterior había empezado a sentir molestias en mis rodillas, tanto en la lesionada como en la “buena”, y la cosa iba a más… aquel día estaba peor, de hecho comencé a tomar analgésicos y echarme gel anti-inflamatorio ya a la hora del almuerzo aunque sin resultado, por lo visto no llevaba la “droga” adecuada y aquello no hacía el menor efecto. Tras salir del pueblo y pasar por unos caminos rurales flanqueados por zonas de pasto donde rumiaban un nutrido grupo de vacas tomamos el primer descanso... allí como comento aproveché para empezar con el “tratamiento” de mis rodillas sin el menor resultado, abandonamos el sendero rural y nos metimos en una senda que atravesaba la espesura para terminar saliendo ante la pequeña población de Roncesvalles.
Paseo de Burguete a Roncesvalles.
Realmente había poco más de 3 kilómetros entre ambas poblaciones, por eso estábamos yendo de un sitio a otro dando un amplio rodeo. Roncesvalles a pesar de ser un lugar conocido en todo el mundo es poco menos que una aldea que vive todo el año del trasiego de peregrinos del Camino de Santiago, de ahí el enorme albergue que tiene, bien antiguo, y la bonita iglesia gótica más un interesante museo entre otras cosas. A nuestra llegada pudimos ver también una escultura a tamaño natural que representaba a Rolando agonizante recostado sobre su caballo moribundo con el cuerno que se supone que acababa de tocar en su regazo, aunque la mala idea del escultor hizo que más de una mente calenturienta viera otra cosa ;-). Allí íbamos a comer, luego habría una visita turística y una tranquila vuelta a Burguete para rematar el día, pero antes quedaba un asunto pendiente... teníamos que ir al sitio donde según la leyenda sufrió la emboscada por los vascones (aunque en la chanson de Roland diga que fueron los sarracenos) el ejército de Carlomagno, el cual tras intentar meter en cintura a los moros en Zaragoza y salir escaldado decidió embestir contra un enemigo en principio más asequible arrasando Pamplona, que en aquella época debía ser poco más que un corral de vacas, capital de los vascones... estos esperaron a que el ejército carolingio, que no franchute ya que Francia ni existía, diera la vuelta para apedrearles por la retaguardia. El descalabro debió ser mayúsculo ya que nos han quedado poemas épicos y crónicas del suceso desde lo sucedido allá por el siglo octavo, pasaron bastantes siglos antes de que cualquier otro ejército se atreviera a flanquear los Pirineos hacia el sur... ya podía haber tenido Napoleón mejor memoria histórica ;-).
El puerto de Ibañeta.
De camino al puerto de Ibañeta pudimos echar una rápida visual de la bonita iglesia gótica y del albergue que me recordaba a una fortaleza. Rápidamente nos internamos por un sendero asfaltado que afortunadamente dio paso pronto a una bonita senda entre helechos, alguna compañera desplegó el paraguas que llevaba para la lluvia para protegerse del sol, nos estaba castigando de lo lindo aunque no me preocupaba por ser la ruta tan corta y llevar agua de sobra... mis rodillas en cambio me estaban dando bien la lata y cuando hacía una parada larga me levantaba cojeando.
Ante nosotros tuvimos el puerto de montaña de Ibañeta, había una ermita, señales del Camino de Santiago, y un monumento que venía a conmemorar lo acaecido supuestamente en ese lugar hace una docena y pico de siglos. Aunque hubo quien echó un vistazo a la ermita, la mayoría nos dirigimos rápidamente al monumento, allí pronto cayeron una buena sesión de fotos... la verdad es que aunque el monumento era una truño el entorno era tan bonito que merecía la pena dejar constancia de haber pasado por allí, el día estaba luciendo fantástico, en la casa donde yo estaba alojado no dejábamos de mirar las previsiones meteorológicas cada día, y solo para ver siempre lo mismo... una nube con lluvia cayendo para al día siguiente tener un sol de justicia ¿alguien puede entenderlo?.
A la rica cervecita.
Tras la interminable sesión de fotos volvimos por donde habíamos venido y nos quedamos en Roncesvalles, había que buscarse la vida para comer, supongo que no faltó quien comió de lo que llevaba en la mochila, otros se apañaron en un restaurante… en mi caso tras una solitaria visita al bar del restaurante y degustar medio bocata de jamón acompañado de una caña de cerveza, se había obrado el milagro y tenía el estómago bien “pidiendo guerra”, decidí que nada de latas y demás comida mochilera... un compañero me informó que en un lateral del bar había una terraza y allí me encaminé, justo a tiempo para ocupar un lugar en una mesa donde había reunidos un buen elenco de buenos compañeros. Allí devoré otro bocata de jamón, un cacho de bocadillo de lomo con pimientos que una compañera me ofreció generosamente y una pinta inglesa de buena cerveza rubia bien fresquita... todo rematado con un helado al final. No, no estaba mal el día ni la ruta ;-).
De osarios, iglesias y albergues.
Una vez terminada la comida, en vez de la consiguiente y habitual siesta nos dispusimos a realizar una vuelta turística por los monumentos de Roncesvalles, empezamos echándole un vistazo al Silo de Carlomagno, un lugar convertido en una especie de museo donde según la tradición están depositados los huesos de los muertos del ejército de Carlomagno... algo que probablemente es solo una leyenda, lo que si hay es un montón de enterramientos de gentes del lugar, obispos y antiguos peregrinos del Camino de Santiago. Aunque el sitio estaba cerrado con una verja pude tomar varias fotos del interior desde fuera. De allí nos fuimos a la Colegiata de Santa María, una preciosa iglesia de estilo gótico, el interior me proporcionó una buena serie de fotografías de las vidrieras y el altar mayor. De allí hicimos una breve visita al albergue de los peregrinos, pude ver el trasiego de gente equipada con esas enormes mochilas en las que algunos llevaban ya colgada la vieira... creo que Roncesvalles es una etapa muy temprana del camino de modo que todavía les falta mucho por recorrer... creo recordar que había un cartel donde indicaba “Santiago de Compostela 790 kilómetros”, me temo que más de una de esas vieiras no llegará a Santiago.
Visita guiada.
No recuerdo quien propuso hacer una visita guiada por los monumentos del pueblo, pero el caso es que al final se decidió acudir, íbamos a poder usar los bonos de descuento que andábamos gastando en bares y restaurantes, el problema es que ni yo ni muchos compañeros habían traido el suyo... en nuestro auxilio vino nuestro guía que portaba una carpeta donde tenía un montón... una compañera cogió un par de ellos y me pasó uno a mí, “Antonio, ahora los dos nos llamamos Agustín”, como los bonos estaban “personalizados” con nombre y apellidos esperamos que nadie se diera cuenta... por desgracia no fue así y tras pasar al claustro de la iglesia, nuestra guía turística nos comunicó que se habían “detectado bonos repetidos”... y tanto que los había ;-). Me preparaba ya para rascarme el bolsillo y soltar los cuatro euros y pico que costaba la visita cuando un compañero tuvo la feliz idea de proponerle un apaño para tapar la cosa, al final aceptaron, total no se estaba cometiendo fraude alguno ya que los bonos eran válidos.
Una vez aclarado el embrollo pasamos a la visita guiada, vimos la tumba de Sancho VII El Fuerte, el rey de Navarra que participó junto con los reyes de Castilla y Aragón en la batalla de las Navas de Tolosa allá por el 1,212, debió de ser todo un personaje. De allí pasamos al llamado Silo de Carlomagno, nos lo abrieron para la ocasión y allí sentados en una especie de cónclave situado bajo una monumental lámpara que simula la corona de hierro que portaba el rey carolingio nos fueron contando la historia del lugar, el más antiguo de Roncesvalles. Terminamos la visita echando unas fotografías al impresionante interior del silo subterráneo donde se apilan montones de esqueletos.
De allí pasamos a la iglesia de Santiago, donde nos dio las oportunas explicaciones sobre la vinculación de Roncesvalles con el Camino, y de allí al museo donde ya no pudimos echar fotografías, la guía nos explicó, en una forma muy distendida y amena las más interesantes obras de arte allí reunidas y nos habló de la participación de los navarros en la batalla de las Navas, de la historia de Roncesvalles y alguna que otra anécdota más, como la supuesta procedencia de aquella batalla de una esmeralda que se haya en una joya allí expuesta... la cual analizada hace años se reveló si no como falsa sí como de época muy posterior al proceder de América del Sur :-). En fin, que aquello se nos hizo muy ameno y la verdad es que a aquella mujer se la veía disfrutar con su trabajo.
Paseo de vuelta.
Poco comentar del viaje de vuelta, senderos entre la espesa vegetación, caminos rurales como los que habíamos visto en nuestra salida de Burguete... con las correspondientes e hieráticas vacas de mirada perdida... lo único reseñable del mismo fue nuestra visita al lugar de baño de los lugareños, una bonita zona de baño rodeada de cesped compuesta por una poza alimentada por un arroyuelo de montaña, seguro que tenía muy buen baño. Vuelta sin novedad a Burguete para terminar con un tranquilo regreso al pueblo. Una vez allí me enteré que mis compañeros de casa iban a organizar una cena allí mismo... me apunté sin dudarlo, tras el fiestorro de la noche anterior apetecía una velada tranquila, al día siguiente tocaba la ruta más dura de todas y no estaba el ánimo para fiestas, todos queríamos descansar. Creo recordar que alguno de ellos se dio una vuelta por el pueblo y apenas vio a nadie del grupo, la mayoría tenían el mismo plan que nosotros.
Tribulaciones rodilleras.
Me dejaron una crema antiinflamatoria de la que hice un más que generoso uso, creo que me puse tres veces en mi rodilla que no dejaba de doler, hasta me había costado trabajo subir y bajar las escaleras de la casa... a pesar de todo allí mismo decidí que participaría en la ruta del día siguiente, había estado dudando toda la jornada pero como vi que el trazado era más o menos circular pensé que podría al menos acercarme al lugar de la comida para esperar al grupo que bajase de coronar la montaña, en fin ya veríamos que pasaba pero al final decidí arriesgarme porque no me apetecía nada andar aquel día en una aburrida e interminable visita turística, seguramente con un grupo de compañeros con los que hubiera terminado al final sintiéndome excluido, por andar malhumorado pensando constantemente en lo que estaban haciendo los demás en la montaña, hubiera sido una sabia decisión no arriesgarme pero al final decidí simplemente no ser razonable, no... para bien o para mal mi lugar estaba en la ruta del día siguiente, en la que andábamos todos pensando desde que vimos el plan propuesto por nuestro guía.
Cena en familia, juegos, chistes y mucho jaleo.
La cena estuvo genial, en la mesa cayeron tres ollas con pasta, un par de ensaladas, patatas fritas, lomo, cervezas, sidra... estaba todo muy rico y aunque no faltó quien pusiera pegas a esto o a lo otro la verdad es que cenamos de lujo. Si es verdad que era pasta y que no era lo más indicado para una cena, pero también es cierto que es algo que se digiere y asimila muy bien, perfecto para luego coger bien el sueño. Tras la cena hubo alguna ronda de chistes, muy celebrado el del “frigorífico” ;-) y algún “juego de salón” propio de adultos gamberros, aunque poco podía hacer para participar debido a mi persistente cojera... recibimos alguna visita antes de levantar el campo y por el comentario que una compañera hizo por lo visto se sabía en que casa estábamos debido al jaleo que estábamos liando ¿éramos en verdad tan ruidosos o simplemente que aquel era un pueblo más soso que una mata de habas?. Tras recordar una vez más la previsión del tiempo para el día siguiente me fui a la cama pensando “la suerte está echada, que sea lo que tenga que ser”.
5 de agosto – Ascensión al pico Anie.
“El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”. Buda
Un verdadero reto.
Y llegó el día tan ansiado y a la vez temido por mí, hasta entonces tenía la impresión de haber visto el Pirineo como en una película, a distancia, de haber estado dentro de un parque temático y haber vivido experiencias que bien podían haber tenido lugar en otro sitio distinto... si vale , unos paisajes impresionantes, un bosque precioso, un pueblo realmente bonito... pero eso no era el Pirineo para mí, ansiaba subir a un pico de verdad, verme en esos parajes desolados tan alejados de cualquier actividad humana, sentir no solo la algarabía de los compañeros a mi alrededor sino también el silencio eterno que mora en las altas cumbres y la sensación de estar en un lugar especial al que solo se puede acceder gracias al esfuerzo personal y al sacrificio, no uno de esos lugares tan vulgares a los que uno puede llegar “motorizado” sin dar un paso, esos también se pueden ver en un folleto turístico... pero hay algo que todos esos sitios por interesantes y bonitos que sean jamás tendrán para mí y que en cambio si poseen todos los lugares desolados y solitarios alejados de toda actividad humana, no se lo que es, quizás sea sencillamente una autenticidad que te cae encima, te aplasta y te hace sentirte muy muy pequeño y a la vez muy grande por formar parte de ello, imagino que para cada persona será diferente, pero esa es la impresión que me producen a mí.
Mis piernas aparentemente estaban bien, me levanté casi sin la menor molestia... pero era una ilusión porque apenas bajé caminando por esas cuestas empedradas que llevaban al río el dolor hizo acto de presencia en mi maltratada rodilla izquierda, afortunadamente la derecha parecía estar bien aunque tampoco me hacía ilusiones. Decidí desde el primer instante que llevaría todo el cuidado del mundo, que caminaría a mi paso sin apresurarme y que aguantaría lo que hubiera que aguantar. Tenía muy claro desde el principio que nada de hacer cumbre aquel día, simplemente quería estar allí, disfrutar del espectáculo de hallarme en un lugar perdido entre las montañas aunque tuviera que quedarme solo esperando a mis compañeros... bendita soledad si me permitía participar en aquella ruta y captar con mi cámara las verdaderas maravillas naturales del Pirineo.
El cielo estaba algo nublado pero no amenazaba lluvia, salíamos más temprano de lo habitual de modo que a las siete en punto de la mañana tocó levantarse, muchos compañeros renunciaron a marchar a aquella ruta, una compañera sabiendo el estado de mis piernas me envió un mensaje comentándome que iba a ir con otros colegas a Francia a pasar el día... si no marchaba a la ruta me pedía que la llamase, le agradecí el gesto pero le comenté que al final me la jugaría participando en la ascensión del pico Anie. Probablemente durante toda la jornada se acordó bastante de mí y estuvo más preocupada de lo que yo mismo estaba por mi suerte.
El viaje me resultó largo aunque estuvo amenizado por la visión de las cumbres majestuosas de la zona, íbamos a realizar la ruta casi íntegramente por nuestro país vecino, era la primera vez que ponía mis pies en Francia. Desde el principio quedó claro el destino... el vértice rocoso del Anie semejante a una pirámide destacaba nítidamente sobre el resto de las cumbres, enclavado en una zona rocosa y desolada llamada karst de Larra, un entorno que venía a realzar aún más si cabe su altura y su dominio del paisaje del lugar, después de haber visto tanto verde, tanto prado y tanto árbol nos íbamos a internar en una zona prácticamente desértica, un desierto rocoso en alta montaña.
Mi particular vía crucis.
El autobús nos dejó en el mojón fronterizo nº 262, allí junto a la carretera se extendía una pequeña explanada suficientemente grande como para ser ocupada cómodamente por el autobús, nuestro conductor tal y como había hecho todos los días, nos acompañó en la ruta... a veces sin gorra, sin bastones, con una pequeña mochila y casi sin despeinarse con un paso tranquilo y despreocupado como el que no quiere la cosa... si es que en esto del senderismo en verdad que hay también categorías :-). Bajé las escaleras del autobús agarrado a sendos pasamanos, mi rodilla empezó a incordiarme con un leve pero persistente dolor, pero confiaba en que con el ejercicio la cosa fuera a menos. Atravesamos la carretera y comenzamos a internarnos por un precioso sendero enmarcado por las alturas del monte Arlás al fondo.
Había algo de vegetación, unos pinos negros y retorcidos, todo el terreno donde había tierra estaba cubierto por un espeso manto verde y donde no, afloraban rocas calizas blanquecinas que relucían bajo el sol de la mañana... era un entorno verdaderamente bonito, mi cámara no dejó de disparar en cada encuadre que encontraba interesante, se alternaban las subidas y bajadas y a lo lejos aparecían cada vez más zonas de roca desnuda que por un efecto óptico asemejaban estar cubiertas de nieve salpicada de puntos de oscura vegetación. Pronto nos internamos en una zona de prados que rodean el monte Arlás, la zona denominada Llanos de la Contienda... por el camino nos encontramos el inevitable grupo de vacas que tendidas en la hierba rumiaban tranquilamente su desayuno de aquel día, parecían formar parte del paisaje igual que los árboles y las rocas... realmente los únicos intrusos éramos nosotros.
Paisajes fantásticos.
Una vuelta del camino ofreció a nuestros ojos el incomparable espectáculo del monte Arlás semejante a una verde pirámide con un rebaño de ovejas derramándose por sus laderas... al fondo amenazador y todavía insignificante se recortaba el vértice rocoso de la cumbre del Anie, pequeño pero ya totalmente inconfundible. Poco a poco me fui quedando rezagado, a los inevitables parones para echar fotos se unía mi cada vez más pausado caminar... pronto estuve a la altura de la compañera que cerraba la marcha a la que raramente suelo ver en las rutas, pensé que aquel día caminaría todo el tiempo a su lado, pero al final resultó que mi paso era incluso demasiado lento para ella, afortunadamente la ausencia de cruces y los espacios abiertos me evitaban perderme, siempre tenía algún compañero a la vista, al menos en aquel tramo de la ruta.
Por suerte no era el único que paraba a echar fotografías, hubiera sido un crimen caminar en aquella ruta llevando cámara de fotos y no tomar abundantes instantáneas del lugar, el espectáculo de aquel cielo luminoso y a la par preñado de nubes, de las lejanas cumbres y los prados verdes salpicados de rocas donde nuestra columna senderista se tornaba insignificante eran demasiado bellos para ser ignorados ¿me volveré alguna vez insensible a tanta belleza? … espero que no me pase lo que a tantos aficionados a la montaña que parece que solo caminan con la finalidad de hacer cumbres cuando lo realmente interesante es el camino que conduce a las mismas.
Un campamento en la frontera.
Llegamos al campamento situado en el límite entre dos mundos... allí se encontraba el refugio de los espeleólogos, así aparece en el mapa, en cuyas cercanías se erigían una decena de tiendas de campaña tipo “iglú”, menudo lugar para acampar y pasar unos días... simplemente fantástico. Hasta allí solo habíamos tenido senderos cómodos, prados de hierba verde que acariciaban nuestros pies al ser hollados... a partir de entonces nos enfrentaríamos a un cruel lapiaz rocoso que demandaría toda nuestra atención si no queríamos torcernos un tobillo o rompernos la crisma... vamos justo lo que mis piernas requerían en ese momento ;-). Al igual que no he olvidado el glaciar que tuvimos que atravesar hace dos años rumbo al pico Amitges dificilmente se me olvidará el paseo por el lapiaz de Les Arres d' Anie.
Pronto tanto “la guía de cola” como un par de compañeros que amablemente caminaron cerca de mí desaparecieron de la vista, el sendero se retorcía más y mas entre las rocas, solo indicado por mojones de piedra y marcas rojas que aunque bien visibles eran difíciles, o directamente imposibles de seguir en linea recta, veía una marca roja y me decía “esa es la dirección”, para a continuación preguntarme “¿pero por donde se va?”, había que poner sumo cuidado en cada paso porque caminábamos de piedra a piedra, sin espacio a veces para apoyar toda la suela de la bota. Recuerdo un punto donde tuve que hacer una “destrepada” y arrojar mis bastones, a pesar del “cuello de botella” que debió formarse con mis compañeros apelotonados pasando de uno en uno, yo llegué en solitario al lugar... eso da buena medida del retraso que llevaba.
El laberinto de rocas.
La falta de experiencia en terrenos como ese me podía haber jugado una mala pasada, haberme puesto nervioso, pensar en que si tropezaba o caía a ver quien me iba a ver... pero ningún pensamiento semejante pasó por mi cabeza, conocía la dirección y hasta cierto punto agradecía estar allí solo, caminando a mi aire, recreándome en el paisaje y echando alguna que otra foto, total andaba metido en aquel embrollo por voluntad propia y era como recorrer un laberinto, me lo tomé de esa forma, como un pasatiempo... “a ver por aquí no es, será por aquí … voy a echar por este lado... “. Poco a poco, y siempre renqueando pues no podía cargar el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda, gané terreno y acerté a ver al grupo que se hallaba tomando el primer descanso. Llegar hasta ellos me llevó mi tiempo ya que era imposible ir en linea recta, creo que ya se habían olvidado de que estaba con ellos y se sorprendieron al verme aparecer a lo lejos. No tengo ninguna foto de la “aproximación”, prueba de que hice cuanto pude por llegar hasta ellos. Cuando me aproximé al grupo escuché los gritos de ánimo de una compañera y sus aplausos... bueno, no pude más que quitarme la gorra en señal de saludo ¡lo había logrado!.
Caí derrengado en las piedras, estaba tan cansado por la tensión experimentada que no sentía ni hambre ni sed, una compañera vino en mi auxilio con un par de cosas de su botiquín, una especie de spray en forma de espuma que yo no había visto nunca antes y una pastilla de analgésico y anti inflamatorio que era lo que debía haber estado tomando desde el día antes en vez del vulgar Paracetamol que fue lo único que encontré en casa al hacer mi equipaje. Pregunté a nuestro guía si podía quedarme allí para ser recogido a la vuelta pero me dijo que no, tenía que seguir caminando y ganar más altura, estaba todavía lejos del punto “optativo” de la ruta... pensé que sería cosa de caminar solo un poco más.
Un último esfuerzo.
Se pusieron en pie enseguida, yo no había podido descansar, solo aproveché el escaso tiempo para medicarme, beber y echarme un puñado de frutos secos a la boca. No me importó la verdad, era conveniente evitar que mi pierna se terminara de enfriar y seguir caminando. Al menos a partir de ese punto había un esbozo de sendero, pedregoso, accidentado, en un continuo sube y baja, con obstáculos que convertían los bastones en un estorbo... pero un sendero al fin y al cabo, en nada comparable al endiablado laberinto de rocas y fosas por el que habíamos pasado. Como la columna avanzaba despacio y en ocasiones casi se detenía aproveché para tomar todas las fotos que pude, el paisaje que nos rodeaba ganaba en grandiosidad conforme ascendíamos por aquel terreno invadido por las rocas. Recuerdo en particular una estrecha garganta en cuyo fondo se dibujaba ya inconfundible y en todo su esplendor la pirámide rocosa del Anie, otras montañas se “humanizan” conforme uno se va acercando a ellas, al aproximarte te vas dando cuenta que no es para tanto, que tampoco es tan grande y te haces una idea del tiempo que te va a llevar su conquista... con el Anie no era así, de cerca era incluso más imponente y los mil detalles de la complicada orografía que lo rodean se van haciendo más y más patentes, aquella aproximación no parecía tener fin, cada vez más grande, más cerca y más lejos a la vez, el grupo simplemente se perdía y desaparecía como insectos entre la maleza.
Hubo un tramo especialmente complicado, nada del otro mundo pero sí muy desagradable para quien no tuviera un poco de experiencia en estos lugares y una compañera lo pasó mal, simplemente la tensión terminó bloqueándola un poco, no era ya el cansancio de las piernas sino el agobio que te llega a dar un terreno de este tipo, una inacabable carrera de obstáculos. Me quedé de nuevo el último acompañándola junto con otros colegas, era inevitable que me quedara rezagado al final, tampoco tenía prisa, con tener a alguien delante y un punto de referencia para el camino me conformaba. Nuestro guía por walkie informó a la compañera que cerraba la marcha del punto donde tendría que esperar al grupo en su vuelta del ascenso a la cumbre. No me equivoqué cuando pensé ya el día antes que la parada para comer no se haría en la cumbre.
La compañera que había sufrido el ataque de nervios se quedó la última y yo con ella, nervios aparte lo que ocurría era que aquella ruta le venía grande y se encontraba agotada, me dije que bien... así no esperaría solo. Me puse unos pasos por delante y fui dándole ánimos y esperándola en cada punto donde podía hacerlo, al menos mi presencia en aquella ruta había servido para algo ya que marché conscientemente metido en el papel de “lastre” ahora me tocaba el papel de “buen samaritano”, aunque la compañera quedó muy agradecida de mi apoyo soy yo realmente quien le debía estar agradecido por permitirme ser útil.
Descanso en las alturas.
Poco a poco llegamos al sitio señalado por el guía, nos había dejado una flecha de cartulina naranja encajada en la roca, era un sitio ideal para descansar, teníamos incluso un pequeño abrigo dentro de la roca que nos protegía del sol y del viento, allí nos sentamos a descansar y comer. Las vistas eran magníficas y pude contemplar el paso de las nubes de izquierda a derecha como en una película, al fondo a lo lejos la bruma entre las montañas iba ascendiendo e invadiendo los valles, era un espectáculo magnífico. Como suelo devorar con prontitud lo que llevo para comer me di una vuelta equipado con mis bastones para comprobar si alcanzaba a ver al grupo en la cima... ni rastro de ellos, el terreno para ascender era tan malo que tardé mucho más tiempo en bajar desde el punto donde me había encaramado, decidí que ya había hecho bastante la cabra por aquel día y solo restaba descansar.
Delante de nosotros se extendía un sendero por el que pasaban de vez en cuando montañeros y senderistas franceses, les saludábamos y en general éramos correspondidos de mejor o peor gana, al fin y al cabo estábamos en su país... nunca pensé que la primera vez que pisaría territorio francés sería de esa forma ;-). Al poco tiempo llegaron nuestros compañeros... vi aparecer a nuestro guía y en breves instantes comenzó a desfilar la tropa. Como ya había comido dejé mi privilegiado lugar en el abrigo de la montaña a otra compañera y me dediqué a pasear y descansar por la zona a la sombra echando fotos al personal allí reunido.
Un maravilloso e indoloro regreso.
Y de nuevo en marcha, afortunadamente no volvimos sobre nuestros pasos... me ponía malo solo de pensar en atravesar de nuevo aquel infierno rocoso. Tomamos el camino que giraba a la derecha y terminamos dando un enorme círculo. Hubo a poca distancia una zona con un buen desnivel que era necesario “destrepar”, me cebé en el sitio echando fotos ya que una situación así es un regalo para cualquiera que pretenda echar buenas fotografías, si las instantáneas impresionan al “natural” mucho más. Afortunadamente fue prácticamente la última vez que tuvimos que dejar de lado los bastones, era una gozada volver a sentir un sendero bajo los pies y tener claro el rumbo sin andar constantemente mirando los hitos de piedra o las marcas rojas, por no hablar de lo diferente que es caminar rodeado de gente... si, los momentos de soledad están bien, el silencio también, pero se agradece un poco de jaleo que humanice esos lugares tan ajenos a la actividad humana. Estábamos ya de vuelta y la cálida sensación de “prueba conseguida” inundaba mi espíritu, para rematar la cosa los analgésicos, y la lata de bebida energética que había tomado estaban obrando milagros y prácticamente habían desaparecido todas las molestias. La amenazadora pirámide rocosa del Anie quedaba atrás y no lamentaba lo más mínimo no haber conquistado su cumbre, realmente no pensaba haber podido llegar tan lejos “no daba un duro por tí esta mañana Antonio”, me dijo un compañero al término de la ruta, “yo tampoco”, le tuve que contestar.
Las zonas rocosas comenzaron a alternarse con los prados de espesa hierba, hubo también momentos de reagrupación y descanso... ni rastro de las lluvias anunciadas, a ras de tierra parecíamos estar en cualquier otro lugar parecido a los que ya habíamos visto en nuestro viaje al Pirineo... pero bastaba levantar la vista y echar un vistazo alrededor para darse cuenta que no era así, la sensación de irrealidad, de estar en un lugar extraño me acompañó todo el tiempo, me alegré un montón de estar allí... los compañeros que evitaron o no pudieron hacer aquella ruta, salvo alguna excepción, no tuvieron idea de lo que se perdieron.
La niebla hace su aparición.
Llegamos a un pequeño prado junto al camino donde nos tomamos un merecido descanso, llevábamos un buen ritmo y había un motivo para ello, se estaba levantando niebla... la pesadilla de cualquier montañero. Delante de nosotros a lo lejos el monte Artlás aparecía envuelto en la bruma, detrás de nosotros el Anie empezaba a ser también tragado por un banco de nubes bajas, pronto nosotros también nos veríamos rodeados por la misma. Me tumbé panza arriba en la hierba y en un momento en que el sol hizo su aparición en toda su plenitud a través de un claro en las nubes sentí un picor en la piel expuesta a su luz... tumbarse allí era como ponerse a tomar un baño de aceite en una freidora, menos mal que pronto las nubes volvieron a hacer su papel, el sol en alta montaña te puede abrasar en muy poco tiempo.
Nos volvimos a poner en marcha, en esta ocasión seguidos de cerca por la niebla que no tardó en engullirnos en su velo blanco, a partir de ese momento caminamos efectuando abundantes paradas de reagrupación para evitar que nadie se quedara descolgado... no iba ya a ser mi caso desde luego porque una vez desaparecida toda molestia de mi rodilla volví a ser el de siempre y caminé siempre muy cerca del grupo de cabeza. Bromeé incluso con la cantidad de drogas que llevaba ya en el cuerpo aquel día... jalea real, vitaminas, ginseng, cafeina, taurina, paracetamol, neobrufeno y ungüentos varios... solo me faltaba el oportuno alcohol en forma de cerveza, pero eso todavía tendría que esperar un poco :-).
Volvimos a recorrer el camino que pasaba por el refugio y el campamento, y también pasamos por el camino que bordeaba el monte Arlás, cerca de allí nos detuvimos a reponer agua en una fuente, estaba canalizada con una tubería de goma y hubo que hacer cola para beber y cargar agua. De nuevo volvía a sentir la sensación que le inunda a uno cuando toma agua fresca de manantial en una ruta senderista... tal y como ya he escrito aquí no hay bebida comparable a esta :-). Pronto todo el paisaje y las montañas cercanas desaparecieron tragados por la niebla, tuvimos incluso un pequeño chaparrón que nos hizo ponernos los chubasqueros... para quitárnoslos al poco rato, esa fue toda la lluvia que nos cayó en la ruta del Anie.
Misión cumplida.
Llegamos al punto de encuentro con el autobús no sin comentar divertidos la presencia de una casa que parecía haber crecido con la niebla... evidentemente ya estaba allí al comienzo de la ruta lo que ocurría es que no reparamos en su presencia y luego al volver casi nos topamos con ella. En aquel sitio la niebla era tan espesa que desde un lado de la carretera no se veía el autobús aparcado en la orilla opuesta. Antes de llegar a Ochagavía hicimos una parada en Isaba donde habíamos dejado a varios compañeros que no hicieron la ruta pero que se embarcaron con nosotros en el autobús y se quedaron en el pueblo a hacer turismo. Hubo quien aprovechó el momento para hacer algunas compras pero yo tenía claro mi objetivo... una buena cerveza en el primer bar que encontrase para quitarme el susto ;-). Allí cayeron un buen número de fotos, la ruta al final había estado genial y ya tenía completamente olvidado el mal trago de los primeros kilómetros, la jugada me había salido bien al final... quien me iba a decir que terminaría mucho mejor aquello que la forma en la que lo comencé.
Doble cena, fiesta de cumpleaños y pesca nocturna.
Tras la inevitable sesión de aseo y cambio de ropa limpia me comentaron que había plan de ir a comer al restaurante del pueblo, era lo que tocaba tras nuestra cena casera del día anterior, creo que estábamos todos de muy buen humor por lo vivido aquel día y porque todo hubiera salido tan bien. Un compañero de la casa me pasó un tubo de crema con “efecto frío” que me vino estupendamente, no fui el único que la probó en las rodillas ya que otro compañero andaba también tocado de lo mismo, no era de extrañar... la ruta sobre el papel había sido la más corta de todas pero con aquel terreno tan malo en un continuo sube-baja las articulaciones habían sufrido lo suyo.
Antes de marchar para cenar tomamos un tentempié que casi constituía una media cena... había quien estaba ansioso por acabar el embutido que se había traído desde Murcia y naturalmente el resto de los compañeros le echamos una mano :-)... aquel día si nos hacían esperar en el comedor no íbamos a poner pega alguna, en mi caso me acerqué al mismo sin hambre. El plan era comer los compañeros de la casa junto a varios más para celebrar el cumpleaños de una amiga del grupo... no pudimos sentarnos todos juntos hasta la hora de los postres ya que aunque había plazas libres en el comedor no nos dejaron juntar mesas. De todas formas pudimos cantar cumpleaños feliz y echar fotos al apagado de velas como es de rigor en cualquier “cumple” que se precie.
De allí nos marchamos a la plaza del pueblo para ver al resto de la peña y escanciar alguna botella de sidra con lo que sobraba del pago de la cena tal y como había sido la costumbre cada día. Pude hablar con algún compañero sobre la ruta de aquel día, y comentar con alguno que no la había hecho que tal había salido todo... me hicieron también muchas preguntas sobre el estado de mi rodilla, no soy amigo de llamar la atención pero aquel día no había podido evitar hacerlo. Tras unas divertidas fotos al personal empinando el codo me dirigí a la casa a descansar... por el camino pude ver a varios de mis compañeros metidos en el río y enzarzados en una pesca nocturna de un pobre cangrejo que fue perseguido sin piedad, pescado y expuesto a los disparos del flash de las cámaras de fotos... por fortuna fue devuelto al agua imagino que con un buen susto, si en vez de uno hubiera habido más igual terminan todos en la cazuela ;-).
6 de agosto – Orbaizeta – monte Urkulu.
Exito de convocatoria.
Llegó el día de la última ruta casi sin darme cuenta, era demasiado pronto para hacer un balance de como estaba saliendo el viaje ya que nos quedaba todavía el capítulo final pero lo cierto es que ya a esas alturas sentía que todo había salido estupendamente y me lo estaba pasando genial, tras mirar el folleto explicativo de la última ruta tuve la impresión de que aquella excursión sería poco interesante, su dificultad atendiendo solamente a los números de la misma estaba un punto por debajo de la del primer día y solo un poco por encima de las flojas excursiones de la Selva de Irati y Roncesvalles por lo tanto no esperaba demasiado de la misma... afortunadamente hay cosas que no se pueden cuantificar con la frialdad de las cifras, como la belleza, y durante aquel día me iba a ver sorprendido en más de una ocasión.
Había mucha animación en el aparcamiento donde el autobús nos esperaba, aquello tenía poco que ver con el limitado grupo que se había dado cita el día antes, incluso venían los compañeros que se movían en coche por sus propios medios, nadie quería perderse esa última ruta, creo que solo faltaron alguno de los “lesionados” y poco más... fue una pena porque se perdieron si no la ruta más espectacular, ese premio se lo lleva la del día anterior, si en cambio la más bonita con diferencia.
El plan era de lo más sencillo, el autobús nos dejaba en un caserío junto a la antigua fábrica de armas de Orbaizeta, abandonada desde hace mucho tiempo, para ir caminando rumbo al norte hasta el encuentro con el monte Urkulu, lugar situado en la frontera con Francia y sede de unos importantes restos romanos del siglo I a.c. Por el camino atravesaríamos una parte de la Selva de Irati y visitaríamos unos restos megalíticos, siendo casi todo el regreso por el mismo sendero.
Orbaizeta y el comienzo de la ruta.
La fábrica de Orbaizeta a pesar de encontrarse en ruinas ofrecía todavía un imponente aspecto que nos hablaba de un pasado esplendor cuando llegó a producir 3.600 bombas al año, sus instalaciones se encontraban semi-enterradas con la típica conformación de una fábrica de este tipo, muros extrafuertes, en este caso embutidos en tierra, e imagino ya que no estaban, tejados livianos para que en caso de una explosión de la pólvora acumulada la fuerza expansiva se proyectara principalmente sobre el techo... debió ser todo un espectáculo verla en sus mejores momentos en pleno funcionamiento con todas las instalaciones anexas que necesitaba.
La Selva de Irati nos proporcionó al comienzo unos senderos embarrados y alguna cuesta donde hubo que hacer equilibrios si queríamos evitarlos. Afortunadamente este terreno tan incómodo terminó muy pronto y el grupo terminó caminando por un ámplio sendero con alguna que otra cuesta que pronto nos hizo ganar altura de forma cómoda y progresiva. Aunque no disfrutábamos de grandes vistas era una delicia caminar por aquel lugar, sobre la mullida hierba, prácticamente a la sombra y rodeados de una bonita vegetación que en ningún momento se tornó agobiante... ¡que diferencia respecto a la ruta del día anterior!, parecía que estábamos en otro planeta.
La columna senderista se internó en una zona llena de grandes helechos donde atronaba el ruido de una motosierra, allí se encontraba casi oculto por la vegetación un operario de bosques con una de esas máquinas usadas para limpiar la maleza... el hombre cuando nos vio detuvo el chisme y levantó la visera de su casco para observarnos mejor y atender amablemente a los saludos que fue recibiendo por parte de mis compañeros, no creo que viese grupos tan numerosos con frecuencia por aquellos montes. Tras alguna que otra foto a un grupo espectacular de hongos de color naranja y una pequeña reagrupación en un claro del bosquecillo, vimos delante de nosotros como los árboles desaparecían y salíamos a campo abierto.
La manada de caballos.
Tocaba ya la parada para almorzar, el grupo se detuvo junto al camino donde disfrutábamos de unas bellas vistas de una cabaña de pastores junto a la cual corría un arroyuelo y pastaba una manada de caballos compuesta principalmente por yeguas y sus potrillos. Una compañera a la que encantan, como a mí, los animales fue la primera en cruzar el arroyo y acercarse a los caballos para echarles fotografías, pronto fue secundada por mí y un par de compañeros más que cámara en ristre tratábamos de sacar bonitas instantáneas a tan hermosas bestias. Un colega trató de tentalos con unos corazones de manzana que llevaba consigo pero aquellas tranquilos y amables animales rehusaron probarlos siquiera, por lo visto no habían comido otra cosa en su vida que pasto y desconfiaban de todo lo que aquellos extraños les ofrecían... desde luego no podían negar que eran habitantes del lugar ;-). Se sucedieron las fotos de caballos y compañeros intentando captar su atención, con mayor o menor fortuna... hubo un colega que nos mostró una impresionante imagen que había captado de un semental, aquella imagen estaba no ya de postal sino de poster.
De nuevo cuesta arriba.
Tras abandonar aquel encantador rincón el grupo se dirigió con paso vivo y resuelto tras el descanso a encarar las primeras cuestas que nos debían llevar a las inmediaciones del monte Urkulu, bien visible desde aquel punto. En aquel momento pensé que la zona rocosa que lo coronaba estaba constituida en su totalidad por las ruinas romanas... ¡menuda fortificación había tenido que ser!, bueno luego cuando subimos a aquellas alturas y vi la cumbre más de cerca caí en cuenta de mi error. La cuesta se iba haciendo de forma progresiva más y más pronunciada... me hallaba totalmente repuesto de mis molestias de la rodilla por eso y teniendo en cuenta que aquella era la última ruta no escatimé esfuerzos en subir no solo con el grupo de cabeza sino también adelantarme al mismo para tomar las mejores fotos posibles.
Y como siempre ocurre cuando uno gana altura las vistas se fueron haciendo más y más impresionantes, aquellas cuestas no parecían tener fin, la belleza de aquel lugar realzada por el sol tan radiante que lucía sobre nuestras cabezas era simplemente sobrecogedora... solo la costumbre de ver durante toda la semana paisajes semejantes y el esfuerzo de la subida nos impedía disfrutar más de aquello. Es en cierto modo la maldición del senderista, caminar por lugares de incomparable belleza y nunca terminar de disfrutarlos del todo, siempre absortos con evitar tropezar, pendientes del esfuerzo o distraídos con la conversación del compañero de turno.
Los que nos habíamos adelantado al guía llegamos a una especie de cruce de caminos, a mano derecha teníamos la subida final al monte Urkulu y a la izquierda una explanada salpicada de pinos donde se ubicaba un monumento megalítico. Esta segunda opción fue la que tomamos y pronto nuestras cámaras fijaron en sus objetivos aquellas grandes piedras semienterradas, aprovechamos para tomarnos un respiro tras la buena sesión de cuestas que nos habíamos metido en el cuerpo. Pronto nos pusimos otra vez en marcha, en esta ocasión ya no pararíamos hasta la cima del monte Urkulu. De nuevo me puse entre los primeros para subir, vaya diferencia con el día anterior, durante el trayecto no olvidé sacar abundantes fotografías de mis compañeros e incluso de un rebaño de ovejas que pastaba en la ladera del monte, creo que era la primera vez que las veía de aquella raza, con lana larga y espesa a dos colores y cuernos.
El espectacular ascenso al monte Urkulu.
Fue uno de los “ascensos de monte” más espectaculares, bonitos y agradables que he realizado nunca... me faltaban ojos para mirar, mi cámara se había vuelto loca y no dejaba de disparar aquí y allá, prados verdes, macizos de flores amarillas, impresionantes formaciones de nubes sobre aquel cielo tan azul... hasta hubo un punto en que junto con dos compañeros fardamos un poco cantando una canción en medio de la subida como queriendo decirles a los demás “vamos sobrados, esto no es nada para nosotros”, era un espectáculo maravilloso y no se los demás pero yo me encontraba eufórico y lleno de energías.
La proximidad de la cumbre me reveló enseguida que aquellas formaciones rocosas que yo había tomado por restos de una fortaleza era simplemente el corazón rocoso de la montaña dejado al descubierto por la erosión... cuesta trabajo pensar en la vejez de aquellos montes si la erosión ha conseguido hacer tal cosa en aquellas tierras cubiertas de hierba que protege el suelo de la acción del viento y la lluvia... debe haber otra explicación que justifique tal “mordisco” en la montaña, ¿acción humana? ¿glaciares?, ni idea, tal vez cuando se formaron aquellas montañas en la era terciaria hace varias decenas de millones de años las rocas estuvieron siempre al descubierto.
El grupo desfiló por una pendiente rocosa inclinada que nos llevó a los verdaderos restos romanos, una atalaya circular de rocas cuidadosamente dispuestas, casi totalmente derrumbada excepto por varias hileras de sillares de piedra de poco más de dos metros de altura. Tomé abundantes fotografías de la aproximación y el ascenso a la misma, no me extraña que los romanos erigieran allí una torre de vigilancia ya que desde aquel punto las vistas eran extraordinarias. Al poco de poner el pie en su cima el viento comenzó a azotarnos recordándonos que nos encontrábamos en un lugar expuesto por los cuatro costados y a más de 1,400 metros de altitud.
No nos apresuramos a bajar de allí aunque hubo compañeros que buscaron refugio en un hueco de los cimientos, el viento era un poco molesto, sobre todo si ibas empapado de sudor, de modo que no me demoré demasiado allí y pronto me vi husmeando por los alrededores de las ruinas buscando buenos encuadres para disparar mi cámara. No fue difícil y varias compañeras recibieron mi obsequio de alguna foto en aquel bonito entorno tan propicio. Nos pusimos pronto en marcha, en esta ocasión ya me daba igual ir o no en cabeza, los descensos no son santo de mi devoción y debido al estado de mis rodillas he de realizarlos siempre con cuidado. Rápidamente enfilamos hacia el prado por el que habíamos iniciado el descenso y nos desparramamos por él, hubo un momento en que mi cámara captó al grupo a la izquierda y al rebaño a la derecha formando con una fila de arbustos un triángulo, una de mis fotos favoritas de aquella semana.
El entretenido camino de vuelta.
Y sin descanso ya hasta el lugar elegido para comer, muy semejante al de la primera ruta, un bosque a la orilla de un prado para tendernos sobre la hierba a la sombra. Allí estuvimos bastante tiempo y más de un compañero se echó una buena siesta, algo que difícilmente yo puedo hacer habiendo tantas cosas a mi alrededor dignas de ser captadas por mi cámara ;-). Tras la comida, el amago de siesta y el habitual “enfriado” de pies, llegó la hora de terminar con la ruta. Seguimos el camino que habíamos llevado a la ida en su mayor parte, hicimos un alto en un pequeño promontorio donde un cartel explicativo bajo el título “Azpegi”, el collado donde nos encontrábamos, nos informaba sobre la fauna del lugar y el nombre de las montañas circundantes... allí cayó alguna foto de grupo a instancias de un compañero al grito de “bastones hacia arriba” ;-).
El camino de vuelta solo trajo como novedad nuestro encuentro con un rebaño de ovejas que nos hizo apartarnos a la margen del mismo, eran de la misma raza de las que habíamos visto en la ladera del Urkulu... a mi me recordaron a un grupo senderista con el guía al frente marcando el camino, la pastora en este caso, y al guía de retaguardia, el perro ovejero, cuidando de que no se quede nadie rezagado... hasta tenían los bichos una marca de spray verde en el lomo, el mismo color de nuestra “camiseta oficial”... en fin, que ya está todo inventado ;-).
Tras pasar de nuevo por aquella senda embarrada que volvimos a sortear pasando por unas resbaladizas cuestas llegamos a Orbaizeta, no había cervezas en el lugar de llegada pero ya se remediaría el asunto a nuestra llegada al pueblo, había concluido la última ruta del viaje y me había resultado inesperadamente interesante y bonita, un digno broche final a una semana excelente de senderismo. Seguramente había un buen humor y una euforia generalizada en el grupo porque a la vuelta nos faltó marcarnos unos bailes dentro del autobús merced al cd de Michael Jackson que alguien puso (espero que ningún usurero de la SGAE lea esto ;-).
Concierto en la plaza.
Ultima noche en Ochagavia, últimas partidas de ajedrez (donde volví a caer como una rata), últimas cervezas tostadas del bar del río, última cena (tan agradable como siempre), y para rematar el día un concierto de Jazz en la plaza del pueblo... bueno tanto como Jazz, había un poco de todo en el repertorio de la banda por fortuna. Terminamos moviendo el esqueleto al compás de varios clásicos y armando un buen jaleo, terminamos llamando la atención los lugareños que en escaso número se habían acercado a ver el concierto ¿quien pidió bises, aplaudió, bailó, y armó bulla? … este grupo de ruidosos senderistas en su mayor parte, aquello hubiera sido de lo más soso sin nuestra presencia. Hasta terminé uniéndome a un grupo de tres compañeros que se marcaron unos pasos de baile en plan “chocolatero” :-). Aunque hubo quien no tenía prisa por acostarse por regresar en vehículo propio y la fiesta continuó hasta mucho más tarde, un servidor decidió que ya tenía bastante y que ya no se le podía sacar más al viaje, me fui a la cama aquel día con la satisfacción de haber realizado uno de los mejores viajes de mi vida.
7 de agosto – Ochagavía – Murcia.
De nuevo tocaba madrugar, el autobús salía a las nueve y había que dejar todo libre. No me agobié con la preparación del equipaje porque lo había dejado la noche anterior casi listo. De modo que pude recrearme un poco en el desayuno y sin prisas tomarme mi tiempo en cargar con mis bártulos y salir en dirección al aparcamiento de autobuses.
La noche anterior me había despedido de algún compañero que volvía en coche aunque lamentablemente no de todos, hubo muchos de los que no me terminé despidiendo aunque no importa porque les volveré a ver muy pronto. En el viaje de vuelta volvió a caer otra espantosa “españolada”... “Dos tipos duros” en esta ocasión, en fin, no me quejo porque la película me hizo reír y realmente las únicas ocasiones en las que veo cine español es en los viajes ;-). Aunque el DVD en el que estaba grabado andaba bastante cascado no se terminó de atascar del todo y hubo incluso varios “rebobinados” que alargaron más el suplicio. Como postre emitieron otra película, en esta ocasión de mayor calidad “El truco final” … que lamentablemente ya tenía vista, en fin, casi prefiero que me pongan repeticiones y películas que nunca vería por mi propia voluntad en los viajes porque tampoco es el lugar idóneo para verlas y así uno puede echar una cabezada.
Destacar únicamente de aquel largo trayecto los paisajes que vimos en nuestro paso por Navarra, me quedo con la imagen de una bandada de buitres dando vueltas por el cielo de forma majestuosa, y unas nubes de formas tan curiosas que poco faltó para que volviera a enarbolar mi cámara de fotos. La última instantánea del día fue el “embarque” de nuestra compañera lesionada por parte de dos voluntariosos compañeros, siempre prestos a ayudarla en sus traslados al autobús... había conseguido mi meta de batir mi anterior record de fotografías aquella semana y aunque había muchas repetidas y también bastantes malas, posteriormente me vería en un aprieto para hacer la selección que subí a Internet. Llegamos a Murcia a la hora fijada y solo quedó desembarcar y efectuar las siempre apresuradas despedidas y la consiguiente retahíla de buenos deseos para el resto del verano, en muchos casos no era un adiós sino un simple “hasta la próxima”.
Epílogo. (Ya era hora).
Bueno, una vez largado todo el rollo solo me resta dar gracias, de modo que:
Gracias a...
Nuestro guía y organizador por su excelente labor, siempre callada, en segundo plano sin protagonismos de ningún tipo, siempre atento a los detalles... vamos tal y como nos tiene tan mal acostumbrados, otro 10 para él. Después de este viaje me temo que no volveré a ver los alojamientos de la misma forma ¡ te has pasao tio !, la próxima vez queremos un albergue angosto y lleno de cochambre y roña sin agua caliente... que no queremos parecer vulgares turistas ;-).
Gracias también a mis compañeros de alojamiento, a los que compartieron su comida y bebida conmigo, a los que me prestaron su ayuda cuando lo necesitaba, gracias a las sonrisas, a las palabras amables, a las miradas de complicidad, a tanto beso y apretón de manos, a tantos gestos de amabilidad y atención, a las lecciones dentro y fuera del tablero, a la reconfortante presencia de tantos buenos colegas y a las ausencias que me hicieron estimar más a esas personas, a los chistes y las risas, a cuantos compartieron mesa conmigo, gracias a los brindis, a tanta sidra escanciada en buena compañía, a los improvisados pasos de baile, a los comentarios jocosos que amenizaron tantas veces los aburridos trayectos de autobús, a la paciencia demostrada ante el objetivo de mi cámara y a las fotografías mías que han terminado saliendo por ahí... gracias también a cuantos aceptaron algo de mí en forma de ayuda, consejos, información o con los que pude compartir lo poco que tenía que ofrecer, a los compañeros que siempre estuvieron un paso por delante organizando cosas y mirando por los demás, me incluyeran a mí o no, y también a los grandes sufridores que hayan podido tragarse todo este rollo... de verdad ¿hay alguien ahí? ;-).
En fin... ¿que más puedo decir?, el viaje sin vosotros no hubiera tenido el menor sentido para mí. No se cuando nos volveremos a ver pero hasta entonces recibid todos un gran abrazo.
¡¡¡ Hasta pronto !!!